Los héroes del cambio

El gran enigma es si el gobierno escucha el reclamo de la sociedad, o atribuye su triunfo a la genialidad de sus campañas

En un reportaje reciente, el ensayista Juan José Sebreli sostuvo que “el gran enigma de la Argentina es la sociedad, no los políticos”. Sin embargo, por segunda vez en el plazo de dos años la sociedad argentina hizo saber claramente que no quiere volver atrás y que reclama un cambio. Al revés de lo que piensa Sebreli, el gran enigma es si los políticos escuchan realmente la demanda de la sociedad, que se expresa en términos generales en una consulta electoral como la del domingo, pero también, en términos puntuales, en el aguijoneo cotidiano de los mensajes que atraviesan las redes sociales. El gran enigma es si los políticos creen que el resultado electoral es consecuencia de sus geniales estrategias de campaña o comprenden que la gente piensa por su cuenta y aprovecha el voto para expresar ese pensamiento.

Este diálogo virtual ejemplifica en dos líneas las perspectivas diferentes que separan a los gobernantes de los gobernados y alimentan el gran interrogante nacional: En su mensaje de victoria, el presidente Mauricio Macri prometió continuar su empeño por “sacar a todos los argentinos de la pobreza”. Y un tuitero respondió: “Macri, vos no nos vas a sacar de la pobreza, sólo sacanos la pata de encima y nosotros solitos nos sacamos de la pobreza.”

La sociedad tuvo en 2015 la decisión y el coraje de romper con arraigados patrones de conducta política, con tradiciones e incluso con prejuicios, y saltar sin red para dar su apoyo a una propuesta relativamente inédita. Dos años después, resulta evidente que “los políticos” (así dice Sebreli, aunque tal vez sería más propio hablar de “la clase dirigente”) no le han respondido a la sociedad en proporción equivalente a aquel gesto audaz. Se podría decir que la sociedad se aplicó a sí misma un tratamiento de shock, mientras que sus dirigentes prefirieron seguir el camino más confortable del gradualismo, nada de cosas drásticas sino más bien ir de a poco.

Como siempre, los políticos, o la clase dirigente, se las arreglan para justificar sus decisiones con elevados argumentos y nobles propósitos. Así, fundamentaron su enfoque gradualista en la conveniencia de evitar a la sociedad dolorosos estremecimientos y penurias evitables. Pero al cabo de dos años de gobierno, los cambios efectivamente practicados han sido tan exiguos que uno tiene la sospecha de que el enfoque gradualista esconde una cierta incapacidad (o falta de voluntad) para imaginar alternativas: “Sigamos haciendo lo que se hacía antes, y en todo caso vamos viendo”.

Puedo imaginar los gestos ofendidos de la aguerrida militancia cambiemita: “No me va a comparar…” Y sí, esa comparación es la que juega a su favor, y seguirá haciéndolo mientras persista la memoria del kirchnerismo. Cualquier cosa que se le compare necesariamente será mejor, sin más esfuerzo que el de no violar groseramente la ley.

Pero: la gran bonanza económica prometida en el 2015 no se produjo, y hoy estamos celebrando recuperar niveles de producción, consumo y empleo similares a los del 2014; por cierto hay horizontes infinitamente mejores para el campo y la agroindustria, que si bien es la principal fuente de divisas del país, no es su principal fuente de empleo, y si bien derrama su crecimiento sobre muchos otros sectores, ese derrame demora mucho en hacerse sentir en los grandes centros urbanos; el déficit fiscal continúa en niveles insostenibles, que el gobierno agrava extendiendo hacia la clase media los planes sociales del kirchnerismo, bajo la forma de empleo público innecesario, subsidios y programas de fomento; ese déficit, por definición improductivo, se financia tomando deuda, interna y externa, y con inflación que se disimula con más deuda; el capitalismo de amigos persiste, con algunos amigos nuevos, sin algunos amigos viejos y, en general, con los amigos de siempre; el gobierno todavía no definió una política industrial ni una política energética ni una política de transportes ni una política demográfica ni una política de vivienda ni una política de comunicaciones; no puede decirse que tengamos una política exterior ni que haya habido cambios significativos en justicia, ni en derechos humanos, ni mucho menos en salud o educación; todo el aparato cultural, incluidos los medios estatales, sigue en manos de la izquierda. Tampoco hay política de defensa ni política demográfica, pero sí hubo cambios en seguridad: aunque algunas actitudes, decisiones y alineaciones suyas no me son simpáticas, debo reconocer que Patricia Bullrich está, casi en solitario, a la altura de su rango ministerial.

Con tan pocos logros para mostrar, a los que habría que sumar algunas obras públicas que vienen a subsanar retrasos de décadas, vale decir que están dictadas por la urgencia y no implican planificación estratégica alguna, en estas elecciones legislativas el oficialismo revalidó inequívocamente su mandato a lo largo y lo ancho del país, y por sobre todas las cosas le hizo conocer el sabor de la derrota a Cristina Kirchner, un placer que seguramente impulsó a muchos no demasiado convencidos con la gestión de Cambiemos a volcar su voto en favor del oficialismo. A decir verdad, fueron los propios peronistas de Massa y de Randazzo los que aportaron los cuatro puntos de diferencia que obtuvo Bullrich sobre la ex presidente.

En su mensaje del domingo la vicepresidente Gabriela Michetti tuvo la sinceridad de reconocer que el electorado común había recibido poco o ningún beneficio del cambio que el oficialismo le prometió hace dos años, y que aun así le había renovado su respaldo: “Estos son los héroes del voto”, dijo, “los héroes del cambio, los que no se miran el ombligo ahora y apuestan al largo plazo”. Esa es la interpretación deseada, aunque puede haber otras, como que el electorado votó como votó por inclinación triunfalista o por falta de alternativas. Ninguno de los competidores en esta elección legislativa, tampoco el oficialismo, basó su campaña en la promesa de impulsar tal o cual legislación. Todo se redujo a un juego de simpatías y antipatías, y si el resultado favoreció a Cambiemos fue por lo que representa en general, justamente por su promesa de cambio, de no volver atrás.

El electorado ratificó que esa es su voluntad y su deseo, y para saber si el país ha iniciado realmente un proceso de convalecencia política habrá que esperar hasta el 2019, y observar tanto el comportamiento de la clase dirigente como el de la sociedad.

Si la sociedad quiere realmente el cambio que dice querer, debe saber que no basta con votar cuando se la convoca y quedarse hasta tarde a esperar los resultados; que es necesario salir a la calle, juntarse con los vecinos, y hacer política. Y que ahora mismo tiene una tarea urgente y crucial por delante, y es la de generar una alternativa a Cambiemos, capaz de ser presentada en sociedad en el 2019, de acudir a las legislativas en el 2021 y en condiciones de disputar el poder en el 2023. No hay sistema político sano sin alternancia, como lo demuestran las espantosas consecuencias de haber otorgado al PRO, la misma parcialidad que ahora gobierna el país, un tercer mandato consecutivo en la capital federal.

Los políticos, o el gobierno, o la clase dirigente tiene por su parte la responsabilidad de llevar a la práctica el cambio prometido, que, tal como ya hizo la sociedad, debe ejecutar ante todo sobre sí mismo, reduciendo el peso del Estado allí donde asfixia a los ciudadanos, y acentuándolo allí donde su presencia es necesaria: la seguridad, la defensa, la educación, la salud, la justicia, la planificación estratégica. El escritor Jorge Asís suele describir a la administración actual como el tercer gobierno radical; este sitio advirtió incluso antes de su triunfo en el 2015 sobre el riesgo de que se convirtiera en el cuarto peronismo. Querría que los dos estuviéramos equivocados.

–Santiago González

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2 opiniones en “Los héroes del cambio”

  1. Estoy de acuerdo, más o menos. Argentina es muy dificil de ordenar, de gobernar. Es una sociedad inmadura, que espera un Estado Papá Noel todo el año. Admiro la voluntad de MM por cambiar el país. Me preocupa que no se vea que Cultura, Educación y Justicia son la raiz del árbol que queremos hacer crecer.

    1. Justamente, señales de maduración de la sociedad serían una participación más activa en el control del gobierno, de cualquier gobierno, y en la gestación de alternativas, especialmente en momentos como éste cuando no las hay. Gracias por su comentario.

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