La proscripción del PT

Hace ya casi medio siglo unos cruzados de la democracia montaron una operación para acusar de corrupción a la entonces presidente María Estela Martínez: la indujeron a autorizar de manera irregular la compra de 200 gramos de jamón y otros ingredientes para armarse un tentempié de mediodía; el diario La Nación ventiló el asunto, se abrió una causa judicial, y ya no recuerdo en qué terminó el caso porque lo que vino después fue mucho más grave. Me acordé del episodio a propósito de la detención del ex presidente brasileño Lula da Silva, acusado de haber recibido como coima un departamento que nunca habitó, que nunca usufructuó y que nunca incorporó formalmente a su patrimonio personal. Las acusaciones contra Lula parecen tan insustanciales como las que condujeron a la remoción de su sucesora Dilma Rousseff, lo cual no implica decir que sean absolutamente inocentes, pero las cosas tienen sus grados y matices. ¿Cuándo nos mintieron los periodistas? ¿Cuándo elogiaban a Lula como el sindicalista de izquierda que había aprendido de su predecesor Fernando Henrique Cardozo las virtudes de la economía de mercado, y rescatado así de la pobreza a un 40% de los sumergidos? ¿O ahora que lo muestran como un chavista corrupto dispuesto, él y su partido, a aprovecharse del manejo del estado en beneficio propio? Ciertamente Brasil tiene un grave problema de corrupción con epicentro en el mundo corporativo, como puso en evidencia el caso Odebrecht, y que desde allí se extiende a la política, como puso en evidencia el hecho de que muchos de los indignados que levantaron su dedo acusador contra los ex presidentes del PT cayeron ellos mismos manchados por conductas de escasa limpieza, y como pone también en evidencia el hecho de que una organización mafiosa dedicada a esquilmar incautos como es la de los falsos pastores tenga importante representación legislativa sin que el establishment mediático brasileño se espante como se espanta con Lula. Uno creería estar ante un fenómeno de expiación de culpas colectivas en la cabeza de un par de chivos que pagan por los pecados de todos. Sin embargo, hay un dato que no puede obviarse, y es el hecho de que si Lula pudiera presentarse a elecciones, como era su intención, volvería a la presidencia. En este contexto, la detención de Lula y la inhibición de Dilma parecen más un intento de proscripción del Partido Trabalhista, enmascarado porcon el caso Odebrecht para disimularlo como un gran operativo de limpieza en el que “caen todos”. Aunque no caigan todos. Al PT le costará varios turnos electorales recuperarse de este doble golpe, con la credibilidad demolida por la prensa, y sin una dirigencia de relieve como para intentar un rápido recambio. La idea de proscribir a un partido mayoritario en vez de darle batalla política ya fue ensayada en la Argentina por los prohombres republicanos de 1955 y condujo directamente a la catástrofe armada de los 70 y a la catástrofe económica y social en la que estamos sumergidos desde entonces sin salida a la vista. Los brasileños harían bien en repasar esa lección para entrever lo que puede esperarles. –S.G.

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