Descomposición de lugar

El gobierno de Cambiemos no cambia ni enseña a cambiar, y cede a sus rivales la definición de los parámetros para evaluarlo

rudypazHacerse una composición de lugar es el ejercicio por el cual uno trata de encontrar su ubicación en un contexto determinado con el propósito de intepretarla y, generalmente, proyectarla hacia el futuro. En este momento político, la Argentina parece presa de un estado de confusión que le impide realizar ese ejercicio, como si todas las brújulas se hubiesen vuelto locas y nadie pudiera saber con certeza dónde está y hacia dónde va. Es claro que la responsabilidad primera de este desconcierto debe atribuírsele al gobierno, que, para bien o para mal, es el factor orientador de una sociedad. Frases como “Contra Fulano estábamos mejor” reflejan la desazón que produce la falta de puntos de referencia, esa incertidumbre que podríamos llamar descomposición de lugar. El equipo de Cambiemos, con el PRO a la cabeza, parece haber llegado al gobierno con ideas muy vagas acerca de sus propósitos y acerca de los medios para lograrlos. En su momento pensamos que era una estrategia de campaña eso de no entrar en detalles para no generar oposición antes de tiempo; ahora se tiene la impresión de que lo que se decía era en realidad todo lo que se tenía para decir.

Hay dos personas en el gobierno nacional que parecen haber estudiado las cosas de antemano, que pusieron en práctica sus soluciones en cuanto asumieron y que le dieron a la nueva administración los únicos éxitos de los que puede jactarse: Federico Sturzenegger con la salida del cepo cambiario y Alfonso Prat-Gay con el acuerdo con los hold-outs. El resto del equipo, con alguna que otra excepción, parece moverse con un alto grado de improvisación, de ensayo y error, de ir aprendiendo mientras se va gobernando, de ir acomodándose a las circunstancias o, peor aún, de hacer lo mismo que se venía haciendo pero de manera más educada. Las carteras de energía y de seguridad son las que han exhibido mayores debilidades, aunque uno no puede saber hasta qué punto sus titulares son los responsables. Si esto ocurre es porque el problema está más arriba, en la conducción política del gobierno, que incluye al presidente y al jefe de gabinete, pero también a las autoridades partidarias de la coalición gobernante. En este nivel hay una excepción, y es Elisa Carrió, que ha tenido que saltar varias veces al barro para volver a poner el carro en la huella.

El gobierno efectivamente exhibe un déficit de gestión, expuesto hasta el grotesco en el caso de las tarifas, pero sigo pensando que su mayor déficit es político y el tiempo no ha hecho más que confirmar esos temores iniciales. El año pasado la gente votó por un cambio. Cambiar en la Argentina significa abandonar el triángulo vicioso que llevó a este país a la ruina –estatismo, populismo, progresismo– y reemplazarlo por el triángulo virtuoso bajo cuyo signo nació –republicanismo, liberalismo, mercado–, y que le aseguró su único momento de grandeza y de progreso. Ese cambio no se ha producido, ni hay señales de que vaya a producirse, ni tampoco hay señales de que al gobierno le interese producirlo. El sistema fuertemente estatista que rige la Argentina, reforzado por un gobierno tras otro, civil o militar, radical o peronista, sigue en pie, y el gobierno no ha dado un solo paso tendiente a desmantelarlo (y a reducir de paso el déficit fiscal que nos agobia). Veamos:

Republicanismo: la reforma política que se estudia atiende exclusivamente el interés de los políticos y sus intereses.

Liberalismo: el gobierno compró a libro cerrado la agenda progresista (esencialmente fascista) y la promueve con entusiasmo en las áreas de derechos humanos y cultura.

Mercado: el jefe de gabinete recomienda una alianza de empresarios, sindicatos y estado, precisamente lo que nos llevó a la ruina. Inspirada en el desarrollismo cepaliano y en nuestras propias tradiciones, esa fórmula es sinónimo de estatismo, regulaciones, subsidios, empresariado contratista, y capitalismo de amigos.

Después de la catástrofe kirchnerista, después de décadas y décadas de estatismo, populismo y progresismo, gobernar es administrar, sí, pero también y sobre todo, gobernar es educar. Uno puede ser tolerante con las dificultades del gobierno para lidiar con la herencia de una economía destruida, pero uno no debe ser tolerante con su negligencia pedagógica. Nada se opone a que el gobierno explique por todos los medios cómo y por qué y para qué es preferible vivir de un modo distinto al que hemos practicado hasta ahora; por qué las generaciones actuales tienen menos posibilidades de progresar en la vida que las que tuvieron sus padres y sus abuelos, y por qué sus hijos van a estar todavía en peores condiciones si se sigue por el mismo camino. ¿Cómo cree el gobierno que va a producir un cambio político, económico y social si no promueve al mismo tiempo un cambio cultural?

A menos que no tenga interés en promover cambio alguno. ¿Hay que creerle a un gobierno que llegó al poder con esa promesa y luego no habla del cambio ni lo practica? Si la circulación pública de mensajes en los medios, la cátedra y la calle sigue gobernada por el progresismo, ¿con qué elementos cuentan los votantes de Cambiemos, o los que recibieron al nuevo gobierno con simpatía, para hacer su composición de lugar según nuevos paradigmas? No basta con la fatigosa exhibición cotidiana de la “ruta del dinero K”, esa parte la sociedad ya la conoce: es el pasado. Ahora quiere adivinar el rostro de lo nuevo. Una parcialidad política que en campaña despertó y alentó expectativas de cambio y al llegar al gobierno no propone ni divulga ni promueve una escala diferente de valores, saberes y creencias, ni acomoda sus políticas en función de ellas, no sólo desconcierta sino que en definitiva deja en manos de sus rivales políticos la construcción del armazón retórico con que será evaluado.

Esto es lo que están haciendo activamente los kirchneristas con su estrategia de “resistencia”: están ordenando sus filas en la oposición a Cambiemos, sobre la misma agenda progresista-estatista-populista que Cambiemos ingenuamente abraza; están haciendo docencia a su manera, luego de haber atribuido a Cambiemos un perfil convenientemente amañado de gobierno para ricos, dictadura que deja a miles sin trabajo, niños bien con cuentas off-shore, etc. Esto lo están saboreando calladamente los peronistas, radicales y socialistas que a la larga se beneficiarán de las consecuencias.

* El dibujo de Rudy y Paz que ilustra esta nota apareció el 28-8-2016 en Página/12.

–Santiago González

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