Medios y drogas

En los 80 más discretamente pero en los 90 de manera descarada los medios que buscaban atraer a un público joven hablaban de la droga con apenas disimulada benevolencia. Como escribió la columnista Fernanda Sández en La Nación, “más allá del desmantelamiento social que a partir de los 90 dejó fuera de todo a millones de argentinos, hubo otro proceso -casi simultáneo- de validación del narco y su cultura.” Era común que conductores, animadores y periodistas, de esos que manejaban los códigos y el argot de los chicos rebeldes de buena familia, hablaran de porros y de ravioles, de viajes y aspiraciones entre risitas cómplices y guiños a la audiencia. “Así, si consumir era ‘piola’, con el tiempo vender (a macro o microescala) se tornó, de a poco, menos condenable”, agregó Sández. Al amparo de la actitud tolerante sembrada por los periodistas de páginas progres, por los conductores rock and pop, se fueron instalando en la Argentina algunas organizaciones criminales, incluso algunas franquicias mexicanas, colombianas, bolivianas o peruanas, con el propósito de desarrollar aquí el negocio de la droga en gran escala. Ahora es el momento para una nueva vuelta de tuerca mediática: la idealización del criminal narco, inducida por series popularísimas como “El patrón del mal”, y su larga caravana de imitaciones hasta llegar a la más reciente “El señor de los cielos”. La confusión que siembran estos programas es tan grande que el poco avisado sacerdote Juan Carlos Molina, jefe de uno de los organismos del estado tendientes a combatir el consumo de narcóticos y atender sus secuelas, llegó a decir que el famoso narco colombiano Pablo Escobar era “un poco como Robin Hood” porque repartía dádivas a los habitantes de los lugares donde vivía para asegurarse su protección, una práctica que los carteles reproducen en todas partes. Los medios banalizan desde hace tiempo el consumo de drogas, y ahora sus ficciones no muestran al narco como un delincuente antisocial sino que más bien lo explican desde su propia lógica de traficante. Nunca conectan debidamente el chiste del porrito con el chico que se quema la cabeza con paco, ni la fascinante vida aventurera del narco con los sicarios que se tirotean en la plaza donde llevamos a nuestros hijos. –S.G.

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