La violación de la mente

Por Gabriela Bustelo *
Este desaforado octubre de 2017, mientras España sufre en modalidad reality show la animosidad del secesionismo catalán, conviene recordar que todos los gobiernos españoles han negociado sus mezquindades políticas con las autonomías más potentes ―País Vasco y Cataluña― que, conscientes de su capacidad de presión, han acabado tratando al país propio como un enemigo risible. Mientras los dirigentes del PP y el PSOE ejercían como alegres comparsas del catalanismo, aceptando desmán tras desmán a la porfiada autonomía, la máquina secesionista trabajaba a pleno rendimiento, manipulando mediáticamente a los adultos ―en especial con el canal público TV3― y adoctrinando a los niños con libros de texto donde ‘Catalunya’ aparece desde hace ya años como un país de la Unión Europea equiparable a Reino Unido, Francia, Alemania o Italia. La disparatada farsa que España protagoniza este octubre de 2017, ante un incrédulo público mundial, jamás se habría producido sin una voluntad sistemática y deliberada por parte de los partidos nacionales, compinchados durante casi 40 años con sus homólogos autonómicos. La manifestación del 8 de octubre en Barcelona ha sido el punto de giro de un relato que se ha quedado sin argumento al chocar de frente con el mundo real. El espectáculo de Puigdemont el jueves 26 ―elecciones a las 13h30, DUI a las 15h00, elecciones con independencia a las 16h00 y vuelta a la primera casilla las 17h00― demuestra que el director de la película secesionista ha descubierto a mitad del rodaje que el guión es muy malo. Pero Puigdemont sabe que el cine ―como la propaganda― se fabrica en la sala de montaje. Por eso el viernes 27 de octubre declaraba una independencia tan mediática como el propio referendo, también ilegal y punible como acto de rebelión con 30 años de cárcel.

La crisis catalana es la exhibición mundial de los problemas de identidad de una parte sustancial de la izquierda española. Pero la curación precisa un psicoanálisis nacional, pues el subconsciente franquista adicto a la mentira lo comparten millones de españoles de izquierdas y de derechas. Los partidos políticos y los medios de comunicación han colaborado durante décadas en sostener la corrupta farsa secesionista, como demuestra la impunidad de Jordi Pujol. El grado de libertad y democracia de un país no depende solo de la limpieza de sus instituciones, sino también del nivel de libertad mental de sus habitantes. El psiquiatra holandés Joost Meerloo escribía a mediados del siglo pasado que “las sociedades totalitarias como la Alemania nazi, la Unión Soviética y la China comunista fueron muy eficaces con sus programas de control del pensamiento”. Durante la ocupación nazi de su país, Meerloo huyó a Estados Unidos, donde en 1956 publicaba un manual sobre propaganda y manipulación titulado La violación de la mente. En su libro ―superventas a mediados del siglo XX y hoy considerado un clásico― aseguraba que “Quien tiene bajo control la prensa y la radio, quien nos dicta las palabras y las frases que usamos, es dueño de nuestra mente”. El autor holandés parecía estar hablando de Cataluña al afirmar que “Todo lugar donde el pensamiento se halla aislado, sin interactuar libremente con otras mentes, es idóneo para la manipulación, pues la confrontación consciente de la información con la realidad se ve obstaculizada”.

Las víctimas de un lavado de cerebro deben ser sometidas a una desprogramación, pues pueden transcurrir décadas desde la captación y el aislamiento hasta el adoctrinamiento definitivo mantenido con un bombardeo diario de consignas. El estado de impotencia mental es tal que el adepto depende por completo de las decisiones del líder ―o líderes― del grupo destructivo. En España existen tratamientos de desprogramación capaces de liberar a un miembro de una secta, pero el procedimiento es individual, es caro y quien lo recibe suele hacerlo de manera voluntaria. La desprogramación masiva necesaria para desenganchar del secesionismo a cientos de miles de catalanes ―algunos adoctrinados durante toda su vida― debería ser pionera y gratuita, pues ha sido el propio Estado español quien ha financiado su lavado de cerebro. Se trataría de un tratamiento multitudinario para curar a cientos de miles de catalanes captados por los líderes de la secta secesionista hace 35 años, con el agravante de que las víctimas terminales del soberanismo no saben que lo son, por lo que no creen necesitar terapia alguna.

* Escritora y periodista española, columnista del sitio Cuarto Poder. Su último libro, en coautoría, es La vicepresidenta (Esfera, 2017)

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