La nacionalidad

«Es difícil decir en qué consiste hoy la nacionalidad. ¿Qué tenemos en común todos los que habitamos este país y los que se fueron? Salvo quizás el fútbol, con la selección, pocas cosas suscitan un sentimiento colectivo indiscriminado y permiten una manifestación inocua de la pasión nacionalista. Tampoco el imperativo de la unidad tiene la misma densidad; nuestra sociedad está aprendiendo a ser plural y, como en todo el mundo, es más tolerante con las diferencias. Nadie cree hoy que el camino de la Argentina consista en homogeneizar, como se pensaba hace cien años. El “ser nacional” es apenas un recurso retórico. En buena hora, porque podemos volver a las fuentes y reconstruir nuestra comunidad imaginada sobre sus bases prístinas; la Constitución de 1853 y el contrato republicano que la informó, aceptado consciente y voluntariamente. Hoy, como nunca en los 100 años anteriores, ser argentino consiste en optar por el país, con los derechos y también las obligaciones. Pero nuestra nacionalidad parece deslizarse por suelo resbaladizo, porque ese contrato está funcionando mal en sus dos partes, la ciudadanía y el Estado. Luego del impulso de 1983, tras décadas de crisis social, nuestra ciudadanía está debilitada y en muchas partes es casi evanescente. [Y el Estado], atenazado por lobbies y mafias diversas, carece de fuerza y de legitimidad para reclamarles a los ciudadanos esfuerzos de cuya equidad y utilidad se duda. Sólo reconstruyendo el contrato político la Argentina puede encarar sobre bases tradicionales y renovadas la cuestión de su nacionalidad. Pero además de organizar la convivencia, se debe insuflar en el corazón el soplo vital que posibilita la ilusión y alimenta el proyecto. Décadas de retórica hueca o facciosa nos previenen sobre algo que sin embargo es esencial. Hay que reconstruir alguna forma de identidad colectiva, fundada en la diversidad y en el pluralismo, pero que tense la fibra de la sociedad. Incluso necesitamos una palabra nueva, no desgastada, que ligue el amor a la patria con la convicción republicana. Que recuerde lo precario de su existencia, amenazada por los intereses y por las pasiones, y la necesidad de renovar cotidianamente el compromiso, en lo grande, pero sobre todo en lo pequeño.» Luis Alberto Romero, historiador, en La Nación, 8 de julio de 2016

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