La mano de Dios

La fría recepción que tuvo la designación de Diego Maradona al frente del seleccionado nacional de fútbol parece indicar que la sociedad tiene demandas más exigentes para quienes aspiran a dirigirla.

La designación de Diego Maradona al frente del seleccionado nacional de fútbol fue saludada por los aficionados con escaso entusiasmo, y esto es por lo menos llamativo dadas las invariables muestras de adhesión que este deportista ha recibido en el pasado, no sólo por sus hazañas en la cancha sino también en desgraciadas circunstancias de su vida.

Vale la pena analizar el caso, no desde el punto de vista de las cualidades del jugador para asumir esas responsabilidades, sino a partir de la reacción que provocó un asunto que nada tiene que ver con la política entre personas que no necesariamente están politizadas o acostumbradas a plantearse las cosas en términos políticos.

Por lo que puede pulsarse, había entre los aficionados una opinión mayoritaria en favor de Carlos Bianchi como director de la escuadra nacional, con antecedentes comprobables de gestión exitosa como director técnico, tanto en lo referente al planteo de estrategias de juego como a su ascendencia y autoridad sobre los jugadores.

Maradona, a quien nadie le desconoce carisma personal ni habilidades como jugador, ofrece para la tribuna un perfil más delgado en ese sentido. Ni sus fugaces pasajes por la dirección técnica han dejado huellas en la memoria, ni su manera de relacionarse con los demás han mostrado el aplomo y la ecuanimidad que se esperan del conductor de un grupo.

Estas son, descriptas a grandes rasgos, las percepciones que la hinchada tiene sobre estos dos hombres, ambos queridos y admirados por razones diferentes. Pero a la hora de preferir un liderazgo, el jugador número doce parece animado por un espíritu más racional que emotivo, más atento a la eficacia silenciosa que a la travesura deslumbrante.

Proyectando esta actitud hacia el terreno más amplio de la sociedad en su conjunto, y de una problemática más política que deportiva, parecería revelarse entre la gente un hartazgo frente a las propuestas que apuntan a tocar los afectos, incluso los afectos negativos, pero que se revelan singularmente huecas cuando el latido del corazón retoma su ritmo normal.

El caso que comentamos muestra, en un ámbito muy específico, que la sociedad argentina está reclamando más de quienes aspiran a dirigirla, pasa de largo las consignas fáciles (y ya desgastadas por el uso y el abuso), y busca cualidades, antecedentes, compromiso y honestidad.

Muchas cosas cambiaron desde el 2001 en el país, pero los dirigentes (y los aspirantes a dirigentes) no parecen haberse dado cuenta.

Veamos algunos ejemplos recientes.

Cuando el gobierno quiso defender las retenciones a las exportaciones de granos y para ello agitó el resentimiento contra “esos oligarcas que se pasean en sus 4X4”, el tiro le salió por la culata. Cuando describió a Macri como el “empresario neoliberal que va a privatizar la ciudad en su favor”, el aludido ganó las elecciones.

Cuando, en este mismo momento, quiere reformar el sistema de jubilaciones pasando por encima de los derechos adquiridos bajo el sistema vigente, y para eso ataca “la codicia y el saqueo” de los administradores privados, la gente descree de ese mensaje y considera que el saqueo se cierne con el proyecto estatal.

Y cuando la AFA, tratando de renovar el entusiasmo por una selección que no convencía, llama a Diego Maradona para capitanearla, en lugar del esperado “¡Maradooo…, Maradooo…!” la tribuna responde con un elocuente silencio.

Una tradición de creencia en las soluciones fáciles y en los dirigentes carismáticos y providenciales parece marchar hacia el ocaso, en beneficio de una conducción racional y sensata, menos inclinada por el resplandor de los fuegos artificiales y más dedicada a la discreta eficacia del trabajo constante y el respeto a las normas.

Muchas veces, en esa búsqueda insaciable de atajos que nos ha caracterizado, pretendimos poner a Dios de nuestro lado: “Dios es argentino”, y no sólo nos hizo el don de un país increíblemente generoso y amable en su naturaleza, sino que nos va a sacar de cualquier apuro sin mayor molestia de nuestra parte.

Por las malas, vamos aprendiendo que “la mano de Dios” no alcanza, que si queremos salir adelante necesitamos de las nuestras, las mismas manos con las que nuestros padres y abuelos construyeron este país y que nosotros, por la rapiña o la desidia, guardamos demasiado tiempo en los bolsillos.

–Santiago González

Califique este artículo

Calificaciones: 1; promedio: 4.

Sea el primero en hacerlo.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *