Parricidios y matricidios

Ausentes los partidos, a ambos lados de la grieta la renovación de los liderazgos se vuelve difícil por exceso o por defecto

N
o se puede hacer política con los suplentes. Lo que viene tienen que jugarlo los que son líderes, y dirimir esa cuestión para un lado y para el otro. Es Macri de un lado y Cristina del otro”. La frase de Miguel Ángel Pichetto, inesperada en alguien que postula su propia candidatura presidencial, un “suplente”, describe perfectamente el dilema que aflige en estos días a los dos flancos del establishment político, alias “la casta”.

A pesar de estar ubicados en los lugares más altos del rechazo ciudadano, los “titulares” ejercen desde hacer más de una década un dominio indiscutido sobre sus respectivos espacios. La ausencia de partidos políticos impide una renovación ordenada de los liderazgos, y el observador sólo puede anticipar dolorosas operaciones de “parricidio” o “matricidio” según el caso.

Corrigiendo a Pichetto, si es que no fue esto lo que realmente quiso decir: es contra Macri de un lado y contra Cristina del otro. “Yo necesito competir con Mauricio, y ganarle”, reconoció Horacio Rodríguez Larreta en una declaración inesperadamente inteligente, o por lo menos no dictada por el fluir de las encuestas, que refleja el sentir de todos los aspirantes. Nadie quiere repetir la experiencia de un Alberto Fernández dominado por la figura materna.

Pero las cosas no se presentan simétricas a uno u otro lado de la grieta. En el ambiente cambiemita sobran los puñales asesinos; en el espacio kirchnerista nadie se anima a tomar la maza y la estaca. Unos necesitan desesperadamente de las PASO para descargar la responsabilidad en terceros y no mancharse las manos; a los otros las PASO los tiene sin cuidado porque el ejercicio prolongado de la sumisión los volvió inertes e inermes.

Macri afronta el desafío, moderado por el peso de los lazos de sangre, de sus hijos legítimos: Rodríguez Larreta, Patricia Bullrich, María Eugenia Vidal. Pero también sufre el reto violento de los entenados del tronco radical Gerardo Morales y Facundo Manes. El pater familias prohíja las ambiciones de todos con una sonrisa, complacido de verlos crecer, concediéndoles generosamente  tiempo para cometer errores, para irse de boca.

En el ambiente kichnerista las cosas tienen otro ritmo: están obligados a gobernar, o por lo menos a hacer eso que hacen con el estado, y todos parecen abrumados por la certidumbre de la derrota. Desorden económico, alta inflación, niveles inimaginables de pobreza y dólar indómito no auguran desempeños brillantes en las urnas. Nadie se atreve a dar un paso al frente para reclamar la jefatura. Prefieren rapiñar mientras haya tiempo.

El problema del oficialismo se agrava por la particular situación de la mater familias: su situación judicial le impide apartarse de la política. Todavía confía en que los fueros la protejan de la prisión y la influencia le permita estirar las causas hasta alcanzar la edad del arresto domiciliario. Y nadie imagina a una Cristina activa en política, y al mismo tiempo relegada por propia decisión a un papel subordinado.

Los únicos en condiciones eventuales de cometer el matricidio, por su ambición pero también por su posición expectable en las encuestas, son Sergio Massa y Alberto Fernández. Massa confía (cada vez menos, parece) en que los ungüentos, brebajes y emplastos que administra desde el ministerio de economía le permitan exhibirse en algún momento del año próximo como quien salvó a la Argentina del desastre.

Uno no sabe qué estadísticas consumen en la Rosada, pero Alberto abriga expectativas similares, sólo que él se ve a sí mismo como el salvador, y ha renovado su disposición a competir por el liderazgo de un kirchnerismo en desbandada. Celoso de Massa, y temeroso de que le robe lo que considera sus logros económicos, se apresuró a reivindicarlos como propios en el coloquio de IDEA, donde también acusó indirectamente de corrupta a su madre política: “En este gobierno [el suyo], ¿alguien les pidió un centavo para hacer obra pública?”, preguntó a los asistentes.

En algunos lugares del interior del país, y también en la provincia de Buenos Aires, hay todavía vestigios de un peronismo residual, sin expresión orgánica, encarnado más bien por personas, dirigentes sociales y políticos, que tienen el retrato del general en sus oficinas y de tanto en tanto lo miran preguntándose cómo el partido de Ángel Robledo, Deolindo Bittel, Ítalo Luder, por mencionar algunos, terminó en este presente miserable.

En las paredes de esas oficinas se ven todavía los claros que dejaron los retratos de Carlos Menem y Néstor Kirchner, alguna vez retirados apresuradamente y con fastidio. A esos peronistas expósitos apunta Pichetto, buscando incluirlos en un peronismo republicano (decididamente ajeno al cordobés Juan Schiaretti), erosionando las bases kirchneristas para engrosar una corriente cambiemita en pie de igualdad con los radicales.

Mientras la casta resuelve sus problemas de familia, la ciudadanía aparece sumida en un escepticismo y una desesperanza crecientes. La oferta política, en todas las variantes ofrecidas por los medios (que no son todas las existentes), le genera más rechazos que entusiasmo, y son pocos los que creen que su situación va a mejorar en el futuro. Algo está faltando en esa oferta, algo capaz de restañar el tejido social, de convocar al trabajo, de señalar un norte, de dar espacio a la felicidad. Algo esencial. -S.G.

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1 opinión en “Parricidios y matricidios”

  1. ” … la ciudadanía aparece sumida en un escepticismo y una desesperanza crecientes . La oferta política , en todas las variantes ofrecidas por los medios ( que No Son Todas Las Existentes ) , le genera más rechazos que entusiasmo , y son pocos los que creen que su situación va a mejorar en el futuro . Algo está faltando en esa oferta , … ” . ( ¡ Clap , Clap , Clap ! )

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