El GOP ahora es de Trump

Por Pat Buchanan *

“El momento nos exige algo más que poner nuestros pensamientos por escrito”, declamó Jeff Flake en su oración contra el presidente Trump antes de anunciar que abandonaría el Senado. Aunque el título de su impugnación de agosto contra Trump, “La conciencia de un conservador”, lo había tomado prestado de Barry Goldwater, Jeff Flake no es ningún Barry Goldwater.

Goldwater se enfrentó al establishment del GOP1, votó contra la ley de Derechos Civiles de 1964, declaró desafiante que “el extremismo en defensa de la libertad no es inmoral”, y se encaminó hacia la derrota sin dejar de pelear, hasta que el asesinato de Kennedy volvió a Johnson invencible.

El verdadero “Señor Conservador” mostró un auténtico perfil de coraje.

Flake, que apenas tiene un 18 por ciento de aprobación en Arizona, decidió protegerlo antes que incendiarse en su propia primaria. Como Falstaff, Flake parece creer que “la prudencia es la mejor parte del valor.”

El senador Bob Corke es otro soldado de verano que incita a sus colegas a ponerse firmes y combatir a Trump mientras él se retira a Tennessee.

No sorprende que el establishment sea objeto de tantas burlas.

Flake dice que Trump es “un peligro para nuestra democracia”. Pero la verdadera amenaza de Trump es para el establishment del GOP y su control sobre la agenda del partido y sobre el destino del partido.

Es cierto que la política estadounidense se ha vuelto enconada, y que Trump ha tenido un papel decisivo en eso. Sin embargo, debajo del salvajismo de esta guerra incivil dentro del partido hay algo más que insultos personales y choques de personalidades.

Aquí hay una lucha política, acerca del futuro. Y Trump es presidente porque supo leer correctamente el partido y el país, mientras que el establishment republicano de Bush y McCain perdió el contacto con uno y otro.

¿Cómo pudo el “círculo rojo” del GOP no advertir que sus políticas definitorias –fronteras abiertas, amnistía, libre comercio globalista, intervención militar compulsiva en tierras extrañas con fines ideológicos– estaban enajenando su coalición?

¿Cuál fue el saldo de un cuarto de siglo de libre comercio a la Bush? Unos 12.000 billones de dólares2 de déficit comercial (de los cuales 4.000 billones sólo con China), la pérdida de 55.000 fábricas y de seis millones de puestos de trabajo obrero. Importamos productos “Made in China”, al tiempo que exportamos nuestro futuro. Las élites norteamericanas hicieron nuevamente grande a China, al punto de que Beijing ahora desafía nuestra posición estratégica y nuestra presencia en Asia. ¿Acaso los republicanos no podían ver que las fábricas cerraban, ni podían entender por qué los salarios de los trabajadores no crecían desde hacía décadas?

¿Y qué lograron las cruzadas democráticas “para terminar con la tiranía en el mundo”? Miles de muertos norteamericanos, decenas de miles de heridos, billones de dólares desperdiciados, y un oriente medio bañado en sangre desde Afganistán a Irak, Libia, Siria y Yemen, con millones de desplazados y sin hogar. Y sin embargo, todavía, el establishment del GOP no ha repudiado el marco de ideas que produjo esos resultados. A más de un cuarto de siglo de terminada la guerra fría, ¿qué sentido tiene que los Estados Unidos, endeudados en unos 20.000 millones de dólares, salgan ahora por el mundo en busca de monstruos que destruir?

Pensemos. Las “fronteras abiertas” de Bush y Obama permitieron el ingreso, legal e ilegal, de decenas de millones de personas del tercer mundo, frente a la resistencia creciente de los norteamericanos obligados a soportar el costo económico y social. ¿Cuál fue la respuesta del establishment del GOP a quienes se oponían a una aministía para los ilegales y reclamaban una moratoria en la inmigración legal a fin de poder asimilar a las decenas de millones que ya están aquí? Acusarlos de xenófobos y refregarles su superioridad moral.

Flake y Corker son beatificados por las élites del “círculo rojo”, y George W. Bush y John McCain celebran su denuncia del trumpismo. Sin embargo, no hay dos personas con mayor responsabilidad en los desastres de la posguerra fría que McCain y Bush. ¿Respecto de cuál de la media docena de guerras tuvieron razón?

El jueves, el New York Times reconoció el triunfo de Trump: “A pesar del fervor de los opositores republicanos al presidente Trump, el nacionalismo contundente que lo caracteriza –con sus apelaciones viscerales y su línea dura en materia de comercio e inmigración– está echando raíces en su partido de adopción.”

Y entonce surge una nueva pregunta.

¿Acaso piensa el establisment del GOP que si Trump fracasa, o si logran derribarlo, sus miembros van a quedarse con la herencia y ser recibidos como el Hijo Pródigo? ¿Imagina acaso que su vieja agenda de fronteras abiertas, amnistía, libre comercio globalista y cruzadas democráticas puede volver a ser la agenda de los Estados Unidos?

El trumpismo no es un desvío, superado el cual todos podemos retomar la autopista hacia el Nuevo Orden Mundial. Aunque no sea grato, es justo reconocer que si hubo un deseo común a los votantes de Bernie Sanders, Ted Cruz y Donald Trump fue el de librarse del régimen que pesaba sobre nuestras cabezas.

Si Trump cayera, y un establishmet restaurado intentara volver a imponer sus viejas políticas, tendríamos una auténtica guerra incivil en este país. De la revuelta trumpiana no hay retorno. Como dijo Thomas Wolfe, el más norteamericano de los escritores norteamericanos, “No se puede volver a casa.” Durante años se le ha dicho eso a los tradicionalistas. Ahora le toca al establishment del GOP digerir esa verdad.

Goldwater fue derrotado por paliza, pero el establishment que lo abandonó nunca pudo recuperar su capital político. El futuro le pertenecía a esos líderes que ellos aborrecían, Richard Nixon y Ronald Reagan.

* Ex asesor de los presidentes Richard Nixon, Gerald Ford y Ronald Reagan, aspirante a la presidencia de los Estados Unidos en 1992 y 1996.

© Patrick J. Buchanan.
Versión castellana © Gaucho Malo.

  1. Grand Old Party, el Partido Republicano (N. del T.) []
  2. Equivalentes a 12 trillones en inglés. (N. del T.) []

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