El debate imposible

La discusión sobre el aborto es insoluble y finalmente una parte de la sociedad habrá de imponer su criterio a la otra

El debate sobre la cuestión del aborto al que hemos sido arrastrados por el gobierno es imposible si por debate se entiende la confrontación de opiniones y la discusión razonada hasta alcanzar un entendimiento capaz de satisfacer a todos, aun parcialmente. Acerca del aborto no hay un punto de encuentro posible porque la cuestión enfrenta nociones del mundo y de la vida diametralmente opuestas y mutuamente excluyentes. De un lado están los que creen que el universo no es otra cosa que un conglomerado más o menos inestable de átomos y células, y del otro están los que creen en la trascendencia, es decir los que piensan que hay algo más, un intangible que impregna esos átomos y esas células, y que ese algo más es sagrado.

Debe reconocerse con toda honestidad que unos y otros son capaces de aportar sólidos y atendibles argumentos a favor de sus convicciones, como lo pusieron de manifesto el ministro de ciencia Lino Barañao y la especialista en bioética Zelmira Bottini, en sendos y elocuentes artículos publicados en paralelo por el diario La Nación. Pero entre los argumentos de uno y los argumentos de la otra no hay punto de encuentro posible, como tampoco lo va a haber cuando la sociedad agote todas las instancias de debate que se ha prometido antes de que el Congreso encare la votación de una ley sobre el tema.

Es inconducente discutir si el embrión se convierte en persona en el momento de la concepción, a tantas o cuantas semanas, en el nacimiento, el bautismo o, como dijo un bromista, cuando comienza a pagar impuestos. La controversia sobre el aborto, en estos términos o en cualesquiera otros, es de imposible solución porque lo que se discute en el fondo es el carácter sagrado o no de la vida, y ese debate no tiene solución. Más tarde o más temprano, la opinión mayoritaria habrá de imponerse a la opinión minoritaria con fuerza de ley, sin que ninguna de las partes vaya a ceder un ápice en sus convicciones, no por inflexibilidad ni por ignorancia ni por disciplina partidaria o religiosa, sino simplemente porque las animan concepciones legítimas pero opuestas del mundo y de la vida, y más aún, concepciones en pugna, con avances evidentes de una en detrimento de la otra.

Como se trata de una cuestión cuya gravedad e implicaciones son de una magnitud superior y absolutamente inusual, y en la que, como vimos, una parte de la sociedad habrá de imponer su criterio a la otra, la decisión final no puede quedar en manos de los representantes legislativos, cuyo oportunismo, venalidad y carencia de principios cívicos, éticos o de cualquier tipo han quedado sobradamente a la vista desde el reestablecimiento de la democracia, más allá de las honrosas y escasas excepciones. Una cuestión de tan alta naturaleza sólo puede discernirse mediante una consulta directa a la población. Y entonces, el debate que se celebre a lo largo y lo ancho del país tendrá un valor educativo y esclarecedor, para que cada ciudadano cuente con argumentos y pueda fundamentar su propia opinión.

La discusión pública, por lo pronto, permitirá sacar a la luz cuestiones que se presentan como naturalmente asociadas, pero que no lo están. Los pro-aborto, por lo general, reclaman en sus consignas su carácter “libre y gratuito”. Libre, se entiende; pero ¿por qué gratuito? Gratuito significa que lo paga la sociedad en su conjunto, y ¿por qué todos van a tener que solventar la irresponsabilidad o el descuido de algunos? Los pro-aborto, por lo general, plantean también la cuestión como un “derecho de la mujer a decidir sobre su cuerpo”, lo cual es en el mejor de los casos una parte de la verdad. No sólo desconoce que la vida que alienta en su interior puede ser también sujeto de algún tipo de derecho, sino que niega además al padre cualquier potestad sobre esa vida que contribuyó a engendrar.

También quedarán a la vista ciertas incongruencias en el campo de los anti-aborto, que alardean de un fundamentalismo intransigente en su defensa de la vida en vientre ajeno desde la concepción hasta el nacimiento, pero se desentienden de su suerte inmediatamente después y no dudan en echar mano de la pistola si esa vida tan encendidamente defendida en su gestación se convierte más tarde en amenaza para la propia. O que toman partido por una vida en potencia en contra de una vida en acto, a la que sermonean y acosan con imágenes aterradoras y atormentan con la culpa, como si no fuera castigo suficiente haberse sometido a ese traumático desgarramiento, sin consideración alguna por circunstancias y atenuantes para los que incluso la legislación más severa siempre reserva un espacio.1

El debate pondrá además en evidencia que detrás de cada una de las posiciones en conflicto hay también agendas políticas muy concretas, y que lo que finalmente se decida en este caso significará el avance de una agenda u otra. Aquí, como en cualquier parte, la posición contraria al aborto supone una concepción trascendente del mundo y de la vida, que lleva asociados aspectos tales como la religiosidad, los valores, la familia, la pertenencia a una comunidad, a una cultura y a una nación, mientras que la posición proabortista se inserta en una concepción desacralizada del mundo y de la vida, asociada al ateísmo, la disolución de la familia, la pérdida de todo anclaje identitario, la ideología de género, el relativismo, el multiculturalismo y el globalismo.

Detrás del tema de la interrupción del embarazo, insisto, alientan concepciones irreconciliables sobre el ser humano y su manera de relacionarse con los demás y con el mundo en el que vive. Si es convocado a decidir entre una y otra, cada ciudadano debe tener muy en claro qué es lo que está en juego y saber, principalmente, que no estará decidiendo sólo sobre su propia vida sino también sobre la de sus hijos, nietos y toda la cadena futura de la que es apenas un eslabón.

Una reflexión final merece la oportunidad de este debate. Mauricio Macri dio a entender varias veces que Arturo Frondizi es su figura preferida entre quienes lo precedieron en el cargo. En los dos años largos que Macri lleva gobernando no hemos visto asomar mucho, si es que vimos algo, de la visión estratégica que animó a ese insólito líder radical. Pero ahora asistimos a la recreación de una de sus maniobras tácticas. La “habilitación” del debate sobre el aborto evoca otra similar, sobre la enseñanza libre o laica, instalada por Frondizi para distraer a la opinión pública de las dificultades por las que atravesaba su gobierno.

–Santiago González

  1. Estos diálogos imaginarios, surgidos de un intercambio por Twitter, ilustran, llevándolas al extremo, las respectivas actitudes.

    Abortista
    –La violaron, ¿y ahora qué hacemos?
    –Que aborte el bebé.
    –Tenemos a violador. ¿Aplicamos la pena de muerte también?
    –¡Claro que no! ¡Debemos respetar la vida!

    Antiabortista
    –La violaron, ¿y ahora qué hacemos?
    –Salvar al bebé.
    –El bebé se crió sin familia, entró y salió de la escuela, y ahora es soldadito narco.
    –Bala.
    (Agregado el 3-3-18) []

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