¿Se eclipsa la agenda de Trump?

Por Pat Buchanan *

“No me convertí en primer ministro del Rey para presidir la liquidación del Imperio Británico”, afirmó Winston Churchill entre aclamaciones durante un almuerzo ofrecido por el Lord Mayor de Londres en noviembre de 1942.

Fiel a su palabra, este gran hombre no inició la liquidación.

Cuando sus compatriotas lo desplazaron en julio de 1945, ese papel quedó en manos de Clement Attlee, que inició la liquidación. Durante su segundo período en el cargo, de 1951 a 1955, Churchill continuaría el proceso, al igual que su sucesor, Harold Mcmillan, hasta que el más grande imperio que el mundo haya conocido se hubo evaporado.

Aunque su desaparición era inevitable, la muerte del imperio fue más precipitada y humillante por efecto de las guerras en las que Gran Bretaña se había comprometido con ayuda de Churchill, guerras que desangraron y quebraron económicamente a su nación. En 1945, en Yalta, Stalin y Roosevelt trataron al viejo imperialista casi con perpleja indiferencia.

La guerra es sana para el estado, pero letal para los imperios.

Los imperios Prusiano, Austro-Húngaro, Ruso y Otomano se desplomaron todos en la Primera Guerra. La Segunda Guerra acabó con los imperios Japonés e Italiano, cuyo destino siguieron al poco tiempo el Británico y el Francés. El imperio soviético colapsó en 1989. Afganistán le asestó el golpe de gracia.

¿Le toca ahora el turno a los Estados Unidos?

Persuadido por sus generales —Mattis en Defensa, McMasters en el Consejo Nacional de Seguridad, Kelly como jefe de gabinete— el presidente Trump va a enviar unos 4.000 soldados adicionales a Afganistán, que se sumarán a los 8.500 ya apostados allí. Como sus predecesores Obama y Bush, Trump no quiere presidir una derrota de los Estados Unidos en la guerra más larga de su historia. Ni tampoco lo quieren sus generales. Sin embargo, ¿cómo vamos a derrotar a los talibanes con 13.000 hombres cuando no pudimos hacerlo con los 100.000 que envió Obama?

Las nuevas tropas tienen la misión de entrenar al ejército afgano para que se haga cargo de la guerra, seguir erradicando elementos terroristas como el ISIS, e impedir que Kabul y otras ciudades caigan en manos de los talibanes, que ahora dominan un 40 por ciento del país.

Sin embargo, ¿qué dijo el gran general Douglas McArthur, a quien Trump tanto admira, acerca de esa clase de estrategia?

“El objetivo preciso de una guerra es la victoria, no una indefinición prolongada.”

¿Y acaso no es una “indefinición prolongada” lo que promete la estrategia de Trump? ¿No es una “indefinición prolongada” lo que produjeron las políticas bélicas de Obama y Bush en los últimos 17 años?

Comprensiblemente, los norteamericanos no quieren abandonar esta guerra. Porque saben de sobra lo que ocurrirá si lo hacen. Cuando los británicos salieron de Delhi en 1947, millones de sus anteriores súbditos murieron durante la partición del territorio en Pakistán y la India, y la carnicería recíproca a la que se entregaron musulmanes e hindúes. Cuando los franceses partieron de Argelia en 1962, los “harkis” que dejaron atrás pagaron el precio de haber sido leales a la madre patria. Cuando abandonamos a nuestros aliados en Vietnam del Sur, el resultado fueron asesinatos masivos en las calles, campos de concentración y centenares de miles de refugiados en barcos en el Mar del Sur de la China, donde muchos encontraron su destino final. En Camboya hubo un holocausto.

Trump, sin embargo, fue elegido para poner fin a la participación estadounidense en las guerras del medio oriente. Y si lo han convencido de que sencillamente no puede liquidar esas guerras —Libia, Siria, Irak, Yemen, Afganistán— probablemente va a terminar sacrificando su presidencia, intentando hacerse cargo de los fracasos de quienes más trabajaron para impedirle llegar a la presidencia.

Detengámonos en las guerras, actuales y potenciales, que enfrenta Trump.

“Una guerra entre Rusia y Occidente parece casi inevitable —escribe Bob Merry en la última edición de The National Interest—. Ninguna nación que se respete, estando rodeada por una alianza inexorable de vecinos hostiles, puede permitir que semejantes presiones y fuerzas se mantengan indefinidamente. Llega un momento en el que debe proteger sus intereses mediante una acción militar.”

Si Pyongyang prueba otra bomba atómica u otro misil intercontinental, algunos asesores de Trump en seguridad nacional no descartan una guerra preventiva. Trump mismo parece deseoso de romper el acuerdo nuclear con Irán. Esto conduciría inexorablemente a un ultimatum estadounidense, frente al cual Irán puede retroceder o enfrentar una guerra capaz de incendiar el Golfo Pérsico.

Pero el país no votó por el enfrentamiento o la guerra.

Los Estados Unidos votaron la promesa de Trump de mejorar las relaciones con Rusia, lograr que Europa se haga cargo de una porción mayor del costo de su defensa, aniquilar el ISIS y desvincularnos de las guerras del medio oriente, y mantenernos al margen de futuras guerras.

Los Estados Unidos votaron por el nacionalismo económico y por el fin de los descomunales déficit comerciales con las naciones del NAFTA, la UE, Japón y China.

Los Estados Unidos votaron por detener la invasión a través de nuestra frontera sur y por reducir la inmigración legal para aliviar la presión hacia la baja sobre los salarios locales y la competencia por el trabajo obrero.

Sin embargo, hoy se habla de aumentar y extender la presencia militar estadounidense en Afganistán, Irak y Siria, de enfrentar a Irán, de enviar armas antitanque y antiaéreas a Ucrania para combatir a los rebeldes prorrusos que operan en el este.

¿Acaso se puede encomendar a los nuevos custodios de la agenda de Trump —los generales y el círculo de egresados de Goldman Sachs— el cumplimiento de sus objetivos nacionales y populares, Primero los Estados Unidos?

* Ex asesor de los presidentes Richard Nixon, Gerald Ford y Ronald Reagan, aspirante a la presidencia de los Estados Unidos en 1992 y 1996.

© Patrick J. Buchanan.
Versión castellana © Gaucho Malo.

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