Perjudicados y beneficiados

Ahora que han finalizado las ceremonias de canonización ecuménica de san Alberto Nisman, tal vez sea posible encontrar espacio para algunas reflexiones más cercanas al suelo que pisamos, como por ejemplo sobre quiénes se han beneficiado y quiénes se han perjudicado con la muerte del fiscal, a esta altura aparentemente más cercana al asesinato que al suicidio. Aunque a veces las cosas producen resultados contrarios a los que espera quien las planifica, el ejercicio sirve al menos para la construcción de teorías sobre el posible origen de las balas. De la bala en este caso, en singular.

De lejos, el principal perjudicado por la muerte de Nisman ha sido el gobierno de Cristina Kirchner. El hecho de que el fiscal apareciera muerto horas después de haber presentado una denuncia contra la presidente automáticamente dirigió las sospechas contra la Casa Rosada, un razonamiento primario y elemental, agitado sin embargo por la prensa militante antikirchnerista local, replicado sin demasiado rigor por la egregia prensa internacional, y alimentado con increíble torpeza por el propio gobierno, que hizo todo mal. El gobierno resultó también perjudicado, y aquí sí sin atenuante alguno, por haber hecho todo mal en términos de sus responsabilidades como conductor del Estado: falló en la protección que debió haber dado al fiscal, falló en los procedimientos policiales y judiciales inmediatos al descubrimiento de su cadáver, falló en darle al hecho la dimensión institucional y humana que le correspondía, más allá de la opinión que cada uno tenga sobre la actuación de Nisman como fiscal, y falló en ponerse a la cabeza del duelo nacional por esa muerte. Tan vasto y demoledor fue el golpe recibido por el gobierno kirchnerista con la muerte de Nisman que fue la primera vez en una década que se lo vio aturdido y sin capacidad de respuesta. A esta altura ya perdió la oportunidad de darla.

Esta última comprobación da pie para formularse la pregunta inversa: ¿a quién benefició la muerte de Nisman? La respuesta evidente remite a cualquiera de los muchos enemigos que el kirchnerismo ha sabido granjearse a lo largo de los años. Esa respuesta es la que sostiene el argumento de que al gobierno le tiraron un muerto, pero ¿quién podría tener interés en tirarle un muerto al gobierno? Ciertamente no sus opositores políticos, porque todos ellos parecen filosófica y humanamente alejados sideralmente de prácticas semejantes, y están mentalmente ocupados en componer sus alianzas para las elecciones que se avecinan. Los sospechosos locales más evidentes se encuentran en el área oscura y siniestra de los servicios de inteligencia, un área donde el gobierno había introducido recientemente modificaciones que quitaban protagonismo a la poderosa Secretaría de Inteligencia y a su legendario caudillo Antonio Stiuso, y se lo transferían a la inteligencia militar, dependiente del enigmático César Milani. Si Nisman fue asesinado, el crimen fue cometido con la pericia de alguien entrenado en esas habilidades, y cargado con todos los mensajes sutiles (entre los que podría incluirse la aparición posterior de un cadáver calcinado justo frente al departamento de Nisman) de quien o quienes están dispuestos a hacer saber quién manda en el campo de la inteligencia, burlándose de quienes debían proteger a Nisman, tomándoles el pelo a los que pretenden averiguar qué pasó, y sepultando al gobierno que les quitó poder en las catacumbas de la ignominia.

Pero hay otros beneficiados por la muerte de Nisman. Uno de ellos, voluntaria o involuntariamente, es el propio Nisman. Nisman era un hombre ambicioso cuya carrera en el sistema judicial se encontraba encallada, sin rumbo y sin destino, en las arenas de la causa AMIA. Hacía diez años que la tenía en sus manos, y hasta ahora su mayor mérito había sido acomodarla a las pretensiones de la CIA, el Mossad, y la Secretaría de Inteligencia, ninguno de los cuales, sin embargo, parecía haber logrado brindarle las decisivas pruebas que necesitaba para ponerle el punto final y juzgar a los presuntos culpables iraníes aunque fuera en ausencia: todo lo que habían podido ofrecerle, además del “relato”, había sido un “testigo” consuetudinariamente mendaz y un supuesto implicado al que hubo que indemnizar tras su interrogatorio en Londres. El frustrado, y cuestionable, intento del gobierno de llegar a un entendimiento con Irán por otras vías le hizo saber que sus teorías habían perdido respaldo político. En medio de ese pantanal, y vaya a saber incentivado por quién, se le ocurrió armar una denuncia contra la presidente por presunto encubrimiento de los presuntos culpables, denuncia que presentó acompañado de una inusual agitación periodística y, sin ninguna necesidad, en medio de una feria judicial, en lo que pareció más una operación política contra el gobierno que un intento de servir a la justicia. A este fiscal, sumido en estos desasosiegos y envuelto en estas acciones incomprensibles, la muerte lo convirtió en héroe, martir, epítome de la justicia, según las expresiones escuchadas a propósito del homenaje público que organizaron sus colegas.

La muerte de Nisman, finalmente, beneficia a quienes comparten, o promueven, las tesis contenidas en su interpretación del atentado de 1994 contra la mutual judía. Su sacrificio, y la notable repercusión internacional que alcanzó, le confiere una renovada pátina de credibilidad a la responsabilidad de Irán en ese ataque en momentos en que el gobierno estadounidense encara una política de acercamiento con Teherán, alentado por un gobierno más moderado en tierras persas, y urgido por la necesidad de forjar alianzas regionales para enfrentar la más temible amenaza planteada por el Estado Islámico. Washington nunca hizo mucho ruido sobre el memorando argentino de entendimiento con Irán. Evocar ahora la presunta responsabilidad de Irán en el ataque a la AMIA, sin necesidad de aportar nuevas pruebas, favorece los argumentos de quienes dentro y fuera de los Estados Unidos se oponen a las políticas de Barack Obama en Medio Oriente. La intención de calzar una cuña entre la Argentina e Irán por parte de los servicios de inteligencia extranjeros que orientaban la actividad de Nisman, todos con gran experiencia en el arte de la eliminación selectiva, estuvo siempre relacionada con el temor de una eventual transferencia de tecnología nuclear argentina a la nación persa. Fuentes israelíes proporcionaron la información que permitió revelar la existencia de un entendimiento en ciernes con Irán. El primer dato que se tuvo sobre la muerte violenta de Nisman provino de un periodista que inmediatamente después de proporcionarlo buscó refugio en Israel invocando fabulosas persecuciones, y a quien la diputada Elisa Carrió vinculó directamente con el Mossad. Desde Israel llegan en este mismo momento versiones de “inteligencia” sobre la presunta participación de agentes iraníes en el crimen.

Si Nisman no se suicidó, entonces, todo indica que su muerte ocurrió a manos de algún servicio de inteligencia, nacional, extranjero, o combinado en una macabra coproducción. La prolijidad del crimen sugiere que así fue. En este caso, la probabilidad de su esclarecimiento es igual a cero.

–Santiago González

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