El cruce de los Andes

Conciencia nacional, liderazgo y convicción permiten a un país acometer cualquier empresa, por imposible que parezca

Hace 200 años, el general José de San Martín emprendía el cruce de los Andes, la campaña más importante de la lucha por la independencia argentina y sudamericana, y una hazaña sin precedentes por la magnitud de los obstáculos a sortear. Dejemos a consideración de los especialistas en cuestiones militares los aspectos tácticos y estratégicos de esa acción, para concentrarnos en las cuestiones logísticas. San Martín se encargó personalmente de planificar todo lo necesario, desde la comida, el abrigo, el calzado y el transporte hasta el uniforme, la bandera, la charanga y los clarines, para asegurar que 5.200 hombres, un tercio de los cuales eran milicianos sin experiencia, atravesaran con armas y pertrechos, caballos y mulas, uno de los macizos montañosos más empinados del mundo, desértico y con gran amplitud térmica, sin mapas ni caminos, y llegaran al otro lado en condiciones de lograr su primera victoria en el campo de batalla apenas cuatro días después. La gesta habría sido imposible sin el concurso de los brillantes comandantes de los que San Martín supo rodearse, sin el coraje temible de los soldados ni la mística patriótica de los milicianos, sin el sostén económico de las provincias de Cuyo, y otras vecinas, cuya gente principal, no siempre de buen grado, aportó hombres, animales, alimentos y abrigos para los expedicionarios. Este ha sido uno de los momentos culminantes de nuestra historia, uno de los que cualquier país se sentiría orgulloso, uno que nos representa de pies a cabeza como nos queremos ver: valientes, sacrificados, generosos, nunca conquistadores y sí libertadores. Sin embargo, el aniversario pasa sin pena ni gloria, perdido en la banalidad farandulera de nuestra cotidianeidad, remitido al museo inagotable de nuestra desmemoria. El diario Los Andes, de Mendoza, fue uno de los pocos medios que planeó una producción especial, destinada a recrear en tiempo real las alternativas del cruce utilizando los recursos de las redes sociales. Este desinterés no debería sorprendernos. Uno de esos viajeros extranjeros que toman nota de sus experiencias en la Argentina se sintió sorprendido medio siglo atrás por la desconexión que percibía entre el presente del país y su historia. Nada parecía vincular a los chicos que visitaban el Cabildo, decía, con los episodios que habían hecho de ese lugar un edificio histórico. Pero el fenómeno observado por ese viajero sólo ocurre en Buenos Aires. No se puede recorrer el noroeste argentino sin sentir en el aire la vibración de las luchas contra los realistas, de los gauchos de Güemes, del sacrificado éxodo de los jujeños, de la figura omnipresente y venerada de Belgrano. No se puede recorrer Cuyo sin percibir los ecos del afanoso ajetreo, el esfuerzo compartido tras la magnífica expedición, y la ansiosa expectativa que acompañó a las columnas cuando sus retaguardias se perdieron entre los montes. (Como tampoco se puede recorrer la Patagonia sin comprobar las tensiones que laten con Chile por el oeste, y con las Malvinas por el este). Pero ocurre que la crónica y la historia se escriben en Buenos Aires, donde la memoria de la mayoría de sus habitantes se pierde al otro lado del océano y su preocupación encalla en la inmediatez del presente. La educación pública y el servicio militar obligatorio hicieron milagros para sentar en menos de un siglo las bases de una conciencia nacional capaz de unir al inmigrante con el aborigen, al cuyano con el litoraleño, al puneño con el patagónico, y el presente con la historia. Sin embargo, embaucados y alentados por internacionalistas y globalizadores, nos las ingeniamos para socavar esos dos pilares hasta que se derrumbaron solos y el viajero de referencia ya no los pudo percibir. Ahora, cuando el cruce de los Andes es apenas una lámina escolar que se descuelga amarilleando en la pared de un aula, andamos a la deriva, suponiendo vanamente que un país puede tener futuro sin una conciencia nacional compartida y aglutinante, esa clase de conciencia que en su misma gestación hizo que un puñado de argentinos, liderados por hombres convencidos y decididos, acometiera hace doscientos años sin miedos ni mezquindades la imposible misión de atravesar una cordillera para enfrentar del otro lado a un enemigo bien armado y experimentado que lo esperaba listo para destrozarlo.

–Santiago González

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2 opiniones en “El cruce de los Andes”

  1. Sería interesante estudiar qué personas integraban ese ejército, qué extracción social tenía, cómo eran remunerados, de dónde procedían, qué relación había entre ese contingente y la población argentina, etcétera.

    1. La bibliografía sobre San Martín es tan extensa que eso seguramente ya ha sido estudiado. Excepto el caso de los esclavos negros que los ricos propietarios eran obligados a ceder y a quienes se les concedía la libertad al fin de la campaña, parte de ese porcentaje de milicianos no profesionales, no parece haber en el resto nada muy distinto a cualquier tropa de cualquier parte del mundo.

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