La cruzada purificadora

Un artículo periodístico publicado este domingo anticipa un probable plan del gobierno para respaldar a las empresas alcanzadas por el escándalo de los cuadernos y evitar su colapso más allá de la suerte que corran en la justicia sus dirigentes. El anunció suscitó un inmediato coro de indignadas reacciones, en el que coincidieron los más pulcros liberales con los menos disimulados enemigos de la libre empresa. Pero, ¿cuál sería la alternativa? Que las empresas se fundan y desaparezcan, lo cual no les importa mucho a los predicadores del “cuanto peor mejor”, o que sean compradas por chirolas por inversionistas extranjeros, lo que tiene sin cuidado a los que creen que una nación es apenas un ámbito jurídico para hacer negocios. La colusión entre la empresa privada y el Estado alcanzó niveles descomunales en la Argentina, más por iniciativa de los políticos que de los empresarios, y es bueno que se la exponga, especialmente porque la trama corrupta se extendió a otras áreas de la vida nacional a donde no debió haber llegado nunca, como la justicia, por ejemplo. Pero esa sociedad de socorros mutuos entre lo público y lo privado está tan generalizada en Occidente que casi se la podría describir como inherente al sistema capitalista, el real, no el de los libros. Hablemos de los Estados Unidos, el paradigma de buenas maneras según los propagandistas liberales: ¿o acaso ya nadie recuerda haber leído Las 60 familias norteamericanas (1937) de Ferdinand Lundberg, o La élite del poder (1956) de C. Wright Mills? ¿O el discurso de despedida del presidente Dwight Eisenhower (1961), en el que advirtió al país que debía protegerse de la “indebida influencia, buscada o no, del complejo militar-industrial-legislativo”? Todas las grandes empresas manufactureras de los Estados Unidos fueron, y siguen siendo, contratistas del estado como proveedoras de suministros para las fuerzas armadas, incluidos los lápices de 14 dólares que salieron a la luz en un escándalo a mediados de los 70. Con algo se financian las campañas. A fines del siglo XX, un encumbrado senador se hizo famoso por haber ordenado la construcción en astilleros de su estado de una serie de embarcaciones de guerra que la marina rechazaba porque no le servían para nada. Ese entramado de intereses está hoy detrás del Partido Belicista, que resiste y combate la promesa electoral de Donald Trump de retirar a los Estados Unidos de todas sus guerras externas. También podemos hablar de Japón, donde la asociación entre empresas y estado le mereció la denominación de Japón S.A. Aunque formal y regulada, esa proximidad de intereses fue causa de resonantes escándalos, caídas en desgracia de reputados primeros ministros, suicidios de líderes empresarios y frecuentes denuncias sobre la participación de la Yakuza, la mafia nipona, en esos enjuagues. Finalmente, hablar de las relaciones indebidas entre empresa y estado en Europa ocuparía volúmenes y demasiado tiempo. Ofrezco estos rápidos apuntes simplemente para que pongamos lo que está ocurriendo entre nosotros, necesaria y justificadamente, en la debida perspectiva. A ninguna de las sociedades mencionadas, por otra parte, se le ocurrió convertir una investigación judicial en una cruzada purificadora capaz de destrozar sus propias empresas. Las empresas son unidades económicas que, en sí mismas, no tienen la culpa de nada. –S.G.

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