La siguiente es una traducción no oficial, realizada por este sitio, del discurso de asunción pronunciado en Washington el 20 de enero de 2017 por el presidente de los Estados Unidos de América, Donald J. Trump.
«Nosotros, los ciudadanos de los Estados Unidos nos sumamos ahora en un gran esfuerzo nacional para reconstruir nuestro país y recrear su promesa para la totalidad de nuestro pueblo. Juntos, vamos a decidir el rumbo de los Estados Unidos y del mundo por muchos, muchos años. Nos esperan desafíos. Nos esperan rigores, pero lo vamos a hacer.
Cada cuatro años nos reunimos en esta escalinata para proceder a una ordenada y pacífica transferencia del poder. […] La ceremonia de hoy, sin embargo, tiene un significado especial, porque hoy no estamos transfiriendo el poder simplemente de un gobierno a otro, o de un partido a otro: estamos transfiriendo el poder de [la clase política] para devolvérselo a ustedes, el pueblo.
Durante mucho tiempo, [la clase política] cosechó los beneficios del gobierno mientras el pueblo soportaba el costo. [La clase política] floreció, pero el pueblo no participó de la riqueza. Los políticos prosperaron sin dificultades, pero se perdieron empleos y las fábricas cerraron. El establishment se protegió a sí mismo, pero no a los ciudadanos de nuestro país. Las victorias [de la clase política] no fueron sus victorias. Los triunfos [de la clase política] no fueron sus triunfos. Y mientras ellos festejaban en la capital de nuestra nación, poco tenían para festejar las familias que luchaban a lo ancho de toda nuestra tierra.
Todo eso va a cambiar aquí y ahora, porque este momento es el momento de ustedes. Les pertenece. Pertenece a todos los que se han reunido hoy aquí y a todos los que nos observan a lo ancho de los Estados Unidos. Este día es su día. Éste es su festejo. Y éstos, los Estados Unidos de América, son su patria.
Lo que ahora importa realmente no es qué cosas controla el gobierno, sino si es el pueblo el que controla el gobierno. El 20 de enero de 2017 será recordado como el día en que el pueblo recuperó el gobierno de esta nación. Los hombres y mujeres olvidados de nuestro país ya no seguirán en el olvido.
Ahora todos los están escuchando, ustedes acudieron por decenas de millones para ser parte de un movimiento histórico como nunca se ha visto en el mundo. En el centro de este movimiento reside una convicción crucial: que una nación existe para servir a sus ciudadanos.
Los norteamericanos quieren buenas escuelas para sus hijos, barrios seguros para sus familias y buenos empleos para sí. Estos son reclamos justos y razonables de un pueblo justo y razonable. Pero para demasiados ciudadanos nuestros, la realidad es completamente distinta.
Madres e hijos sumidos en la pobreza en nuestros barrios marginales, fábricas corroídas por el óxido, desparramadas como lápidas en el paisaje de nuestra nación, un sistema educativo lleno de recursos pero que deja a nuestros jóvenes y hermosos estudiantes privados de todo conocimiento. Y el delito y las pandillas y las drogas, que han arrebatado demasiadas vidas y despojado a nuestra patria de tanto potencial no realizado.
Esta carnicería norteamericana se termina aquí y se termina ahora. Somos una nación, y su dolor es nuestro dolor. Sus sueños son nuestros sueños, y sus éxitos serán los nuestros. Compartimos un corazón, una casa y un destino glorioso. El juramento que presto hoy al asumir mi cargo es un juramento de lealtad a todos los norteamericanos. Durante muchas décadas hemos enriquecido a la industria extranjera a expensas de la industria estadounidense, hemos subsidiado a los ejércitos de otros países al tiempo que permitimos el triste agotamiento de nuestros militares.
Hemos defendido las fronteras de otras naciones al tiempo que nos negamos a defender la nuestra. Y gastado billones y billones de dólares en el exterior mientras la infraestructura norteamericana se venía abajo por falta de mantenimiento y deterioro. Hemos enriquecido a otros países, mientras la riqueza, la fortaleza y la confianza de nuestro país se esfumaba por sobre el horizonte.
Una tras otra, las fábricas cerraron sus puertas y dejaron nuestras costas sin pensar por un instante en los millones y millones de trabajadores norteamericanos que quedaban atrás. La riqueza de nuestra clase media fue arrebatada de sus hogares para repartirla por todo el mundo. Pero eso es el pasado, y ahora sólo miramos al futuro.
Los aquí reunidos emitimos un nuevo decreto para que se lo escuche en cada ciudad, en cada capital extranjera y en cada centro de poder. A partir de este día, una visión distinta gobernará nuestra patria. A partir de este día, lo primero serán los Estados Unidos, lo primero. Cada decisión sobre comercio, sobre impuestos, sobre inmigración, sobre política exterior se tomará en beneficio de los trabajadores estadounidenses y de las familias estadounidenses.
Debemos proteger nuestras fronteras del ultraje de que otros países fabriquen nuestros productos, roben nuestras empresas y destruyan nuestros empleos. Esta protección conducirá a una gran prosperidad y fortaleza. Voy a pelear por ustedes con todo el aliento de mi cuerpo. Y nunca los voy a defraudar.
Los Estados Unidos volverán a ser ganadores, ganadores como nunca lo fueron. Recuperaremos nuestros empleos. Recuperaremos nuestras fronteras. Recuperaremos nuestra riqueza. Y recuperaremos nuestros sueños.
Construiremos nuevos caminos y autopistas y puentes y aeropuertos y túneles y ferrocarriles a todo lo ancho de nuestro país maravilloso. Vamos a sacar a nuestra gente de los planes sociales para devolverla al trabajo, vamos a reconstruir nuestro país con manos norteamericanas y trabajo norteamericanos.
Seguiremos dos reglas sencillas: compre norteamericano y emplee norteamericano. Buscaremos la amistad y la buena voluntad con las naciones del mundo, pero lo haremos en el entendimiento de que es derecho de toda nación poner sus intereses por delante. No vamos a imponerle nuestro estilo de vida a nadie, sino a hacerlo brillar como un ejemplo. Para que todos sigan su brillo.
Fortaleceremos nuestras viejas alianzas y trabaremos otras nuevas y reformaremos el mundo contra el terrorismo islámico radicalizado, que vamos a erradicar de la faz de la tierra. Toda nuestra política tendrá como base una lealtad total hacia los Estados Unidos de América, y en la lealtad a nuestro país, redescubriremos la lealtad que nos debemos entre todos.
Cuando uno abre su corazón al patriotismo, no hay lugar para el prejuicio. La Biblia nos dice lo bueno y placentero que es cuando el pueblo de Dios convive en la unidad. Debemos exponer nuestras ideas con franqueza, debatir nuestras diferencias con honestidad, pero siempre con un sentido solidario. Cuando los norteamericanos se unen, son absolutamente imparables.
No tengamos miedo. Estamos protegidos y siempre lo estaremos. Nos protege los grandes hombres y mujeres de nuestras fuerzas armadas y de seguridad. Y lo que es más importante, nos protege Dios.
Finalmente, debemos pensar en grande y soñar aun más en grande. En los Estados Unidos sabemos que una nación sólo está viva en el esfuerzo. No vamos a tolerar más a esos políticos que hablan y no hacen nada, que se quejan constantemente y nunca resuelven nada.
Nuestro país volverá a ser próspero y pujante. Nos encontramos al comienzo de un nuevo milenio, listos para desentrañar los misterios del espacio, para liberar la tierra de los dolores de la enfermedad, y para dominar la energía, la industria y la técnica del mañana.
Un nuevo orgullo nacional nos pondrá en marcha, elevará nuestra mirada y sanará nuestras divisiones. Es hora de recordar esa vieja sabiduría que nuestros soldados jamás olvidan, que seamos negros, marrones o blancos, todos derramamos la misma sangre roja del patriota. Todos gozamos de las mismas gloriosas libertades. Y todos saludamos al mismo gran pabellón norteamericano.
Y el niño que nace en el tejido urbano de Detroit y el que lo hace en las ventosas planicies de Nebraska, ambos contemplan el mismo cielo nocturno. Colman su corazón con sueños parecidos, y reciben el aliento de la vida del mismo Creador todopoderoso.
Así [les digo] a todos los norteamericanos de cada ciudad cercana o remota, pequeña o grande, de montaña a montaña, de océano a océano, escuchen estas palabras: ya no volverán a ser ignorados.
Sus voces, sus esperanzas y sus sueños definirán nuestro destino norteamericano. Y su coraje, bondad y cariño nos guiarán por siempre en ese camino. Juntos volveremos a hacer fuertes a los Estados Unidos. Los volveremos a hacer ricos. Los volveremos a hacer orgullosos. Los volveremos a hacer seguros. Y, por cierto, juntos, los volveremos a hacer grandes.
Gracias. Que Dios los bendiga. Que Dios bendiga a los Estados Unidos.»