El estado de la democracia

En tiempos de mi padre había partidos políticos. Los partidos políticos tenían afiliados, lugares de reunión y biblioteca. Los afiliados ayudaban a sostener el partido con una cuota. Los lugares de reunión servían para que los afiliados se conocieran entre sí, y conocieran sus respectivas capacidades. La biblioteca contenía obras de autores nacionales y extranjeros de ideas afines a las sostenidas por el partido, algunas escritas por los mismos miembros del partido, y todas servían para la formación política de los afiliados. Ante cada elección, los partidos presentaban plataformas y candidatos. Las plataformas contenían dos ingredientes principales: uno doctrinario, construido a partir de la ideología partidaria, y otro programático, que describía la coyuntura del momento y proponía un plan de gobierno para encararla, y que se había forjado en las discusiones entre los afiliados celebradas a lo largo de varios meses en los lugares de reunión partidarios. Al acercarse el momento de la elección, los partidos difundían su plataforma, y sus principales figuras hablaban en público para captar la atención, el interés y el voto de los ciudadanos ajenos al partido. Los candidatos hablaban en reuniones públicas llamadas mitines, a veces realizadas en lugares cerrados como teatros y otras en lugares abiertos como plazas y paseos. Los mitines se anunciaban profusamente, y la gente acudía a ellos con interés y con la sensación de cumplir con un deber cívico. “Voy a escuchar a Fulano”, “Voy a ver qué dice Mengano”, anunciaban gravemente los hombres de la casa cuando salían para el mitín.

Hoy no tenemos partidos, ni afiliados, ni lugares de reunión, ni discusión en las bases ciudadanas. Hay siglas partidarias sin plataforma ni doctrina ni ideología ni programa, que van cambiando sus propuestas según la coyuntura o la conveniencia de sus dirigentes. Los candidatos surgen de entre los escombros de antiguas estructuras partidarias, casi siempre a la sombra de un dirigente veterano que los promueve, o bien emergen de las redes de pequeños caudillos barriales que funcionan como correas de transmisión de una relación clientelar entre las bases sociales y las siglas partidarias, o de las redes de sutiles operadores que cumplen la misma función pero en relación con el poder económico, relación clientelar en la que las correas de transmisión giran al revés, aportando fondos a la sigla a cambio de favores si la sigla gana la elección. Otra cantera de candidatos es el club de los millonarios, algunos de cuyos miembros están dispuestos a arriesgar parte de su fortuna personal para hacerse un lugar en la política y alcanzar el poder. Como las siglas nada significan, los candidatos saltan de una a otra sin el menor rubor, y sin que la sociedad los castigue. La primera y obligada escala de un candidato es su instalación mediática. Este trámite es difícil, costoso y de resultado incierto, por lo que las siglas prefieren recurrir a figuras ya instaladas por su actividad previa en el deporte o el espectáculo, lo que les ahorra tiempo y dinero. La principal vía de instalación mediática de un candidato la constituyen los programas periodísticos, principalmente los de radio y televisión. Periodistas y políticos desarrollan relaciones mutuamente beneficiosas, y el tiempo y el tratamiento que recibe cada candidato depende generalmente de su funcionalidad potencial respecto del poder económico o, eventualmente, respecto de un sector del poder económico. Los hombres de la casa ya no van a escuchar a tal o cual líder político, miran programas de entrevistas como quien mira un programa de entretenimientos, y si se aburren cambian de canal.

En sus entrevistas periodísticas, los candidatos nunca dicen concretamente lo que van a hacer, no exponen una plataforma o una doctrina, en algunos casos porque ni saben lo que van a hacer ni tienen doctrina, en otros porque si la expusieran francamente no los votaría nadie, y aun cuando lo hicieran pocos entenderían las implicaciones. Entonces se limitan a decir cosas lindas y amables, ante periodistas complacientes que se prestan al juego y jamás repreguntan. Como nunca hay debate ni discusión política en las bases ciudadanas, porque ya no quedan lugares donde la gente pueda reunirse para debatir y discutir, en general nadie tiene la menor idea de cuáles son los problemas que enfrenta el país en un momento dado. Tiene a lo sumo una idea de cuánto le cuesta mantenerse y mantener a su familia, y cuánto le cuesta mejorar su posición en la escala social. Más allá de eso, su cabeza es un berenjenal de nociones contradictorias, parciales y sesgadas provistas por los medios que habitualmente consume. Y esto no es algo necesariamente relacionado con la clase social. Por eso, los candidatos sobrevuelan los temas con posiciones políticamente correctas con las que nadie podría estar en desacuerdo, y de ahí no pasan. Este año una ONG trató de organizar un debate público entre los candidatos presidenciales pero fracasó en su intento por deserción del oficialista. Invocando esa ausencia, las señales argentinas de televisión abierta y de cable, incluida la Televisión Pública, se pusieron de acuerdo para no transmitir el debate entre los candidatos restantes. La renuencia de los candidatos a debatir y la renuencia de los canales de televisión a transmitir el debate debe ser algo único en el mundo.1

En tres semanas habrá elecciones nacionales, y los ciudadanos irán a las urnas guiados apenas por sus intuiciones, las informaciones sesgadas y las operaciones de los medios, y la propaganda partidaria. Sobre esas elecciones se cierne además el fantasma del fraude, hasta ahora relativamente ausente de la vida política, pero agitado por lo ocurrido en varios comicios provinciales. Este es el estado de la democracia argentina, de su vida política.

–Santiago González

 

  1. Al día siguiente, América TV cambió de idea y decidió llevar sus cámaras y ponerlo en el aire. []

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1 opinión en “El estado de la democracia”

  1. “…su cabeza es un berenjenal de nociones contradictorias, parciales y sesgadas provistas por los medios que habitualmente consume”.
    Así dice usted, pero no hay nadie que se salve de ese estado.
    Aún gente muy formada, o aparentemente muy formada.
    Al respecto, y a modo de prueba, la mayor sorpresa de los últimos años es, creo, la comprobación de cuánta gente estaba predispuesta a pasar, imperceptiblemente, del respeto a la admiración, y de la admiración a la idolatría por una persona, un jefe o una jefa que le diga que pensar, que sentir, que decir y que hacer; y, por consiguiente, que no pensar, que no sentir, que no hacer y que no decir. Son años de vivir con esa educación donde, como dijera Discépolo: “todo es igual, nada es mejor”.
    La inhibición para pensar y actuar por cuenta y riesgo está tan extendida que aún aquellos de entre nosotros que no son particularmente contradictorios, que son amplios porque tienen sentido del conjunto de las cosas, y que están orientados y son capaces de orientar a otros – que no es lo mismo que ser sesgados -, son mirados por la mayoría, más allá de las clases sociales, como contradictorios, parciales y sesgados. Es decir: como ellos…
    El fenómeno de la proyección psicológica hace estragos entre nosotros.
    No tenemos un sentido agudo de lo cierto y lo veraz y los “medios” no ayudan mucho al respecto.
    Algo relacionado con este problema – lamemoslo el del pantano de confusión, el “cambalache” en el que chapoteamos – también se juega en la próxima elección.
    Y no hay motivos para estar muy confiados en nuestra capacidad para pegar un salto: nos encanta chapotear en el pantano, el “barro” nos llama…

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