La constitución del llamado Frente Amplio UNEN, la primera respuesta –no digamos inteligente, porque no hubo otras, sino respuesta a secas– de la oposición no peronista después de 13 años de virtual hegemonía kirchnerista, fue recibida con la previsible hostilidad del oficialismo, el mezquino desdén de los poderes fácticos (vulgo establishment), y el silencio expectante del macrismo, un silencio que no va a poder mantener por mucho tiempo.
El acto celebrado en el teatro Broadway marcó un punto decisivo en la estrategia trazada desde el 2012 por Elisa Carrió para desalojar al peronismo del poder después de 25 años de gestión desastrosa. La gran prensa omitió cuidadosamente, antes y después del acto, reconocerle la iniciativa a la chaqueña. Los puntos de coincidencia que permitieron el acuerdo, que apuntan a reparar los daños causados por el kirchnerismo en más de una década de desgobierno, son de una generalidad tan amplia que es casi imposible no convenir con ellos, y absolutamente imposible rechazarlos, porque resultan tan básicos para la convivencia política como los diez mandamientos para la convivencia humana. Pero hay un punto que es clave, el que condensa el compromiso mayor de los firmantes, y el que permite abrir razonables expectativas: es el que deja sentado que los candidatos a cargos nacionales del frente se elegirán a través de primarias abiertas, simultáneas y obligatorias, con el compromiso de extender el mismo esquema a los distritos locales según sea posible. Este es un primer paso importante para volver a poner los caballos delante del carro: ya no se trata de instalar figuras políticas en los medios para después adosarles una plataforma de gobierno a la que nadie presta demasiada atención, sino de partir de los compromisos básicos asumidos por todos, para que cada parcialidad representada en el frente defina luego de qué manera piensa traducir esos compromisos en políticas específicas. Finalmente serán los ciudadanos los que decidirán cual será la orientación política del frente y quiénes serán las personas encargadas de llevar esas políticas a la práctica. Así, el debate de ideas y propuestas precederá por primera vez en mucho tiempo a la competencia de personalidades en la televisión. No es lo mismo que tener partidos políticos, pero es un paso en la buena dirección, que apunta a devolver ciudadanía al ciudadano, y a comprometerlo con lo que elige. Y es el único camino a la vista para desalojar al peronismo del poder, objetivo imprescindible si se pretende sanear la vida política y económica de la Argentina.
Este no es el objetivo, seamos claros, del establishment local, que ha encontrado en el peronismo en el poder un socio tan permeable como en el pasado lo fueron las fuerzas armadas, y que le asegura admirablemente las condiciones para la clase de entramados mafiosos en los que sólo sabe prosperar. Con increíble cinismo, al día siguiente del lanzamiento del frente que comentamos, el diario La Nación publicó un editorial titulado Un saludable aporte a la institucionalidad, no referido al acuerdo político sino a un documento del empresariado local, el mismo empresariado cobarde y cómplice que se allanó a los abusos del kirchnerismo y se benefició de sus subsidios y prerrogativas, y que ahora percibe el cambio de los tiempos y busca reacomodarse. Mejor dicho, reacomodar el discurso, porque los poderes fácticos, incluida la gran prensa, han elegido a Sergio Massa como garantía de continuidad. Sin excepciones, esa prensa apuntó desde comienzo a torpedear el frente concebido por Carrió, exagerando diferencias internas, señalando disputas entre los socios en algunos distritos locales, recordando la fracasada experiencia de la Alianza, utilizando en fin todos esos sutiles recursos de que disponen los medios cuando quieren hundir algo. Y poniendo en primer plano la cuestión de Mauricio Macri.
Elisa Carrió, que es más inteligente que todos sus socios juntos, aventuró la idea de incorporar a Macri al frente. Los socios se le fueron al humo, y la respuesta de Macri previsiblemente no pasó de algunas sonrisitas inconsecuentes. Pero Macri es el problema del frente recién creado: Macri va a ser el árbitro de la elección presidencial del 2015. No tiene posibilidades de ganar, no tiene partido que lo respalde, pero está en condiciones de dispersar el voto opositor y favorecer al peronismo. Las circunstancias lo van a obligar a una definición que viene eludiendo desde hace demasiado tiempo: o antepone la salud de la República a sus ambiciones personales, y somete su candidatura a la primaria del frente como sugiere Carrió, o le hace el caldo gordo al peronismo, incluso aliándose a él. Su formación como dirigente y su práctica como jefe de gobierno están emparentados con el establishment y el peronismo, su discurso está más cerca de los valores republicanos. Él sabrá dónde están sus límites. Y los ciudadanos lo estarán mirando.
–Santiago González