El sopor de las tardes veraniegas no tolera sino trabajos rutinarios, de esos que no fatigan la sesera aturdida, tales como adelantar la tarea inacabable de ordenar los libros y los discos. Así fue como me encontré con el jesuita alemán Bernardo de Havestadt, autor de una serie de canciones misionales cuyos títulos extraños (“Kad Vürenyeve”, “Ventenlu”, “Quiñe Dios”) nada tenían de germanos. Bernardo se había ordenado sacerdote en 1743, y en cumplimiento de una misión vino a parar a Buenos Aires a fines de 1747. Sin embargo no era éste su destino final: a mediados del año siguiente emprendió un penoso viaje a través de las pampas y cruzó la Cordillera para sumarse a un centenar de jesuitas alemanes enviados como misioneros a la Capitanía General de Chile, dependiente, como el Plata por entonces, del virreinato del Perú. Además de su vocación religiosa, llevaba consigo una destreza natural y un gusto particular por los idiomas. Fue asignado a una zona entre Concepción y Valdivia, al sur del Bio Bio, donde otro miembro de la orden, Francisco Javier Wolfwisen, lo introdujo en el conocimiento del idioma indígena. A partir de 1751 recorrió intensamente el territorio meridional trasandino, hasta la isla de Chiloé, y quedó deslumbrado con el habla local. Compuso canciones religiosas en el idioma recién aprendido, aunque con melodía alemana, y se abocó de lleno a la preparación de una obra erudita sobre la lengua indígena. La escribió en castellano, pero no había llegado a imprimirla cuando Carlos III de España decidió en 1767 expulsar a la orden jesuítica de todos sus dominios. El padre Bernardo volvió a Alemania con su manuscrito, lo tradujo al latín, y lo publicó, primero en Colonia y luego en Münster, con el ambicioso título de Chilidúģu sive res Chilenses vel Descriptio Status tum naturalis, tum civilis, cum moralis Regni populique Chilensis, inserta suis locis perfectae ad Chilensem Linguam Manuductioni. Allí declara Bernardo: “Habiendo recorrido la gramática de las lenguas alemana, latina, griega, hebraica, española, francesa, italiana, flamenca, inglesa, portuguesa, y la de los indios del reyno de Chile … la que me parece la más fácil, elegante y copiosa es la de los indios de Chile”. Y en otra parte: “Cualquiera que conozca el idioma chileno verá otros idiomas como desde la altura de una atalaya. Permite reconocer claramente cuánto tienen de superfluo, cuánto les falta, y así sucesivamente, y decir con razón a cualquiera que no sea chileno: si su idioma es bueno, el chileno es superior”. Es innecesario aclarar que el padre Bernardo se refiere a la lengua de los mapuches, a los que identifica sin dudas ni restricciones como chilenos. Y vale la pena tomar nota de que su texto habla siempre de una “lengua chilena” (chilidúģu), nunca de una “lengua mapuche” (mapudúģu o mapudungún). Para el jesuita, chileno y mapuche son sinónimos. En tiempos en que Bernardo recorría la zona meridional de Chile, la migración mapuche hacia el este ya se había iniciado y el proceso de araucanización de la Patagonia estaba en marcha, pero en los textos del sacerdote es difícil encontrar esa referencia territorial, conocida desde antiguo y habitual en los documentos coloniales, asociada a los mapuches. –S.G.
Estimado Gaucho Malo!
Que encuentro más bello entre libros y discos en la biblioteca y esa profunda descripción de este Jesuita alemán reconociendo la pureza y forma del mapuche… llamándolo chileno porque allí se encontró con esta joya lingüística y pudo transmitirnos qué idioma completo, directo y naturalmente bonito había tocado en el mismo sentirse en ese sonido y forma elegante y copiosa desde la altura de un atalaya.
Un poeta encontrando su música y uniendo su espíritu a través de un idioma nuevo a estos “chilenos” los llama el! Precioso él y lo que transmite usted.
Esta nota es como una dimensión nueva descubierta en esta lectura pues comparte su paso con nosotros -hasta alude a su sesera- y deja imaginar sus manos rápidamente guardando nuevamente todo un poco más prolijo… y entonces, inesperadamente el encuentro de este pedazo de historia publicada en Alemania!
Muchísimas Gracias. MarciaB
No entiendo el por qué de la nota. Los del otro lado de la cordillera siempre miraron con hambre para el lado del Atlántico y sus conductas siempre han estado orientadas a la ayuda de nuestros enemigos. Recordemos la asistencia a la flota inglesa cuando Malvinas.
Creo que hasta la fecha la ÚNICA persona que ha analizado con realismo la conducta de nuestros vecinos ha sido el Gral. Roca, cuya campaña militar hacia el sur permitió terminar con los malones que llegaban hasta el sur de la Pcia. de Bs. As. para pasar luego el ganado a Chile que posteriormente era embarcado hacia la India para alimentar las tropas inglesas que ocupaban ese territorio. Con uno cuantos “Gral. Roca” hubiésemos asegurado territorio desde el sur de Bs. As. a la Antártida, manteniéndonos de nuestro lado y el Beagle sería completamente nuestro.
Es que hoy los hombres ya no vienen como antes, cuando querían ser abogados, médicos, militares, marinos, aviadores, maestros,
Hoy “mueren” por ser influencer, modisto, peluquero fashion, diseñador de modas, manequeen, etc…
La nota no tiene que ver con las pretensiones chilenas sobre la Patagonia argentina sino con las pretensiones de los mapuches secesionistas de ser habitantes originales de la región. El testimonio del padre Havestadt no respalda ese reclamo, y más bien lo desautoriza.
Asi lo interprete yo.
“indios” y “chilenos” ?….