El momento de Massa

maladesaA un mes de las elecciones nacionales no hay quien se arriesgue a pronosticar un resultado. Tomando en cuenta los márgenes de error habituales en las encuestas, ni siquiera es posible aventurar si habrá o no segunda vuelta. Casi todas coinciden en señalar un estancamiento en 40-30-20 que no parece variar demasiado al acercarse la fecha del comicio, aunque en la calle se percibe un cierto desencanto con el PRO de Mauricio Macri y un creciente interés en el Frente Renovador de Sergio Massa. Y es probable que esa tendencia se acentúe con el correr de los días, también a expensas del apoyo al oficialista Daniel Scioli. En las semanas posteriores a las primarias, el panorama político fue decantando hasta dejar a Massa en el centro del espectro, que es donde se ubica esa porcion fluctuante de la ciudadanía que define las elecciones.

Allí le habría gustado estar a Scioli, pero no logra despegarse de su impronta kirchnerista. Cuando quiso hacerlo, por ejemplo al anticipar un plan para atraer inversiones, desde la Casa Rosada lo torpedearon con la resolución sobre el dólar de referencia para los bonos. Scioli sólo tiene despejado el camino del kirchnerismo puro y duro, y de inmediato fue a San Juan a abrazarse con el gobernador Gioja y sus amigos de la Barrick Gold, cuya contaminación de aguas con cianuro ha sido descripta como la mayor catástrofe ambiental ocurrida en la Argentina. De San Juan fue derecho a Jujuy, a abrazarse con Milagro Sala, la belicosa dirigente social que acababa de amenazar con volar a unos policías con una bomba. Entre abrazo y abrazo, Scioli adelantó que no participaría de ningún debate con los otros candidatos presidenciales. Difícilmente Scioli vaya a conquistar al electorado medio con esas actitudes, y es más probable que vea reducirse su respaldo hasta ese 30 por ciento que el kirchnerismo parece tener asegurado, haga lo que haga.

En el centro del espectro también le habría gustado estar a Macri, pero no logra despegarse de su impronta antikirchnerista y prodinero, que tampoco le cae muy en gracia al votante medio. El PRO se ubicó tan en las antípodas del oficialismo que terminó pareciéndosele: su gestión en la CABA se caracteriza por la presión tributaria, los negocios poco claros con los amigos, un desinterés notorio por las necesidades y los reclamos de los porteños (de lo cual cuento con ejemplos sobrados) y las obras vistosas pero de dudosa eficacia o utilidad. Cuando Scioli dijo que no asistiría al debate, Macri amagó con su propio repliegue pero sus asesores le hicieron cambiar de idea. Como Scioli, Macri no dice nada específico sobre su plan de gobierno porque siente que la relación con sus bases se maneja con sobreentendidos. En uno y otro caso, los sobreentendidos los comprenden los que son “del palo”, pero no el ciudadano medio, a quienes el candidato sólo dedica edulcoradas vaguedades. Difícilmente Macri vaya a conquistar así a esa franja decisiva de votantes, y sería lógico que su respaldo vaya menguando hacia ese núcleo duro de mentalidad antiperonista y promercado que ronda el 20 por ciento del electorado.

De este modo el centro del espectro quedó libre para Massa, que desde que perdió el apoyo del establishment viene haciendo todo bien, especialmente por no haber resignado la pelea, sacado fuerzas de su propia debilidad, y compensando la falta de fondos de campaña y de apoyo mediático (que sus rivales derrochan a voluntad) con un discurso claro y enérgico que parece respetar la inteligencia de los votantes. Sus proyectos y sus promesas apuntan hacia los temas que preocupan al país, y no rehúye definiciones sobre defensa o seguridad, sobre salud o educación; también planteó un claro compromiso con el enjuiciamiento y el castigo de los corruptos, algo que la sociedad reclama con el mismo énfasis que ponía en los ochenta con los violadores de los derechos humanos. Además de contar con el salteño Gustavo Sáenz como compañero de fórmula, Massa tuvo el buen criterio de colocar ahora a su lado a Roberto Lavagna y José Manuel de la Sota, dos figuras cargadas de experiencia y de reconocimiento, en lo económico y lo político, que para el votante medio transmiten valores muy preciados: seguridad y serenidad.

Favorece a Massa, además, el dato expuesto por su colaborador, el ex jefe de gabinete kirchnerista Alberto Fernández, y que hasta los antikirchneristas más fervorosos, precisamente por serlo, van a empezar a tener en cuenta: según todas las encuestas, en una eventual segunda vuelta Massa tiene mayores probabilidades de vencer a Scioli que Macri, precisamente por su capacidad para captar franjas del electorado que jamás votarían al PRO. De aquel Massita salido de una probeta del establishment, al Massa caído que se irguió como un Rambo para seguir dando pelea, al Massa incómodo que desordenó los planes de todos, llegamos a este candidato que ahora sus rivales están obligados a tomar en serio.

Este puede ser el momento de Massa, pero Macri tiene todavía ante sí un par de semanas decisivas para cambiar la disposición de las piezas en el tablero. Si Massa pudo revertir la adversidad, Macri también puede hacerlo. En principio abandonado la soberbia a la que le indujeron los porteños, y mostrando respeto por sus votantes, reconociendo errores y dando explicaciones. Exhibiendo convicción y energía, vocación de poder. A principios de este año, y medio en broma, Macri dijo en una reunión privada con residentes argentinos en Londres que si anticipaba sus planes de gobierno nadie lo votaría. Tal vez ahora la situación sea la inversa, y haya llegado la hora de poner las cosas sobre la mesa. Y no los globos, precisamente…

–Santiago González

 

Califique este artículo

Calificaciones: 5; promedio: 5.

Sea el primero en hacerlo.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *