Los enigmas de una muerte

La muerte del fiscal Alberto Nisman está rodeada de enigmas, muchos de los cuales brotan de sus propios dichos y hechos en los días que la precedieron. Uno puede rendirse a la consternación generalizada que produjo su trágico deceso, sumarse a la simpatía que suscitó su figura, y tranquilizarse pensando que los culpables están más o menos donde todos creen que están. O bien puede mirar esos enigmas de frente y, por lo menos, plantearlos. Aunque parezca irreverente hacerse preguntas sobre la víctima. Repasemos esos enigmas:

1 La denuncia

En medio del alboroto mediático hubo dos voces autorizadas que enmarcaron debidamente la denuncia del fiscal. El ex fiscal Luis Moreno Ocampo explicó claramente lo que habría sido innecesario explicar si la prensa hubiese presentado el caso sin sensacionalismo. Nisman, dijo, había presentado una denuncia, no una acusación. En tanto funcionario del Estado, esto lo aclaró el constitucionalista Daniel Sabsay, estaba obligado a presentarla si creía, como efectivamente Nisman creía, que se encontraba frente a la presunta comisión de un delito. Esa denuncia debía ser analizada por un juez para decidir su mérito, en caso de encontrarlo ordenar una investigación, y sobre los resultados de esa investigación formular entonces sí una acusación. En términos jurídicos, formalmente la denuncia de Nisman no se distingue de las que una y otra vez elevan personas como Elisa Carrió o Ricardo Monner Sanz. Para mencionar algunos casos particularmente graves, Carrió denunció a Néstor Kirchner como cabeza de una asociación ilícita, y fue una denuncia de Monner Sanz la que puso en marcha la causa sobre contrabando de armas que tuvo en jaque a Carlos Menem y otros funcionarios. Recordemos que Nisman denunció a Cristina Kirchner, su canciller y otras personas, de planear el encubrimiento de los iraníes acusados por el atentado a la mutual judía a cambio de imprecisos entendimientos comerciales con la nación islámica, encubrimiento que debía comenzar, según un memorando de entendimiento firmado por las partes, con la caída de las órdenes de captura dictadas oportunamente por Interpol a pedido del juez de la causa AMIA. Antes de que se conociera la denuncia de Nisman, los cuatro periodistas que más investigaron el atentado de 1994 descreían que la presentación del fiscal pudiese aportar datos relevantes. Luego de publicado el texto de la denuncia, la mayor parte de los juristas que opinaron sobre ella coincidieron en subrayar su endeblez, y lo difícil que iba a resultar armar una acusación a partir de ella. Aunque la prensa armó un gran escándalo en torno de la denuncia de Nisman, ésta no traía en realidad nada nuevo. Por las razones que fueran, las órdenes de captura nunca cayeron, y el pacto quedó en el olvido, con lo cual el aspecto sustancial de lo denunciado ya se había vuelto abstracto. Las fotografías de los fraternos encuentros entre D’Elía, Esteche y los iraníes se conocían desde hacía tiempo, y las escuchas de Nisman apenas aportaban los presumibles subtítulos. Como dijo algún funcionario del gobierno, aunque se probara que todo lo denunciado por el fiscal era verdad, no alcanzaba a configurar un delito. Tal vez estos dichos hayan sido exagerados, pero lo cierto es que en todo caso al gobierno le habría resultado muy fácil armar una defensa. Para decirlo claramente, la denuncia de Nisman en ningún momento constituyó una amenaza para el oficialismo, aunque su impacto publicitario, favorecido por la manipulación de la prensa opositora, que no dijo claramente las cosas que estamos diciendo acá, fue abrumador y dejó al kirchnerismo aturdido y sin respuestas.

 2 La oportunidad

Nisman no era un principiante, y debía conocer muy bien los alcances y las limitaciones de su denuncia. Papeles encontrados en su domicilio, incorporados a la causa y revelados por la prensa, muestran que según un borrador fechado en junio de 2014, Nisman se proponía en principio solicitar la detención de la presidente y otras personas, solicitud que luego eliminó de la versión final.1  Sus colaboradores dijeron que el documento estaba prácticamente terminado hacia fines de diciembre. No se entiende bien por qué eligió entregarlo en medio de la feria judicial. Si nos atenemos a la información de que su regreso de Europa a la Argentina no fue intempestivo, como sostuvo el gobierno, sino que ya estaba previsto antes de partir de Buenos Aires, es evidente que la fecha de la presentación había sido cuidadosamente prevista de antemano. Esa información hizo caer las versiones que afirmaban que Nisman había adelantado la presentación de su denuncia porque temía ser apartado de la causa AMIA por la jefa de los fiscales. Nadie en su sano juicio buscaría proteger su empleo dando un paso capaz de ponerlo en riesgo de muerte, como pensaba el fiscal que podía pasar con su denuncia. De cualquier modo, es evidente que Nisman le asignaba a la oportunidad importancia suficiente como para obligarse a interrumpir durante una semana el viaje de placer que estaba realizando por Europa con su hija quinceañera. La jueza de turno no consideró necesario habilitar la feria para estudiar la denuncia del fiscal, cosa que ocurre cuando los elementos probatorios son pobres, de modo que el viaje de Nisman fue inútil, a menos que él considerara que esas dos semanas de impasse prolongarían el impacto de su denuncia en la opinión pública y buscara conseguir ese efecto.

3 El ánimo

Cuando uno observa el estado de ánimo flemático y parsimonioso con que Carrió o Monner Sanz suelen presentar sus graves denuncias, mucho más graves por cierto que la presentada por Nisman, porque por lo general se refieren a delitos específicos claramente descriptos en el Código Penal y no a brumosas cuestiones de política exterior, no comprende el estado de agitación que dominaba al fiscal desaparecido en el momento de presentar su denuncia. Debo reiterar aquí lo observado en una nota anterior, acerca del tono extrañamente ambiguo que domina el mensaje enviado por Nisman a sus amigos antes de presentar su denuncia: “Esto que voy a hacer ahora igual iba a ocurrir. Ya estaba decidido. Hace tiempo que me vengo preparando para esto, pero no lo imaginaba tan pronto. Sería largo de explicar ahora. Como ustedes ya saben, las cosas suceden y punto. Así es la vida. Lo demás es alegórico. Algunos sabrán ya de qué estoy hablando, otros algo imaginarán y otros no tendrán ni idea… Hasta dentro de un rato. Me juego mucho en esto. Todo, diría. Pero siempre tomé decisiones. Y hoy no va a ser la excepción. Y lo hago convencido. Sé que no va a ser fácil, todo lo contrario.” Como ya anoté con anterioridad, este no es el mensaje atribulado de un potencial suicida; más bien parecen las palabras desafiantes y resueltas de alguien dispuesto a inmolarse por una causa; me parece percibir en ellas un tono subyacente de despedida por las dudas, como de alguien que emprende un viaje del que no está seguro de volver. Más allá de las interpretaciones, sin embargo, es evidente que Nisman veía el momento como una instancia decisiva, de vida o muerte. Horas después de haber presentado su denuncia, todavía visiblemente acelerado, dijo en su última entrevista periodística: “Yo de esto puedo salir muerto”. ¿Por qué pensaba esto Nisman? ¿Por qué temía que su denuncia produjera represalias tan extremas, cuando denunciantes habituales como Carrió o Monner Sanz andan lo más tranquilos (es un decir) por la calle, con más y más graves denuncias a sus espaldas? Nisman tenía miedo, pero el contenido de su denuncia, tal como se hizo público, no explica ese miedo. O hay algo en él que no sabemos leer. El fiscal tenía en su cabeza el contexto general de la causa AMIA, y tal vez sea ese contexto el que explique sus aprensiones. “Tengo a los iraníes reconociendo ser los autores del atentado”, afirmó en el reportaje citado. Esa escucha todavía no se hizo pública.

 4 La muerte

La muerte del fiscal trae consigo el último, más trágico enigma. Enigma que comienza por el arma que parece haberle causado la muerte. Todo lo relacionado con esa arma es confuso e incomprensible. Al parecer es cierto que Nisman había estado tratando de procurarse un arma: antes de pedírsela a su colaborador Diego Lagomarsino había consultado sobre el tema a uno de sus custodios. Según Lagomarsino, el fiscal quería llevarla en la guantera del auto por si algún exaltado se le arrojaba encima. El argumento no resiste: el fiscal se desplazaba en su automóvil acompañado por su custodia, y si en todo caso la necesitaba para el futuro, ¿cuál era la urgencia? ¿Para qué hacer ir a Lagomarsino en la noche del sábado a buscar la pistola a su casa y traérsela? ¿Para qué necesitaba Nisman un arma esa misma noche? Hablemos de suicidio o asesinato, ésa fue aparentemente el arma que disparó la bala fatal. El otro enigma, que ya hemos comentado en este sitio, tiene que ver con el momento de la muerte. Primero se lo había ubicado alrededor de las 15.00 del domingo, pero luego de realizada la autopsia la fiscal interviniente adelantó el momento hacia “alrededor del mediodía”. ¿Qué pasó entonces durante la mañana en el departamento de Nisman? El fiscal nunca salió al palier a recoger los diarios del día, que dedicaban sus ediciones a la denuncia que había presentado. Esto resulta inconcebible en una persona con el nivel de ansiedad por la decisión tomada que evidenciaba Nisman. Y esto permite inferir que las rutinas diarias del fiscal se habían visto perturbadas desde algunas horas antes de su muerte. Hasta ahora, las investigaciones no han podido determinar si la muerte del fiscal fue un suicidio o un asesinato. Si se trató de un suicidio, es posible pensar que el nivel de ansiedad que evidenciaba el fiscal (ansiedad difícil de explicar sobre la base de lo conocido) lo hubiese alterado a tal punto que el pedido del arma escondiera ya el propósito de quitarse la vida, y que sus tribulaciones perturbaron sus rutinas normales (como la lectura de los diarios) hasta que juntó coraje y se disparó. Si se trató de un asesinato, necesitamos creer que su autor fue un profesional con la habilidad necesaria para entrar y salir del edificio sin ser detectado, ingresar al departamento de Nisman sin ser advertido, y neutralizar toda eventual resistencia del fiscal, ya que nadie mencionó signos de desorden o rastros de violencia. Y necesitamos creer además que ese hombre pasó algún tiempo con su víctima antes de eliminarla, y finalmente optó por emplear una pistola dudosa y de bajo calibre para cumplir su propósito criminal.

La justicia deberá ir despejando con el tiempo cada uno de estos interrogantes, resolviendo cada uno de estos enigmas. Mientras tanto no podemos dejar de plantearlos. Nisman fue un hombre que, por su misma profesión, se planteaba preguntas y buscaba respuestas. El mejor homenaje que se le puede rendir es hacer eso mismo.

–Santiago González

  1. Agregado el 3-2-15 []

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2 opiniones en “Los enigmas de una muerte”

  1. Hay una teoría que insiste con que no hubo traffic con explosivos ni en la embajada, ni en la Amia. Según los que la defienden, los explosivos estaban dentro de los edificios y es – o hubiese sido, en su momento – demostrable.
    Esa lectura de los atentados habría sido reprimida por los servicios secretos de EEUU e Israel que necesitaban señalar a Irán como responsable y, de esa manera, escurrirse ellos del campo de visión.
    Según ese esquema, Nisman habría sido durante los muchos años que duró su investigación, poco menos que un ingenuo, un comprador de pescado podrido que le habrían vendido los servicios de USA e Israel.
    ¿Sencillo, no? El sábado 17 se habría dado cuenta (o alguien lo ayudó a darse cuenta) y, por vergüenza, pidió un arma prestada y se suicidó…
    Eso no concordaría, claro, con lo que usted registra en su nota, algo que el fiscal había afirmado en un reportaje: “Tengo a los iraníes reconociendo ser los autores del atentado”.
    Quizás el caso Nisman sea como el tapón que retiene el agua en la pileta. Y el tapón se descalzó…

    1. Efectivamente, algo parecía estar en ebullición en la conciencia del fiscal. Pero todavía es difícil decidir si esa agitación tenía que ver con su denuncia sobre la presidente o con la causa AMIA en la que trabajaba desde hacía diez años. Quién sabe si algún día se aclarará esto.

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