México mira hacia el norte

Nota de archivoOriginalmente distribuida por la agencia Reuters. En una conferencia de prensa ofrecida en Caracas, el canciller Solana desmintió de inmediato el contenido de esta nota. Dos años después, México firmaría su adhesión al Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos y Canadá.

MEXICO DF (Reuter) — El presidente Carlos Salinas de Gortari será el gran ausente esta semana en Caracas, en un gesto que según observadores locales sanciona un cambio de sur a norte en la brújula de la política exterior mexicana.

En coincidencia con la asunción del nuevo gobierno de Carlos Andrés Pérez, la capital venezolana será escenario de un encuentro de presidentes del Grupo de los Ocho, que reúne a las principales democracias de América latina.

Por su parte, los jefes de estado y de gobierno de los países miembros del Sistema Económico Latino Americano (SELA) aprovecharán su presencia conjunta en Caracas para celebrar un “acto de unidad regional”.

El problema de la deuda externa y las perspectivas de la integración regional figuran en la agenda de ambos encuentros. México, integrante de los dos grupos, estará representado por su canciller Fernando Solana.

La decisión de Salinas de no viajar a Caracas, oficialmente justificada en la necesidad de atender asuntos internos, fue interpretada por los observadores mexicanos como una señal de que su política exterior no apunta precisamente al sur.

“Aunque sea para oponerse, México jamás había dejado de participar en este tipo de encuentros, más cuando se realizaron a nivel presidencial”, escribió Jorge Fernández en el matutino Unomásuno.

“En este caso, se trata de dejar explícito que nuestro camino es otro”.

El detonante del cambio de rumbo se remonta a comienzos de la década, cuando se desata la crisis de la deuda externa y se desploman los precios del petróleo, por entonces la principal fuente de ingresos del país.

Las autoridades mexicanas se vieron entonces ante dos opciones: insistir en los proyectos de integración regional con socios igualmente endeudados y empobrecidos, o acoplarse a las tendencias dinámicas de la economía mundial, con polos diversificados en los Estados Unidos, Europa y la Cuenca del Pacífico.

Con un comercio exterior orientado abrumadoramente hacia el mundo industrializado, con la suerte de su economía de hecho en manos de sus acreedores externos, y con una posición geográfica por arriba de la línea ecuatoriana, la elección no fue difícil.

México fue a la cabeza en la negociación ordenada de la deuda externa, fue el primero en obtener una reestructuración, el primero en lograr una reducción de las tasas de interés, el primero en aprovechar el descuento en el mercado secundario.

Al mismo tiempo puso en marcha los ajustes internos habitualmente recomendados por los organismos internacionales de crédito: privatización de empresas públicas, control de la inflación, apertura de la economía.

Todo ello marcó sin embargo un progresivo distanciamiento del resto de América latina.

México desestimó la decisión del presidente Alan García de limitar el pago de la deuda peruana, y con un préstamo acudió en auxilio de la Argentina, cuando una casi segura declaración de moratoria amenazaba con perturbar sus propias negociaciones.

México impulsó el Consenso de Cartagena, donde los deudores de América latina buscaron pautas comunes para encarar sus respectivas negociaciones, y fue uno de los promotores del Grupo de los Ocho.

Pero siempre jugó en esos foros un papel moderador cada vez que las posiciones de los más radicalizados parecían llevar las cosas al borde de la ruptura con los países del norte, según dicen diplomáticos sudamericanos.

Cuando el año pasado un alto funcionario de la diplomacia mexicana criticó públicamente la decisión, respaldada por su país, de suspender a Panamá del Grupo de los Ocho en medio de su enfrentamiento con Washington, simplemente se quedó sin empleo.

El Grupo de los Ocho -que junto a México y al suspendido Panamá, integran la Argentina, Brasil, Colombia, Perú, Uruguay y Venezuela- se formó a partir del llamado Grupo de Contadora, que durante años luchó por una paz negociada en América central.

Contadora, en el que México jugó un papel decisivo, sirvió de contención a las soluciones belicistas propuestas por el gobierno de Ronald Reagan, y provocó frecuentes rozamientos entre Washington y los mexicanos.

El gobierno estadounidense nunca pareció entender que México defendía con esa actitud sus propios intereses: una guerra generalizada en América central habría descargado sobre su territorio un aluvión de refugiados.

Durante una gira que realizó la semana pasada por América central, el canciller Solana dio virtualmente por concluido el papel de Contadora en la región.

“La solución de los problemas centroamericanos está ahora en manos de los propios centroamericanos”, dijo el viernes en Honduras.

La actitud de Solana refleja un nuevo tipo de relación entre México y los Estados Unidos, auspiciosamente iniciada con una reunión entre George Bush y Salinas en noviembre en Houston, cuando ambos no habían asumido todavía sus mandatos.

Los mexicanos acogieron como un signo alentador las declaraciones del secretario de estado James Baker y de otros funcionarios en el sentido de que México recibiría especial atención del nuevo gobierno.

Esperan además que el nutrido grupo de texanos que acompaña a Bush en la Casa Blanca contribuya -por lo que creen es su mejor comprensión de los asuntos mexicanos- a facilitar el diálogo entre los dos vecinos norteamericanos.

El otro foco de atención del gobierno de Salinas de Gortari se ubica al otro lado del océano, en Asia. “Abriremos nuevos y más amplios cauces de comunicación y relación con la Cuenca del Pacífico, en especial con Japón”, dijo el presidente en su mensaje inaugural en diciembre.

También aquí Salinas continúa una línea ya trazada por su predecesor. En abril, Miguel de la Madrid creó una comisión oficial encargada de promover los vínculos entre México y la cuenca.

Los analistas no ven posibilidades de un pronto reacercamiento de México con América latina.

“La asunción de Pérez en Venezuela y los probables triunfos electorales de Carlos Menem en Argentina y Leonel Brizola en Brasil indicarían un regreso al populismo en los grandes países de la región, con el que México poco tiene que ver”, dijo un comentarista.

Respecto de las relaciones con Japón, los analistas señalan que aunque las exportaciones mexicanas a ese país van en aumento, las inversiones niponas aquí cayeron en 1988 al cuarto lugar, detrás de los Estados Unidos, Alemania y Gran Bretaña.

“En los países endeudados no se puede recuperar la inversión, y debido a la inflación no se puede sacar dinero”, dijo recientemente aquí un alto funcionario comercial japonés. Pero consideró que la política económica de México era promisoria.

En cuanto a los Estados Unidos, el nuevo gobierno parece ver el problema de la deuda como una amenaza a la estabilidad social en México, y por consiguiente a su propia seguridad, y así puede esperarse que opte por darle un tratamiento político.

“Pero los Estados Unidos como país no representan una entidad homogénea, y lo que en un momento dado desea hacer el gobierno se topa y muchas veces se confronta con el Congreso, la opinión pública y diversos grupos de poder”, señaló en una reciente entrevista el analista Jorge Castañeda.

–Santiago González

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