El pacto con Irán

Todo el debate que se desarrolló dentro y fuera del Congreso acerca del pacto firmado por el gobierno argentino con su par iraní en relación con la causa AMIA dejó como saldo inmediato dos grandes interrogantes y varias certezas.

El primer interrogante se refiere a la responsabilidad de Irán en el ataque contra la mutual judía (1994), que es el supuesto principal de la justicia argentina, de las entidades representativas de la colectividad judía, del estado de Israel, de los Estados Unidos y, por lo que se ha visto, de la abrumadora mayoría de los opositores al gobierno. Pero uno no puede evitar preguntarse: ¿por qué razón el régimen iraní iba a cometer en la década de 1990 un atentado terrorista tan cruento en un país tan alejado del teatro habitual de sus conflictos? Hay muchas respuestas en circulación para esta pregunta, todas superficiales y poco convincentes. En general tienen que ver con el terrorismo islámico, pero un acto terrorista no se agota en la crueldad de su impacto sino que busca transmitir un mensaje. Cuando afecta objetivos directamente involucrados en el conflicto que da origen a la acción terrorista se explica por sí mismo; cuando afecta blancos inesperados suele ir acompañado de consignas que explicitan el mensaje. No fue este el caso, lo que obliga a suponer que el o los destinatarios del mensaje no necesitaban mayores aclaraciones. Laura Ginsberg, una reconocida portavoz de familiares de las víctimas, que ha seguido minuciosamente la causa desde su inicio hace más de dos décadas, y que se ha mantenido al margen de las facciones comunitarias, dice con toda claridad que no hay ninguna constancia de la responsabilidad de Irán en el atentado, ni tampoco de Siria. Sobre esto último hay que dejar asentado que todas las investigaciones periodísticas independientes sobre el origen del atentado apuntan a Siria, incluso una que había sido alentada y solventada por la propia comunidad judía, y a la que se le quitó el respaldo tan pronto se advirtió la dirección que tomaba. La llamada “pista siria” tiene sobre la “pista iraní” la ventaja de la plausibilidad: el motivo sería una venganza del régimen sirio contra el gobierno de Carlos Menem por el incumplimiento de promesas de transferencia de tecnología militar hechas a cambio de fondos para la campaña. Menem no sólo no habría cumplido con esas promesas, sino que adhirió a la primera guerra contra Iraq y adoptó en el Medio Oriente una política decididamente proisraelí. La “pista siria” permite integrar y explicar además el atentado dinamitero contra la embajada de Israel en Buenos Aires (1992) y el asesinato de Carlos Menem Jr. (1995) como una siniestra serie de mensajes que no necesitaban más explicación porque su destinatario los entendía. La erección de la mezquita Rey Fahd en Buenos Aires, sobre terrenos donados en 1995 y concluída en el año 2000, pareció un testimonio silencioso de esa comprensión.1  Según esta hipótesis, Menem se sintió obligado a ocultar la responsabilidad siria en los atentados, y de ahí el enrarecimiento de la investigación desde un comienzo, particularmente de todo lo que pudiese vincular a sus lejanos autores con los muy cercanos integrantes de la “conexión local”. Los Estados Unidos, que le estaban armando el prontuario a su próximo blanco en el Medio Oriente, e Israel, que teme más a los ayatolás que al sanguinario dictador sirio, le facilitaron las cosas a Menem al optar por la “pista iraní” a la luz de sus propias razones, y también se las facilitaron a los dirigentes comunitarios argentinos, que no querían afectar los buenos negocios que llevaban adelante conjuntamente con el menemismo. Laura Ginsberg sostiene que, así como no hay elementos que permitan adjudicar fehacientemente la responsabilidad de los atentados a Irán o Siria, hay muchos otros que revelan justamente la existencia de esa “conexión local” y que nunca fueron debidamente investigados porque desnudarían la complicidad del estado argentino en la comisión de los atentados. Ciertamente, la minuciosidad que se advierte en la preparación y ejecución de cualquiera de los tres ataques hace pensar que no pudieron ser obra de un casual terrorista visitante, sino que necesitaron de una logística y de un encubrimiento como sólo agentes estatales podrían brindar. Ginsberg llama la atención sobre la negativa de los gobiernos argentinos posteriores al de Menem a desclasificar la documentación oficial relacionada con estos casos.

El segundo interrogante tiene que ver con las razones que llevaron al gobierno argentino a someterse al escarnio externo e interno, y recurrir a sus peores prácticas, para lograr la aprobación legislativa de un tratado por el que prácticamente somete su propia justicia a la jurisdicción del país al que esa misma justicia considera como principal responsable de los atentados de los 90. También aquí hay muchas respuestas en circulación, igualmente superficiales y poco convincentes. En general tienen que ver con los presuntos beneficios económicos que aparejaría para un gobierno en apuros una normalización de relaciones con Irán. Sin embargo, aun cuando existe, el intercambio con Irán no es para nada significativo en el contexto del comercio exterior argentino. Parece un rédito menor para un proceso que asoció a la presidente argentina con uno de los países de peor reputación en el mundo y colocó a su canciller en la dolorosa situación de sufrir el repudio y el calificativo de traidor de parte de sus compatriotas y de sus correligionarios. Nuevamente debemos tener en cuenta las declaraciones de Laura Ginsberg y remitirnos además a la intervención de la diputada Alcira Argumedo (Proyecto Sur). Desde puntos de mira diferentes, estas dos mujeres llegaron a la conclusión de que este acuerdo con Irán sigue y acompaña cambios en la política exterior de los Estados Unidos, que ya no quieren una aventura bélica en Irán y apuestan en cambio a un acercamiento que les permita conceder a la nación persa ciertas cosas para controlarla en otras. Un primer gesto de esa nueva actitud apunta a remover las órdenes de captura internacional que, a pedido de la justicia argentina, pesan sobre altos dirigentes iraníes, incluído uno al que se menciona como próximo presidente. El acuerdo firmado con Irán es en realidad un par de hojitas con una serie de vaguedades, cuyo principal efecto inmediato y concreto es el levantamiento de esas órdenes de captura. (El otro efecto es humillar hasta lo imposible la soberanía argentina). 2 La aprobación por el Congreso consagra y potencia la fuerza legal del documento. También en este caso se trata sólo de una hipótesis, de un supuesto, pero hay una constelación de hechos que lo rodean y lo vuelven plausible. El Departamento de Estado, por lo general bastante locuaz en casos como éste, no ha dicho ni mu, ni tampoco han abierto la boca los otros 19 miembros del G-20, entre los cuales hay muchos que quisieran ver a la Argentina expulsada de ese club exclusivo. El estado de Israel, naturalmente, no quiere saber nada con un Irán más o menos tolerado por la comunidad internacional, ni mucho menos con programas nucleares ni con reactores de alta o baja potencia, por muy monitoreados que estén, y de entrada manifestó su disconformidad con un entendimiento con Irán: hay razones para pensar que proveyó la información que permitió conocer casi de inmediato las negociaciones en marcha. Es interesante repasar la cronología de un entendimiento al parecer mediado por Siria. En julio de 2010 el dictador sirio Bashar al Assad, un sanguinario represor de su propio pueblo, fue recibido en Buenos Aires por la campeona de los derechos humanos Cristina Kirchner. El canciller argentino Héctor Timerman se reunió a fines de enero del 2011 en la ciudad siria de Alepo con su similar sirio Walid al-Mohalem, y con el propio Bashar, a quienes habría ratificado la decisión argentina de no llevar adelante la acusación contra Irán. A principios de febrero de ese año se produjo el incomprensiblemente escandaloso episodio de la valija militar norteamericana que el propio canciller forzó con un alicate en el aeropuerto de Ezeiza, sobreactuando para la pantalla su rigor con los estadounidenses cuando supuestamente ya había comenzado a ejecutar sus instrucciones. (Esto puede parecer una chiquilinada pero encaja perfectamente en el horizonte intelectual del canciller). Un mes después un columnista del diario Perfil denunció el entendimiento con Irán, que Timerman rechazó enfáticamente. Washington emitió un débil rezongo sobre el tema de la valija, y nada dijo sobre el alegado entendimiento. En resumen, para el gobierno kirchnerista, contar con la benevolencia estadounidense en tiempos que se perfilan complicados es mucho más importante que los módicos réditos de unas relaciones normales con Irán. Es legítimo preguntarse por qué Siria ayuda a exonerar a Irán de una culpa que probablemente caerá sobre su propia cabeza. Tal vez para el acosado autócrata de Damasco el agradecido apoyo iraní justifica la molestia de contestar tres o cuatro exhortos de la justicia argentina.

El pacto con Irán arroja asimismo varias certezas, la primera de las cuales es que el kirchnerismo carece de política exterior, y se mueve en el mundo al compás de sus necesidades internas: en un momento le convino maltratar a George Bush en la cumbre de Mar del Plata, y ahora al parecer le conviene hacerle el trabajo sucio a Barack Obama. En los países normales, la política exterior es una política de estado, que requiere por lo menos proporcionar información fehaciente a la oposición y buscar su consenso, con las reservas del caso. El kirchnerismo no tiene política exterior ni tiene política interna, y esta es la segunda certeza. No se siente obligado a informar a la oposición ni requerir su opinión o su aprobación. Su única política, si la palabra cabe, es la prepotencia y todo el pasaje del acuerdo con Irán por el Congreso fue un ejercicio descarado de prepotencia, con el infamante agregado de los diputados por un día. La tercera certeza que arroja este episodio es que la oposición no está ni remotamente en condiciones de gobernar el país: en los debates legislativos exhibió una ignorancia absoluta del tema que se estaba tratando, a pesar de que los legisladores cuentan con legiones de secretarios y asesores, y con los expertos de sus propios partidos, para ilustrarse sobre el asunto. En cambio, con una que otra excepción, los congresistas se embarcaron en un torneo de frases efectistas, emocionales, y cuando ensayaron argumentos lo hicieron apoyándose sobre supuestos que sostuvieron como verdades. Cualquiera que pretenda postularse como alternativa de gobierno, o que hable en nombre de un partido o una agrupación que lo pretenda, tiene la obligación de acudir al debate con un mínimo de preparación, y si no lo hicieron no se puede pensar sino que carecen de ella.

La cuarta y última certeza, la más triste de todas, es que ni a los dirigentes nacionales, ni a los dirigentes comunitarios, ni a los estados directa o indirectamente involucrados en el tema les importan un comino las víctimas del terrorismo, a las que usan como excusa retórica mientras persiguen sus intereses particulares.

–Santiago González

  1. Conviene recordar que los iraníes son mayoritariamente chiítas, mientras que los sirios musulmanes adhieren en un 70% a la corriente sunnita; la mezquita Rey Fahd es conducida por sunnitas. [Nota del 30-12-2018] []
  2. Esta interpretación fue errónea en lo que se refiere a las órdenes de captura; Interpol nunca levantó las llamadas alertas rojas. El gobierno argentino dijo haber solicitado expresamente que no lo hiciera. [Nota del 21-9-2013] []

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4 opiniones en “El pacto con Irán”

  1. Impresionante análisis, Santiago. Recurrir a Laura Ginsberg debe ser, para unos cuantos, como recurrir al discurso de “la loca de la casa”. Pero, precisamente, Ginsberg -que de loca no tiene nada- es, en el contexto que se armó después de los atentados, “la loca de la casa”; es decir, una persona que actúa casi como un médium expresando la voz ausente de las víctimas, a la que le agrega estudio, tesón, coherencia e incorruptibilidad. Por eso está aislada. “Ginsberg -nos recuerda usted- llama la atención sobre la negativa de los gobiernos argentinos posteriores al de Menem a desclasificar la documentación oficial relacionada con estos casos”. Y el presente gobierno de hipócritas -agrego yo- carece de excusas al respecto y guarda silencio…
    Hay más “locas de la casa” en nuestra sociedad. La madre de Marita Verón, por ejemplo. Lilita Carrió, en buena medida, mejor médium que política (muy poco “política”, por cierto, cosa que, a la larga, no importa). Bonafini hubiera querido serlo, pero ha llegado a grados profundos de corrupción…
    Si Cristina Fernández fuese una “loca de la casa” ¡sí que sería realmente interesante la situación! ¡Habría una transformación! Pero con el discurso reciente transparenta su personalidad hasta el punto de la náusea. Su orientación y su pensamiento son como los de Él: muebles viejos; muebles viejos y de mala calidad.

  2. Muy buen análisis. Y el tema de los intereses estadounidenses cuadra con la actual postura sobre Malvinas de no definirse sobre su soberanía, probablemente a modo de canje, o a la espera de que Argentina haga estos favores.

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