El escalofriante garrote del senador Coverdell

Nota de archivoOriginalmente publicada en el desaparecido sitio en castellano de CNN. El senador Coverdell falleció en el cargo en julio del 2000.

ATLANTA (CNN) — El senador republicano Paul Coverdell eligió la semana pasada un prestigioso foro de Washington para exponer lo que describió como una nueva doctrina democrática para las Américas en el siglo XXI, y que en pocas palabras reivindica el derecho de los Estados Unidos a intervenir unilateralmente en América latina cuando le parezca.

“El que se quemó con leche ve una vaca y llora”, dice el refrán. La “doctrina” del senador Coverdell debe haber provocado escalofríos a todo lo largo de la cordillera andina, en una región tan sensibilizada a la política del “gran garrote” como para no reconocerla de inmediato debajo de los ropajes novedosos con la que la revistió el senador por Georgia.

“El liderazgo norteamericano es la clave para el éxito de esta doctrina”, dijo Coverdell. “Debemos usarla para construir un consenso. Cuando el consenso resulte imposible, debemos estar dispuestos a actuar solos para asegurar que las amenazas a la libertad en el hemisferio no pasen sin respuesta”.

Los conceptos que el senador expuso en el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales no pasarían de ser la expresión de una de las cabezas recalentadas que nunca faltan en cualquier sociedad. Pero ocurre que Coverdell preside la influyente Subcomisión de Relaciones Exteriores del Senado sobre Asuntos del Hemisferio occidental.

“Para ser justos, nunca hemos brindado a este hemisferio la atención que se merece”, dijo el senador, evidenciando algunas lagunas en sus conocimientos históricos. “En el mejor de los casos le hemos dedicado palabras bonitas, y esto debe cambiar”.

Entre las palabras bonitas que los latinoamericanos recuerdan figuran desde la Doctrina Monroe hasta el “destino manifiesto”, la doctrina de la seguridad nacional y el documento de Santa Fe. Más de 35 intervenciones militares directas en diversos países de la región cubren generosamente la cuota de inmerecidas atenciones.

El resultado de esas palabras y esas acciones ha sido en general desastroso para América latina, ha causado centenares de miles de muertos, ha instalado o apañado dictaduras de todo pelaje, desde Somoza en Nicaragua hasta Pinochet en Chile, y alentado prácticas tan deleznables como las “guerras sucias” sudamericanas o los escuadrones de la muerte centroamericanos.

Pero lo más grave, quizás, es que han distorsionado en algunos casos irreversiblemente procesos políticos y económicos normales y naturales para cualquier sociedad en evolución, como lo son prácticamente la totalidad de las sociedades americanas, incluída la de los Estados Unidos.

¿Podrían acaso los Estados Unidos haberse convertido en la potencia mundial que hoy son si alguna fuerza externa, posiblemente europea, hubiese intervenido en su guerra de secesión en favor de la conservadora sociedad sureña, invocando algún principio o valor político europeo de la época?

La definición de ese conflicto de la manera en que se produjo fue tan necesaria para el progreso de los Estados Unidos como imprescindible era para buena parte de América latina librarse del chaleco de fuerza político y económico que representaba el poder omnímodo de viejas oligarquías que databan en algunos casos de la época colonial.

Pero Washington siempre pareció interpretar los conflictos latinoamericanos a la luz de sus propios conflictos internacionales del momento. Así el peronismo argentino de la década de 1940 fue presentado como fascismo y todos los movimientos de reivindicación social de la segunda mitad del siglo XX no fueron sino un escenario más de la Guerra Fría.

Esa confusión ha sido trágica para América latina, no sólo por la sangre inútilmente derramada sino porque al reprimir a los sectores más dinámicos de sus sociedades consolidó su atraso económico y la dejó rezagada en el proceso de desarrollo con una brecha por cubrir que parece por momentos insalvable.

Pero, ¿qué es lo que preocupa a Coverdell en estos albores del siglo XXI? Según sus propias palabras, no le gustan Fujimori, ni Chávez, ni el PRI. “Debemos ir más a fondo ahora y lidiar con los golpes en cámara lenta, donde un líder es elegido libremente, pero aplasta progresivamente la democracia en su país”, sostuvo.

Ciertamente, ninguno de los tres casos citados entraría a un hipotético Salón de la Fama de la democracia. Pero así como no se pudo lograr a bombazos que serbios y albaneses comenzaran a amarse, tampoco los bombardeos desde gran altura sirven para afianzar la libertad y los valores democráticos.

Para que la libertad y la democracia arraiguen como valores en una sociedad, deben ser asumidos como tales por al menos la mayoría de sus miembros. La libertad y la democracia que no se conquistan no duran, porque la gente no experimenta el compromiso personal con ellas que se traba en la lucha por alcanzarlas.

Y para que ello suceda, debe permitirse que las sociedades evolucionen normalmente, sin interferencias. Sin duda se verán avances y retrocesos, pero esa es la manera de moverse que tiene la historia, que no necesita de “expediciones correctivas” como la de Kosovo o las que el senador Coverdell imagina para América latina.

La región ha hecho ingentes sacrificios humanos y económicos para incorporarse positivamente a un mundo cada vez más integrado, y la mejor manera de ayudarla, la mejor doctrina democrática que pueden imaginar para ella los países más poderosos es abrirle los mercados y facilitar el flujo de bienes y capitales.

Al exponer su “doctrina”, el senador Coverdell les hizo un flaco favor a sus correligionarios, los candidatos republicanos que aspiran a conquistar el voto latino en los Estados Unidos. Probablemente, tanto John McCain como George Bush se beneficiarían en ese sentido si tomaran explícita distancia de sus palabras.

–Santiago González

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