Néstor Kirchner (1950-2010)

No es posible determinar qué se propuso Néstor Kirchner en el ejercicio del poder, pero los resultados son magros y su herencia es inquietante

Al poner el punto final, la muerte suele completar el retrato de una persona. De alguna manera permite ordenar todos los acontecimientos de una vida y pone en evidencia su cifra, la clave que la explica y le da sentido. Sin embargo, la muerte de Néstor Kirchner parece dejar todos los interrogantes abiertos.

¿Qué quiso Kirchner? ¿Cuál era su objetivo, su norte, su ambición? ¿Cuál era el sentido de su combate personal, combate al que –de eso podemos estar seguros– entregó su vida? Este cronista confiesa su incapacidad para dar una respuesta satisfactoria a esas preguntas: las herramientas del análisis político resultan impotentes en esta emergencia.

El abismo que se abre entre su retórica populista, y sus acciones y decisiones como gobernante y como dirigente político es tan grande, la distancia entre sus dichos y sus hechos tan abismal, que hace imposible describirlo como alguien que quiso pero no pudo. O bien no quiso lo que dijo que quería, o más sencillamente no supo lo que quería.

Kirchner llegó a la presidencia casi de casualidad. No tenía un proyecto, y no logró articularlo en el ejercicio del poder. Apeló a la retórica setentista sin darse cuenta de que atrasaba cuarenta años, y nunca demostró capacidad o inteligencia para colocarse a la altura del tiempo que le tocaba vivir, como presidente o dirigente de nivel nacional.

Sus movimientos parecieron responder más bien a oscuras motivaciones personales, más discernibles por el análisis psicológico que el político. A falta de un plan de batalla, en el sentido en el que lo trazaría un estadista, se enfrascaba en combates menores con enemigos reales o imaginarios, como si necesitara ratificar, en cada pelea, su poder.

Muchos lo han descripto como un político de raza, pero más bien hace pensar en un peronista de raza: alguien con incontenible vocación de poder, pero sin propósito claro a la hora de usarlo. Como ha ocurrido con otros peronistas, ese poder termina convertido apenas en una palanca para los negocios, los propios y los de los amigos.

Si la política es consenso, diálogo, consulta, aguda percepción del humor social, entonces Kirchner no tenía nada de político. Era incapaz de consensuar, ni siquiera con los suyos: nunca mantuvo una reunión de gabinete, sobran los dedos de una mano para contar a sus personas de consulta, despreciaba el contacto con la prensa.

Y además le propuso a la sociedad una agenda de combates y enfrentamientos que nunca logró captar la atención de nadie, porque la agenda social tiene otras prioridades: concordia, moderación, entendimiento, razonabilidad entre los dirigentes; seguridad, educación, justicia, estabilidad económica, empleo, entre los dirigidos.

Ahora bien, si no es posible conocer los motivos, si no es posible conocer los propósitos, al menos sí es posible conocer los resultados. ¿Cómo es el país que deja Kirchner? ¿Qué saldo puede reconocerse al cabo de siete años de kirchnerismo absoluto, que apenas en su último tramo se vio ligeramente acotado por la oposición?

A pesar de toda la retórica, la distancia entre los más ricos y los más pobres no ha hecho más que ampliarse, y una inflación rampante deteriora aún más la situación de los que menos tienen. A pesar de los espectaculares índices de crecimiento, el empleo en blanco no ha crecido en pareja proporción.

Una situación internacional excepcionalmente favorable para los países emergentes le permitió acumular dinero que se despilfarró en subsidios y prebendas arbitrarios. El país no mejoró en modo alguno en términos de infraestructura, ni su economía ganó en independencia. El proceso de extranjerización y concentración continuó sin cambios.

El país carece absolutamente de defensa militar, y no está siquiera en condiciones de proteger su territorio de las avanzadas de los narcotraficantes. La inseguridad ha ido en aumento. La juventud sigue en una enorme proporción sin educación ni destino, y a merced de quien quiera aprovecharse de ella.

El kirchnerismo hizo escarnio de las instituciones. Se desquiciaron los organismos de control. Se recurrió a cualquier expediente para desconocer mientras se pudo la voluntad popular expresada en el Congreso. Se llegó al colmo de organizar desde el gobierno manifestaciones populares contra las decisiones de la Corte Suprema.

El derecho de propiedad fue violado, como tantas veces en el pasado, esta vez mediante la confiscación de los fondos privados de pensión, y se volvió a intentar violarlo mediante una ley de medios que tiene como objetivo central la “desinversión” de los concesionarios que obtuvieron licencias en buena ley.

La mafia político-económico-sindical que se ha venido apoderando del país desde 1975 no sólo sigue en pie, sino que se fortaleció en estos años gracias a las medidas discrecionales en materia de subsidios y regímenes especiales. La libertad sindical prevista en la Constitución y respaldada por la Corte sigue en veremos.

El país no está más integrado a la región sudamericana, sino menos integrado, porque la región decidió tomar los caminos que el kirchnerismo rechaza, con la excepción de algunos países con los que la Argentina confraterniza y que son justamente aquellos a los que peor les va.

El recuento negativo podría seguir y seguir, y apenas sería compensado por tres o cuatro datos positivos: la renovación transparente de la Corte Suprema dispuesta en los albores del kirchnerismo, la moratoria previsional, y los programas asistenciales de emergencia, concebidos uno por Duhalde y el otro literalmente robado a la oposición.

Si el saldo de siete años de kirchnerismo es magro, el panorama que se abre tras la muerte de su inspirador es por lo menos inquietante. En un círculo de toma de decisiones estrecho como el de los Kirchner, Cristina ha perdido su apoyo sustancial. Y en medio del duelo, se ve obligada por la fuerza de los hechos a asumir de una vez la presidencia.

Kirchner deja un vacío en la conducción del justicialismo, o de una parte de él, y en la conducción del gobierno nacional. Muchos intereses se agitan y entrecruzan en los dos ámbitos, y la presidente debe estar preparada para afrontar sus embates, resistirlos, y conducir el país de la manera más ordenada posible hacia las elecciones del 2011.

La oposición también tiene un reto difícil por delante: debe proponerse como alternativa para el comicio del año próximo, pero también tiene que ofrecerse como principal sosten institucional de Cristina Kirchner. No vaya a ser que con el pretexto de “proteger a la presidente” algunos interesados pretendan violentamente ocupar ese lugar.

–Santiago González

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2 opiniones en “Néstor Kirchner (1950-2010)”

  1. Kirchner siempre me parecio un violento, un impulsivo, un “mala leche” vamos a decir. Una de esas personas que con tal de hacerle un 10% de daño al enemigo, se hace un 90% a ellos mismos, un kamikaze, si se quiere. Me cuesta encontrarle el lado positivo a su paso por la política; incluso ciertas reparaciones históricas, inobjetables en primero momento, terminaron convirtiendose en puras vendettas, puntos de partida para un “revival” setentista que solo nos devuelve a lo más oscuro de la historia reciente en lugar de aprender de ello.
    Sólo espero que con un gran crispador como Nestor Kirchner fuera del espectro político, bajemos un poco la voz, comencemos a acercar los polos de una discusion increiblemente polarizada y hagamos girar este pais hacia adelante, aunque sea unos pocos metros.
    Perdón, ahora que lo pienso sí tuvo algo positivo su influencia. La aparición de Kirchner puso de manifiesto la sed que durante años tuvo un gran sector de la sociedad por vitorear una figura paternalista, carismática y determinante; errática quizás, un poco deshonesta tal vez, pero carismática sin dudas. No salgo de mi asombro, como fotos se me vienen a la mente el llanto de Florencia Peña y Andrea Del Boca, la conmoción de Victor Laplace, el viaje urgente de Leo Sbaraglia y hasta la furia de Fontova y el despecho de Mempo Giardinelli… gente de la que no esperaba milagros, pero al menos reflexion, tranquilidad y un poquito de análisis mas allá de la supuesta reparación historica de NK.

    En lo único que puedo pensar es en lo poco que la Argentina le pide a sus politicos antes de convertirlos en ídolos.

    Saludos y muy buena la nota,
    Santiago

    1. Estoy muy de acuerdo con lo que usted dice acerca de la búsqueda de figuras paternalistas, a las que no se les pide otra cosa que el carisma. Evidentemente, el problema de la Argentina no está sólo en sus dirigentes sino en la sociedad en su conjunto, de la que esos dirigentes y otras figuras conocidas como las que usted menciona son ejemplos visibles. Gracias por su comentario.

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