El discurso del método

Es difícil no estar de acuerdo con las propuestas de Macri, lo difícil es verlas respaldadas en sus actos de gobierno

Luego del inapelable respaldo obtenido en las elecciones legislativas Mauricio Macri se atrevió a pronunciar el que probablemente haya sido su discurso más programático desde que llegó a la presidencia, lo que no quiere decir que haya abundado en precisiones de ninguna especie. Pero al menos señaló un rumbo. Esencialmente dijo que si la Argentina quiere revertir la marcha declinante que mantiene desde hace casi un siglo tiene que dejar de hacer, o hacer de otro modo, las cosas que viene haciendo mal, que son más o menos las mismas cosas que los ciudadanos atentos entienden que se están haciendo mal. Macri habló ante un auditorio que reunió a lo más encumbrado del establishment argentino: políticos, legisladores, jueces, gobernadores, empresarios, sindicalistas, responsables de medios, muchos de los cuales no habrían desentonado como compañeros de cuarto del ex ministro Julio de Vido. Y no tuvo el menor reparo para decirles en la cara más o menos las mismas cosas que los ciudadanos atentos les habrían dicho. En consecuencia, es muy difícil que los ciudadanos atentos puedan no estar de acuerdo con lo dicho por el presidente en esa alocución, aunque algunos piensen que llegó dos años tarde. Macri inició su exposición de 40 minutos bajo la consigna de “terminar con la pobreza” y la terminó con una incitación a dar “pasos cada vez más consistentes para acercarnos a una Argentina posible y maravillosa, sin distinciones ni privilegios, pero con oportunidades para todos”. Como para que no quedaran dudas, lo repitió: “Sin distinciones ni privilegios, pero con oportunidades para todos.”

Entre un extremo y otro, el mensaje presidencial tuvo dos momentos. En el primero Macri se refirió a las condiciones necesarias para el desarrollo de su programa, poniendo el énfasis en una suerte de recreación del afecto societatis entre los argentinos. “La manera de vincularnos es tan importante como los resultados”, dijo, y reclamó un tipo de relacionamiento entre los actores sociales basado en la verdad, la confianza, la buena fe, los vínculos duraderos, el diálogo genuino. Exhortó a los sectores privilegiados a “ceder un poco en beneficio del conjunto”, y los acusó de alentar “un rechazo al cambio, reaccionario y conservador” para conservar sus prerrogativas. Llamó también a rechazar las teorías que justifican el fracaso argentino en imaginarias conspiraciones internas o externas, e insistió en que los únicos responsables de las cosas que les pasan son los propios argentinos. Propuso finalmente abandonar tanto la mirada melancólica respecto de lo que alguna vez fuimos como la mirada derrotista que nos considera condenados al fracaso y dirigir las expectativas hacia el futuro. “Somos la generación que está cambiando la Argentina para siempre”, dijo como intentado infundir un sentido de identidad y pertenencia en su auditorio. “Es ahora o nunca”, agregó como intentado transmitirle además un sentido de urgencia.

El segundo momento del discurso es el que la prensa recogió con mayor amplitud. En él, el presidente describió tres áreas principales en las que consideró necesario alcanzar consensos básicos para ordenar y encauzar el país hacia el objetivo planteado de eliminar la pobreza: la responsabilidad fiscal, la creación de empleo, y la calidad institucional. Esas tres áreas servirán para ordenar mesas de discusión y de consenso con los sectores involucrados, de las que deberan surgir los instrumentos necesarios para alcanzar los fines propuestos. Esto es novedoso: el gobierno propone las metas, pero deja en manos de los actores sociales la responsabilidad de escoger las herramientas, una manera de comprometerlos, de reafirmar que el esfuerzo es de todos, de los actores permanentes, no sólo de un gobierno circunstancial. Como para que fueran entendiendo lo que se espera de ellos, éste fue el momento de su discurso que Macri aprovechó para cantarles cuatro frescas a esos actores: a los empresarios les reprochó una mayor disposición a “arrancar privilegios” al Estado que a “aportar a la sociedad”; los llamó a competir, evitar la cartelización, transparentar los mercados, cuidar de sus empleados, de sus consumidores y del ambiente, abrirse al mundo y avanzar en la exportación. “No es posible salir de la pobreza sin exportar”, dijo; a los sindicalistas los acusó de lucrar con las obras sociales; a los gobernadores les recriminó no controlar el gasto, y a los legisladores alimentar la nómina de empleados estatales inútiles; a la justicia, tal vez la crítica más pueril, le echó en cara las licencias, el horario de trabajo y las vacaciones, la demora en terminar las causas, el atraso tecnológico y el agravante de redactar “en un español antiguo”.

El presidente fue igualmente crítico respecto del aparato del Estado. Al hablar de responsabilidad fiscal asentó dos cosas importantes: la primera, el imperativo de equilibrar las cuentas públicas, esto es, de no gastar más que lo que se recauda, porque eso conduce a la emisión o el endeudamiento, en definitiva a la inflación que anula el ahorro; la segunda, la necesidad de simplificar y reducir la carga impositiva. Equilibrio fiscal más rebaja de impuestos es igual a achicamiento del Estado, y en este sentido Macri dio dos indicios de otros tantos rumbos de acción previsibles: aludió al exceso de personal en la Biblioteca del Congreso y propuso una “discusión madura y honesta” sobre el sistema previsional. En otras palabras, si se quiere poner las cuentas públicas en orden hay que reducir drásticamente la plantilla de empleados públicos, y hay que someter a examen el Estado de bienestar que la Argentina se dio a sí misma en tiempos más prósperos y que no sólo se niega a revisar sino que ensancha continuamente con la invención de nuevos “derechos”, coberturas y protecciones.

Al llegar a los últimos tramos de su mensaje, en buena medida motivacional pero que en ninguna ocasión incluyó la palabra Patria o Nación, el presidente se atajó de la acusación de que su propuesta de un país ordenado carecía de épica. “¡Qué mayor épica que la de una comunidad que puede desarrollarse más allá de los límites que creía tener!”, exclamó. “¡Que mayor aventura que la de cambiar, de mejorar lo mejorable! ¡Qué mayor entusiasmo que el de tomar en sus manos las riendas de su destino!” Como se dijo al comienzo, es difícil que el ciudadano atento pueda estar en desacuerdo con las propuestas del presidente. El único inconveniente lo planteó el propio Macri, cuando aludió al valor del ejemplo. “No hay nada más potente que dar el ejemplo”, dijo. Bueno, en dos años de gobierno de Cambiemos no hemos visto muchos ejemplos en la dirección de su mensaje, y sí más bien en la dirección contraria. Como mostró una nota periodística, su gestión tuvo responsabilidad compartida en el incremento del personal de la Biblioteca del Congreso… y de muchas otras reparticiones estatales. Y el gobierno de la ciudad capital, de su propio signo político y conducido directamente por él mismo durante dos períodos, es un compendio de todo lo que los ciudadanos atentos detestan y que el presidente repudió en su discurso, empezando por los impuestos abusivos, el capitalismo de amigos, y el manejo discrecional de los fondos públicos. “Si Macri habla en serio, Larreta debería estar temblando”, comenté vía Twitter mientras lo escuchaba. Ahora, si Larreta no tiembla… ¿deberían temblar los convocados a las mesas de concertación?

–Santiago González

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