Sería interesante leer alguna vez una biografía de Horacio Verbitsky, pero escrita por un psicoanalista. El periodista Gabriel Levinas acaba de publicar una que el biografiado puso particular empeño en desmentir, pese a que más o menos todo lo importante que hay que saber sobre Verbitsky ya se sabe desde hace tiempo. Lo que falta, en todo caso, es la interpretación de los datos que jalonan esa biografía. Una interpretación política sería sin duda posible, pero en cierto modo anacrónica y además insuficiente; la política no alcanza para explicar esta personalidad compleja, retorcida, obsesiva. Hacen falta otros instrumentos: probablemente una interpretación psicoanalítica permitiría ir más allá, dar cuenta de ciertos énfasis, de algunas intensidades.
La biografía de Verbitsky se despliega en dos momentos contiguos pero diferentes. Hay un Verbitsky de las dictaduras y un Verbitsky de las democracias. El Verbitsky de las dictaduras es el menos conocido para el público en general, pero desde hace más de una década lo han venido revelando autores tan dispares como Fernando Nadra y Carlos Manuel Acuña, a los que ahora se suma Levinas. El Verbitsky de las democracias es conocido por sus columnas en Página/12, sus libros de investigación periodística, y su actividad al frente del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), un grupo de presión sobre derechos humanos. El Verbitsky de las democracias se ha caracterizado por el ensañamiento sin concesiones, matices ni atenuantes que desplegó en esos tres frentes contra las Fuerzas Armadas y contra la Iglesia Católica de la Argentina por sus responsabilidades en la violación de derechos humanos durante la última dictadura. Como periodista, el Verbitsky de las democracias criticó implacablemente al menemismo en todo lo que el menemismo tuvo de criticable, y de no criticable, porque fue el menemismo el impulsor del punto final, la conciliación y el indulto. Posteriormente, defendió al kirchnerismo en todo lo que tuvo de defendible, y de indefendible, porque el kirchnerismo llevó a la práctica su plan de venganza y persecución contra los uniformados de la última dictadura, hasta el soldado más insignificante, y hostigó a la Iglesia hasta que el ascenso del cardenal Bergoglio al pontificado cambió la historia. Ese enceguecimiento del juicio, ese apasionamiento irracional, desborda las fronteras de la política y se interna en el terrenos que requieren la baquía de un psicoanalista.
El Verbitsky de las democracias sólo se explica por el Verbitsky de las dictaduras, el doble agente al que se refiere Levinas. Verbitsky vivió sus años de juventud en un mundo de duplicidades y simulaciones, al que fue introducido involuntariamente por su padre, el escritor Bernardo Verbitsky, que combinaba con argentina inocencia su militancia comunista con la amistad de antiguos terratenientes como Ricardo Güiraldes, autor de Don Segundo Sombra y padre del comodoro Juan José Güiraldes. Para su desgracia, Verbitsky se inició en el periodismo junto a Jacobo Timerman, otro maestro de la duplicidad y la simulación, especializado en envolver en retórica progresista las campañas golpistas de los generales nacionalistas y católicos. De ahí a militar en la organización terrorista Montoneros como oficial de inteligencia junto a Rodolfo Walsh y al mismo tiempo trabajar como redactor para la folletería de la Fuerza Aérea había un solo paso, además de una electrizante sensación de poder en esa pericia para moverse en uno y otro lado del mundo. La cuestión se complicó después, cuando un buen día Verbitsky se descubrió –y los demás también lo descubrieron– como el único que había conservado la vida, que no había pasado un día en la cárcel, que ni siquiera había sido citado a declarar, entre un puñado de estrechos, queridos amigos tan comprometidos como él, entre los que se destacaban Walsh, Pirí Lugones, y otros.
¿De qué valdría ahora una interpretación política de aquel Verbitsky agente doble? ¿A quién le serviría? Hay momentos, y esto deberían entenderlo Verbitsky y también los enemigos de Verbitsky, en que la demanda ética apenas encubre la sed de venganza, en que la comprensión se vuelve más importante que la justicia. Desde que el viento de la historia despejó el cielo de los años de plomo, Verbitsky carga con la culpa inevitable del sobreviviente: sólo Verbitsky sabe cuál fue el precio de esa supervivencia, sólo Verbitsky conoce el peso de la figura paterna en el trazado del camino que definió su vida. La arbitraria parcialidad de su labor periodística, el ensañamiento de sus campañas contra curas y militares ya seniles, como si éstos fueran los responsables de su predicamento, la vehemencia con que defendió la memoria de su padre cuando alguien lo mencionó en una polémica, son apenas indicios, señales preliminares de un mapa que aun no ha sido trazado, probablemente porque la tierra que debería describir continúa en movimiento. Como la historia, como la historia.
–Santiago González
Excelente, Santiago. Ayuda a preservar la historia con claridad, sin las distorsiones de quienes han creado un relato falso en las últimas décadas de la vida argentina, aunque como bien dices lo que oculta la personalidad de Verbitsky sea difícil de decifrar. En la mera superficie lo que se ve, más allá de la destreza profesional, es hipocresía y una carencia total de ética.
El crédito de la indagación biográfica le corresponde principalmente a Carlos Acuña, cuyo libro “Verbitsky. De La Habana a la Fundación Ford” se publicó en el 2003. Gracias por su comentario.
Muy penetrante su comentario.
Si Verbitsky fuese coherente, y no equívoco como sus amos actuales y pasados (lo llaman el “perro”; y, en ocasiones, se rebeló y les mordió la mano) hubiese escrito HACER LA CORTE II, y ROBO PARA LA CORONA II y III.
Pero no es coherente en ese sentido; es coherente en otro sentido: sobrevivir, y ser siempre un “notable”, un “referente”, alguien de quien no podemos prescindir, la voz de la conciencia, el superyo de la sociedad…
Pero parece que se le acabó el juego: ya van unos cuantos que descubren las reglas y no lo va a poder jugar más.
A él le hubiese gustado retirarse como un venerable, pero no va a poder ser.
Walsh tenía otro orígen y otra hechura; por eso lo mataron.
Debe ser insoportable estar vivo, encumbrado, aparentemente rodeado de prestigio y de fama, y, sin embargo, al borde siempre de ser descubierto y acusado; él, que se dedicó toda la vida a acusar.
Este artículo suyo, de alguna manera le va a llegar.