El caso del banquero sin crédito

No tuve cuenta en el Banco Credicoop, ni la tendría jamás. No voté por la agrupación Nuevo Encuentro, ni la votaría jamás. El Banco Credicoop tuvo en su momento una administradora de fondos de pensión llamada Previsol. Cuando el gobierno kirchnerista decidió confiscar los fondos de los aportantes a las AFJP, Previsol se allanó sin chistar a los designios gubernamentales invocando una hasta entonces no anunciada política empresaria tendiente a “compatibilizar al máximo posible los intereses individuales de los afiliados y las enormes necesidades del país”. Nos preguntamos entonces en este sitio si Previsol había advertido a sus clientes que sus ahorros serían manejados según criterios políticos antes que financieros, porque no existe en el mundo entidad financiera privada alguna que contemple esa clase de “compatibilización”. El presidente del Banco Credicoop era y sigue siendo el señor Carlos Heller. Carlos Heller, principal figura de la agrupación kirchnerista Nuevo Encuentro, fue elegido además por los votantes de la ciudad de Buenos Aires como diputado nacional. Pero en el reciente debate celebrado en la cámara baja sobre la iniciativa oficialista de retirarle los depósitos judiciales al Banco Ciudad, el señor Heller se pronunció en contra de los intereses de los ciudadanos de la capital federal, los mismos que le dieron su apoyo en las elecciones del año pasado y a los que debe responder como diputado, y votó a favor de la propuesta kirchnerista. Aquí hay un patrón de conducta. Como titular de una entidad bancaria, el señor Heller tiene una responsabilidad primordial respecto de sus clientes, que son los que contratan sus servicios y le confían su dinero. Como diputado nacional, el señor Heller tiene una responsabilidad primordial respecto de sus votantes, que son los que le dan su apoyo y le confían la representación de sus intereses. Sin embargo, el señor Heller parece tener un orden diferente de lealtades, en el que el lugar primordial lo ocupa su adhesión a una ideología o a un gobierno. Si ese orden de lealtades hubiese sido declarado públicamente antes de recibir los fondos jubilatorios o el voto de los ciudadanos, no habría problema: de ahí en más cada uno es responsable de sus actos. Haberlo ocultado o disimulado equivale a una defraudación, porque tanto los aportantes a la AFJP Previsol como los ciudadanos de Buenos Aires resultaron perjudicados objetivamente por el comportamiento de la persona a la que habían otorgado su confianza. La política es una actividad basada en la confianza: los ciudadanos votan a sus representantes en la creencia de que éstos van a defender sus intereses y van a ser portavoces de su voluntad, según lo han prometido durante las campañas electorales. El negocio financiero también es una actividad basada en la confianza, y muchas palabras típicas de las finanzas lo reflejan. Crédito, por ejemplo, viene de creer: merece crédito alguien en cuya palabra se puede creer. Otro tanto ocurre con palabras como fideicomiso o fiduciario, que provienen de fides, que quiere decir fe en latín, y de la que también deriva confianza. Si no se puede confiar en la palabra de alguien, esa persona no tiene crédito; si no se puede tener confianza en las acciones de alguien, esa persona no es fidedigna. ¿Confiaría usted su dinero, o su voto, a una persona así?

–S.G.

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