Algo más que seguir tirando

En la capital federal Horacio Rodríguez Larreta obtuvo más votos para la jefatura de gobierno que Mauricio Macri para la presidencia de la nación; en la provincia de Buenos Aires, María Eugenia Vidal consiguió mayor respaldo para su aspiración de convertirse en gobernadora que Macri para su ambición presidencial. La capital y la provincia representan los distritos donde tanto Macri como su partido son más conocidos, por contigüidad geográfica y mediática. Donde conocen a Macri y están informados sobre la gestión del PRO, los ciudadanos están más dispuestos a confiarle a su partido la administración de los asuntos locales que a él mismo el trazado de las grandes líneas de gobierno nacionales. Esto es exactamente lo contrario de lo ocurrido en Córdoba, cuyos votantes respaldaron abrumadoramente la pretensión del gobernador José Manuel de la Sota de conducir los destinos del país, y lo hicieron en proporción muy pareja a la obtenida el mes pasado por su correligionario Juan Schiaretti, quien lo sucederá en el cargo a partir de diciembre. Ese respaldo a De la Sota se percibió también en algunos distritos vecinos a la provincia mediterránea. Resumiendo: quienes conocen a De la Sota están más dispuestos a llevarlo a la Casa Rosada que quienes conocen a Macri.

* * *

La memoria popular tiene grabadas a fuego experiencias extremadamente traumáticas por las que jamás querría volver a pasar: las hiperinflaciones de Raúl Alfonsín en la década del 80, las privatizaciones y la apertura económica dispuestas sin red de contención social por Carlos Menem en la década del 90, y la confiscación de ahorros decidida por Eduardo Duhalde en la primera década del siglo. Estos episodios, a los que debería agregarse legítimamente la violencia política de los 70, constituyen algo así como la suma de todos los miedos que obran en la conciencia del votante. Algunos los han experimentado en carne propia, otros los conocen de oídas, de boca de sus padres. Con excepción de aquella elección inaugural de 1983, el argentino del común va a las urnas con miedo porque recuerda que cada vez que arriesgó se equivocó, y sufrió literalmente las consecuencias. Acobardado, tiende a evitar los cambios, convencido de que así protege lo poco que tiene, aunque cada vez sea menos y más precario. Le aterra lo inesperado, lo que descoloca, lo que paraliza. El kirchnerismo ha provocado todas las mismas calamidades que el ciudadano teme: alta inflación, destrucción de empleo, confiscación de ahorros, inseguridad y violencia, pero lo ha hecho de una manera gradual, lenta, que le permite a la gente corregir sus estrategias de supervivencia, acomodarse, seguir tirando. Las calamidades se naturalizan, pierden su impacto traumático, se vuelven, casi, socialmente imperceptibles. Parecen fatalidades, como los accidentes de tránsito. La gente afirma en las encuestas que le va bien.

* * *

“Seguir tirando”, es hoy la expectativa media del argentino medio, atenaceado por el miedo, pero también adormecido por la indolencia y la banalidad, según la generación a la que pertenezca. Las revelaciones escandalosas de la prensa, las operaciones mediáticas en contra del gobierno kirchnerista, han demostrado ser contraproducentes: acentúan el temor, encogen la disposición al cambio, incentivan la desconfianza y el recelo. “El miedo no es zonzo”, dicen unos. ¿Por qué votar algo distinto? Los que no conocen a Daniel Scioli conocen el kirchnerismo, del cual el gobernador afirma ser parte. “Más vale malo conocido…”, agregan los indolentes; unos y otros creen que el peronismo, como Dios, aprieta pero no ahorca. De veras lo creen. “Cambiemos”, le dice el político al ciudadano temeroso, al indolente. “Está bien”, responde el interpelado. “Pero dígame hacia dónde, dígame cuáles van a ser mis costos, y dígame cuáles van a ser mis beneficios. Prométame, y comprométase. Incluso hasta le acepto que me mienta un poco, pero hable. Dígame algo. Con Scioli estoy seguro de poder seguir tirando, demuéstreme que tengo una opción. Haga que mi esperanza sea más fuerte que mi miedo, arránqueme del letargo, de la trivialidad, propóngame una épica, aunque sea modesta, una vida que merezca ser vivida. Eso es liderazgo. ¿O no lo es?”

* * *

Elisa Carrió tiene razón cuando dice que no hay dos opciones para enfrentar a Scioli. Las primarias de agosto mostraron que si la oposición no aglutina sus votos el gobernador bonaerense tiene prácticamente asegurada la presidencia en primera vuelta. También mostraron que Macri quedó mejor posicionado que Massa para encabezar el reto, de modo que más tarde o más temprano deberá haber algún tipo de transacción entre ambos dirigentes para unir fuerzas. Difícilmente sus respectivas ambiciones presidenciales puedan sobrevivir a una derrota en octubre, y esto lo saben los dos. Massa, por ser más joven, es el que más tiene que perder. Sin embargo, aunque las cúpulas del PRO y del Frente Renovador tengan la grandeza suficiente como para dejar de lado sus egos, resignar pretensiones, y allanarse en beneficio de la unidad, todavía les faltará dar el paso más importante: ganarse la voluntad de los votantes. Los acuerdos en la cima no necesariamente determinan los comportamientos en la base. Para conquistar al electorado, para atraerlo, para seducirlo, para hacerle quebrar la barrera del miedo e incitarlo a lanzarse a lo desconocido, Macri deberá hablar, deberá abandonar las generalidades con las que procura no ofender a nadie, tan iguales a las que profiere Scioli, y ser claro y preciso sobre sus propósitos, explicarle al ciudadano escaldado por la historia los costos que tendrá que afrontar, y cuáles serán los beneficios que recibirá a cambio, y cuándo. De la Sota recibió el respaldo casi cariñoso de sus comprovincianos porque los cordobeses saben muy bien qué es lo que el gallego quiere hacer con el país: se los ha dicho cien veces, con todas las tonadas de su tierra. Macri no recogió ese mismo respaldo porque nadie sabe qué se propone, ni cómo espera lograr eso que no dice, lo que acentúa el recelo, la desconfianza, el miedo.

–Santiago González

Califique este artículo

Calificaciones: 3; promedio: 5.

Sea el primero en hacerlo.

3 opiniones en “Algo más que seguir tirando”

  1. En la Argentina no hay planes de gobierno. No hay consenso para mantener un rumbo en el tiempo. Tampoco hay plataformas. Cada cambio de color de gobierno implica una enorme incertidumbre que suele terminar en más de lo mismo: nuevas reglas e imposiciones que se suman a las anteriores para hacer de la vida cotidiana algo cada vez más complicado. Tras el golpe de 2001 se derogó la convertibilidad pero se mantuvo el impuesto al cheque. Hoy, en 2015, seguimos estando en “emergencia económica” desde 2002, a pesar de los años de altísimo valor de la soja, la “década ganada” y las “tasas chinas”. Salvo excepciones, las medidas que se toman son precarias, y apuntan a fortalecer al gobierno en el poder durante los siguientes 4 años, para extender la beca de la democracia unos 4 años más. Es comprensible que la mayoría vote por dejar todo como está, aunque esté roto, abandonado, venido a menos. El cambio suele traer mayores gastos y dejar las cosas exactamente, o peor, de como estaban.

  2. Yo creo, sin embargo, que es ese miedo al cambio lo que ha resultado fatídico. El reelegir gobiernos desgastados y sin nuevas propuestas ha he hecho estirar la cuerda. En vez de mantener un balance entre los candidatos, se lleva un gobierno al extremo hasta que salta todo por el aire. Creo que la reelección ha causado más daño del imaginado.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *