Emociones fuertes

Gobierno y oposición manipulan las emociones populares con la intención de llevar agua para su molino, mientras libran en segundo plano una guerra sorda.

Vivimos un momento altamente emotivo. Se agitan las emociones sociales en torno del desempeño de la selección de fútbol y la suerte de su entrenador; se agitan las emociones a propósito de la remuneración de los maltrechos jubilados; se agitan las emociones respecto del marco legal que se quiere dar a la unión entre personas del mismo sexo.

Los momentos socialmente emotivos hacen la delicia de los dirigentes políticos sin ideas ni liderazgo porque les brindan la oportunidad de manipular esas emociones en su favor y obtener apoyos y solidaridades que de otro modo les costaría mucho conseguir. Tendrían que proponer alguna idea original y después movilizar la voluntad de la gente detrás de esa idea.

Las emociones públicas les dan el plato servido, y prácticamente no les imponen costo alguno ni les exigen esfuerzos de ninguna especie. La energía ya está allí, en la calle, y todo lo que tienen que hacer es capturarla y dirigirla hacia sus personas o sus parcialidades políticas. En otras palabras, llevar agua que corre sola para hacer andar las ruedas de su molino.

La copa mundial de fútbol marcó un momento altamente emocional que el gobierno nacional quiso aprovechar desde un primer momento, empezando con el oneroso programa “Fútbol para todos”, siguiendo con el reparto de decodificadores de TV de alta definición, y luego asociándose al esperado comportamiento exitoso de la selección nacional en Sudáfrica.

La selección tropezó antes de lo previsto, y no era cosa de quedar asociado a la derrota. De manera que se optó por reforzar la bienvenida espontánea al equipo vuelto a casa, invitarlo a visitar la Casa de Gobierno, y abogar por la permanencia de Diego Maradona al frente de la escuadra, creyendo captar así el temperamento social.

Debemos decir que hasta ahora esta estrategia no ha dado mayores resultados: la maltrecha formación argentina sabe que carga con un fracaso, y parece tener la dignidad o el pudor suficiente como para declinar ser recibida en triunfo por la presidente. Y el humor popular, según algunas encuestas informales, no parece muy favorable a la continuidad de Maradona.

Las remuneraciones de los jubilados han quedado más golpeadas que la selección. Pero el cuatro a cero no tiene aquí su origen en la contundencia del juego alemán sino en la vigorosa inflación local, que reduce a cenizas los módicos aumentos semestrales dispuestos por el gobierno. Y las emociones entre los de pelo blanco se venían caldeando pese al invierno.

A alguien se le ocurrió entonces que había que asegurar para las jubilaciones mínimas –que cubren el 70 por ciento de la población en retiro– por lo menos el legendario 82 por ciento del salario mínimo. Y la oposición hizo suya la idea, sin preocuparse demasiado por su factibilidad financiera pero teniendo muy en cuenta su elevado impacto emocional.

No se crea que la oposición pierde el sueño por la situación de los viejitos: sabe muy bien que ese proyecto es inviable porque no puede sustentarse en el tiempo sin aumentar la carga impositiva sobre la sociedad en su conjunto: hay ahora 1,7 trabajador activo por cada jubilado cuando la proporción debería ser más del doble para asegurar el funcionamiento del sistema.

Pero para los opositores, invocar la causa de los jubilados sólo puede acarrearle réditos a ellos y perjuicios al gobierno. Si su proyecto resulta aprobado, dejarán al oficialismo sin la cajita feliz de la ANSES con vistas a las elecciones del 2011 y recibirán el agradecimiento eterno de los jubilados. Si el gobierno lo frena, aparecerá ante el público como el verdugo de la tercera edad.

En realidad, ni a la oposición le importa seriamente la situación del sistema de jubilaciones y pensiones, ni al gobierno le interesa seriamente el fútbol, la selección o su entrenador (aunque sí un negocio de apuestas deportivas que anda en danza por ahí) como tampoco le quita el sueño el romántico asunto de la legalización de las bodas homosexuales.

Pero en cuanto advirtió que este tema encendía las emociones y energizaba a la sociedad, buscó la manera aprovechar ese flujo para recargar sus mortecinas baterías. Y de una actitud relativamente indiferente, que dejaba a los legisladores del Frente para la Victoria en libertad de votar como quisieran, pasó a la militancia declarada a favor del activismo homosexual.

Y así como la presidente Cristina Fernández se ofreció como madrina comprensiva de quienes perdieron tan dolorosamente el invicto en su breve pasaje por el torneo sudafricano, su esposo, el ex mandatario Néstor Kirchner se postuló como padrino protector de quienes… bueno, ustedes me entienden.

Como la oposición con los jubilados, el kirchnerismo vio en este caso la posibilidad de hacer carambola. Si el proyecto de matrimonio homosexual resulta aprobado, le habrá cobrado a la Iglesia Católica el precio de los urticantes documentos con que los obispos de vez en cuando suelen desmentir la versión rosada de la realidad que propala el multimedios oficialista.

También se habrá anotado un necesitado triunfo en el Congreso, donde la oposición parece haber encontrado finalmente la manera de hacer sentir el resultado de las elecciones de junio del año pasado, y le habrá hecho un grato presente a la feligresía progresista, que tanto ha hecho y hace por el bienestar de la familia reinante y sus cortesanos.

Y aun si el proyecto fracasa –como el resultado de la votación en la comisión de legislación general del Senado hace temer–, el gobierno igualmente podrá rezar a sus opositores el rosario de oraciones descalificadoras que el progresismo suele dedicar a quienes se atreven a contrariar los dictados de su pensamiento único.

Oficialistas y opositores rivalizan a la vista de todos en el juego de la manipulación de las emociones porque, como se dijo al principio, no tienen gran cosa que ofrecer a la ciudadanía. Pero en un segundo plano libran una guerra más despiadada, que gira en torno de la palabra Venezuela, y que resulta mucho menos clara y comprensible para la opinión pública.

En esa contienda casi velada, la oposición va tendiendo lenta pero inexorablemente las redes que espera le permitan más allá del 2011 atrapar y poner entre rejas a las principales figuras del elenco gobernante. El oficialismo, como es lógico, lucha por declinar cualquier invitación a vestir el traje a rayas, aunque tenga etiquetas de diseñador. Ahora, esto sí es emocionante.

–Santiago González

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4 opiniones en “Emociones fuertes”

  1. Tiene Ud. razón cuando menciona que una relación de 1,7 personas en actividad no resultan suficientes para financiar a un jubilado. Permítame ilustrar esto una sencilla cuenta. Asumamos salarios constantes de $100, por los cuales al empleado se le deducen $11 y el empleador, si no estoy atrasada en la normativa aporta otros tantos $16; esto nos lleva a $27 por cada persona en actividad. Si el jubilado debe percibir $82 entonces la relación exacta es de 3,04 personas en actividad para financiar un sistema de reparto que asegure un 82% de ingresos al retiro. Claro que es un análisis muy rudimentario pues estamos omitiendo las pensiones por fallecimiento y por invalidez que de no haber sido consideradas en la relación 1,7 a 1 sólo empeorarían aún más la relación. Un demógrafo podría aportar lo suyo indicando la tasa de natalidad necesaria para modificar la pirámide poblacional y así podríamos seguir mejorando el modelo. Lo que intento expresar con este ejemplo, es cómo de manera sencilla se puede bien informar a la población y cómo estos cálculos tan rudimentarios estuvieron ausentes en octubre del 2008 cuando se decidió retornar al sistema de reparto. No quiero expresar opiniones a favor ni en contra, sino sólo dejar ver cómo se manipula a la opinión pública con debates carentes de toda fundamentación técnica. Hoy el debate acerca del matrimonio homosexual y la adopción debería ser liderado por psicólogos y legistas así como en su momento [para reformar el sistema jubilatorio] se debió citar a demógrafos y actuarios, y para definir la conveniencia de permitir la minería se debería citar a quienes puedan evaluar impacto ambiental y las consecuencias sobre la salud. A cambio los discursos son pasionales, religiosos y políticos.

    1. Los discursos pasionales, religiosos y políticos (en el sentido de sectarios, politiqueros, que estoy seguro usted quiso darle) presumen un auditorio pobremente educado, el que prefieren nuestros “dirigentes” oficialistas y opositores. Gracias por su comentario.

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