A veces las cosas se ordenan de tal manera que producen significados propios, inesperados. La elección de concejales porteños este domingo registró la concurrencia más baja de votantes en toda la historia de la ciudad, y ese desinterés se prolongó más allá del cierre de los comicios cuando la audiencia de televisión se desentendió de las minucias del escrutinio y las sutilezas de los análisis políticos y dirigió su atención a la película El día después de mañana, cuya programación por el canal 11 atrajo las preferencias del público.
Que un 53% de los porteños haya ido a votar es casi un milagro y sugiere en principio que el sistema democrático sigue ejerciendo una atracción inercial por lo menos en la mitad de los habitantes de la ciudad, porque ninguno de los problemas específicos que padecen, de modo especial en educación, salud, seguridad y vivienda, fue tocado siquiera tangencialmente por ninguno de los principales candidatos. Algunos hablaron de olor a pis, otros de crueldad y otros de Milei; nadie propuso nada.
Este domingo, sin embargo, pasaron cosas. La tentación inmediata es la de apuntar lo que parece ser el ocaso definitivo del PRO, monarca indiscutido de la reina del Plata durante casi dos décadas y de repente incapaz de teñir con su color siquiera una de las 15 comunas de la ciudad. Pero el eclipse es más profundo, porque el PRO nunca fue más que el vino viejo de la Unión Cívica Radical en odres nuevos.
Al lado de los globos amarillos, de Gilda, de la referencia maniática a los “equipos”, del mentiroso “escuchar a los vecinos”, y de la épica del “hacer” –que en la práctica escondía los mismos acomodos, las mismas obras públicas direccionadas y los mismos negociados de siempre– estaba el estandarte institucional y republicano exhibido por las gestiones radicales (y para-radicales) de la ciudad desde mucho antes de su innecesaria autonomía.
Este domingo el PRO de Mauricio Macri, el desprendimiento encabezado por Horacio Rodríguez Larreta, y la estudiantina radical armada por Martín Lousteau no lograron, ni sumados, acercarse a las cifras obtenidas por sus verdugos libertarios, en cuyas manos queda depositada a partir de ahora la representación y la conducción del antiperonismo visceral y vernáculo, motor y razón de ser de la política ciudadana.
El antiperonismo porteño pasó, efectivamente, de aquel momento inaugural de la Unión Democrática, teñido de romántico antifascismo, al de la solemnidad piadosa y republicana de la procesión de Corpus previa al 55 y la educación cívica en las plazas posterior a la Libertadora, para encarnarse luego en las cultivadas administraciones radicales, madrinas del Teatro San Martín, la Biblioteca Nacional, la Usina del Arte y otros hitos de la elegancia intelectual urbana.
El PRO recibió la antorcha del antiperonismo ciudadano, y supo ponerlo al día llevándolo a extremos de vulgaridad que probablemente sin quererlo sintetizó magistralmente el regisseur Ricky Pashkus en aquel espectáculo que con el título de Argentum el gobierno amarillo obsequió a los líderes del G-20 congregados en la Atenas del Plata y emocionó hasta las lágrimas a su comitente. De allí a la etapa que ahora se abre había un solo paso.
La elección del domingo, con su clara transferencia de la representatividad mayoritaria desde el PRO a los libertarios, conduce el antiperonismo hacia una nueva altura: lo eleva, o lo rebaja según se mire, de la vulgaridad macrista a la guaranguería mileísta, a la violencia verbal y estética, el desprecio y la agresividad, el autoritarimo y la arrogancia, en proporciones tales que los antiperonistas originales, los del 45, habrían identificado nítidamente como fascistas.
Si bien se advierte allí una suerte de corriente explícita, si se quiere formal, que va mutando con el tiempo y se cierra sobre sí misma, hay otro flujo subterráneo que es constante y no tiene matices, y que va de los cabecitas, las patas en las fuentes y la puta, pasa por la cabaretera y el cornudo, incluye a los kukas, la yegua y los planeros, y conduce a los orcos del mileísmo. La guaranguería puede ser una etapa institucional, pero también es una tradición porteña.
A diferencia de lo que ocurre en el gran Buenos Aires, donde juega de local, el peronismo siempre fue visitante en la ciudad, al punto que se pensó mantenerlo a distancia mediante el simple expediente de levantar los puentes. El 30% de votos que consiguieron el domingo sus tres listas sumadas representa el nivel histórico de apoyo que es capaz de concitar en la capital del la República.
Pero hay una señal de alarma que sus dirigentes deberían atender: las comunas más pobres de la ciudad, allí donde sería esperable un más alto respaldo a los candidatos peronistas, fueron en cambio las que mostraron niveles más bajos de concurrencia a las urnas, lo que quiere decir que sus habitantes no encontraron en su oferta política una respuesta a sus preocupaciones o intereses, o simplemente que dejaron de creer en la política, en la democracia.
Leandro Santoro, cabeza de la lista peronista con nombre de fantasía, dilató su retórica con la intención de atraer a sectores del progresismo y terminó por desdibujarla ante los propios. Probablemente sumó tantos radicales a los que el amarillo no les sienta bien como perdió peronistas que saben, no tanto por ideología sino porque lo sienten en las tripas, que peronismo no es progresismo. Su 27% compensó con unos lo que perdió con los otros.
Tanto los radicales, macristas o no, como los peronistas, progresistas o no, tendrán ahora que reflexionar sobre su propia identidad y revisar sus estrategias con vistas a las elecciones legislativas nacionales de octubre, empezando por discernir qué fue, en definitiva, lo que le permitió al mileísmo capturar el interés de un tercio de los votantes. Su antiperonismo fue, en todo caso, un valor agregado pero no lo principal.
La inflación reprimida, el precio del dólar reprimido, y los sueldos reprimidos son factores capaces de enternecer los corazones más duros de las clases altas y medias altas porteñas, y de mantener en alto las expectativas de las clases medias, sin que ninguna de esas dos franjas se detenga demasiado a pensar sobre la sustentabilidad en el tiempo de esas delicias: una porque francamente no le interesa y la otra por pereza o ignorancia o ideología. Milei se aprovecha de esos descuidos: el día después de mañana, al parecer, no le importa a nadie.
–Santiago González
Desde la asunción de este cínico, hipócrita y sádico “gobierno” que opino que se trata de la versión “democrática” de La Fusiladora. Y también opino que el “peronismo” murió con su fundador y clavaron su ataúd el 24 de marzo de 1976. De ahí en adelante, cualquiera de los gobiernos sedicentes peronistaso radicales no fueron ello, sino concienzudos cipayos servidores del globalismo socialdemócrata y la usura internacional ; el actual es convicto y confeso de ese oprobio. Todos perduelles, se diría en los buenos tiempos en que las cosas se llamaban por su nombre.
Así es, exactamente.
Los pocos candidatos que realmente hablaron de problemas reales fueron los menos votados. Claro que nunca habían aparecido si quiera mencionados en los medios tradicionales. Éstos se dedicaron a enfocar la elección como una lucha entre mafias, con sus pactos y traiciones. Quizás el 47% que no se molestó en votar vio que esta vez tampoco sus penurias estaban en discusión y optó por un almuerzo en familia.
Es cierto: Caruso Lombardi, Kim, Mila y Biondini dijeron cosas mucho más interesantes.
No he seguido la trayectoria del PRO de manera que poco lo entiendo. The New Force tiene poca trayectoria pero pareciera que se acabaron los nuevos modales en política. El hecho de que la puteada esté de moda no dice nada y tampoco sirve.
Me interesa que el peronismo -Santoro en este caso- haya conseguido colocar más legisladores de los que ahora hay. Y me resulta claro que él pertenece al peronismo universitario. Aquel por el que empezamos a transitar a fines de los años 60.
De todos modos, nada va a cambiar en cuanto a salud, educación y vivienda.
La única verdad es la realidad, la destrucción del aparato productivo y los salario, será un cruel despertar de una población sumida en un ensueño.
Salarios/costos de vida, eso viene desde por lo menos el comienzo de los 70’s. No es nuevo. Todo gira como una calesita. Lee lo que le contestare a Patooo mas abajo. Yo no vivo mas alli desde 1984, digo mi nombre real, no tengo nada que esconder.
A mí me parece que a Milei lo sostienen dos cosas:
1) Una suerte de revanchismo de la gente para con la clase política, la que Milei astutamente bautizó como “La Casta”, cansada de que la basureen y la pisen año tras año.
2) La sensación de que se hacen cambios profundos hacia algo nuevo. La política argentina viene siendo lo mismo desde que tengo uso de razón (90s en adelante) y el país estuvo en un limbo del cual muchos escaparon hacia otros países.
Mientras se mantenga esa dosis de ilusión y pequeñas metas, Milei va a tener las cartas ganadoras.
¿Qué lo puede frenar? Algún traspié o alguien con un rumbo claro y que pueda inspirar a la población.
Yo me fui a Australia en 1984. Ya tengo 68 pirulos. Tuve familia en el senado por UCR y militares. Tuve la oportunidad de ver y aprender, aun cuando llegue a Australia aprendi mas. Porque ? Porque me encontre con gente de Italia y Yugoslavia mucho mayor que yo en ese entonces (yo tenia 27 anios) las cuales vivieron en Argentina en la epoca de los finales del 50 (57,58) y el modelo, sueldos y costos y poder adquisitivo es la misma musica que yo vivi antes de venirme y ahora sigue igual. Que mas te puedo decir ?