Camino de los dinosaurios

Michael Crichton pronosticó hace 15 años la desaparición de los medios de prensa tradicionales. Sus vaticinios fueron tomados a la ligera, pero ahora se multiplican los indicios de que estaban bien encaminados.

Esta semana murió Michael Crichton. Muchos lo recordarán como el guionista de Jurassic Park y la serie E.R. (él mismo era médico), otros como autor de novelas (Sol naciente, La amenaza de Andrómeda, Acoso). Yo como el entusiasta de las primeras computadoras personales, autor de un libro introductorio sobre el lenguaje BASIC, y de Amazon, una aventura gráfica que brillaba en el monitor de la Commodore 64.

Pero todo eso es muy personal. Para colocarlo en el terreno de intereses comunes con los lectores de esta página voy a recordarlo aquí como el severo crítico de la prensa que, en una conferencia de 1993, profetizó que en un plazo de diez años, los diarios habrían emprendido el camino de los dinosaurios, con el New York Times a la cabeza.

Las críticas de este autor no eran de orden ideológico, ni político, ni de teoría de medios. Criticaba a la prensa desde el punto de vista del consumidor. “Los medios son una industria, y su producto es la información. Como muchas otras industrias norteamericanas, entrega un producto de muy pobre calidad”.

Crichton exhibió un muestrario de casos típicos. Noticias que son apenas gacetillas dadas vuelta, artículos basados en especulaciones, descuido por la exactitud de los datos, entrevistas superficiales, y desconocimiento generalizado por parte de los periodistas acerca de los temas sobre los que informan, parcialidad, tendencia a simplificar las cuestiones y polarizar el debate en oposiciones sencillas.

El público percibe esa decadencia, se da cuenta de que la prensa no sólo no informa sobre los problemas de su sociedad sino que se ha vuelto uno más de esos problemas, y crecientemente les da la espalda a los medios como lo demuestran, decía Crichton, las encuestas y la declinantes cifras de venta de periódicos, y de audiencia de los noticieros.

Lo que agrava el problema es que la sociedad ha evolucionado hacia un punto en el que contar con información confiable y oportuna se ha vuelto imprescindible para desenvolverse en ella.”En este contexto, la información no es un entretenimiento, es una necesidad. La necesitamos, y necesitamos que sea de buena calidad”, agregaba.

Crichton señalaba también que la gente había tomado conciencia de lo que pagaba por esa información pobre, en términos de diarios, revistas, abonos a la televisión por cable. Y sugería que estaría muy dispuesta a pagar bien por un producto de buena calidad. Pero advertía que la prensa tradicional no lograba ver las cosas de ese modo, y por eso creía que estaba condenada.

Al mismo tiempo pronosticaba que la red Internet iba a quebrar el monopolio de los medios sobre la difusión de información, y permitir al público acceder a las fuentes mismas, tales como estadísticas oficiales, sin pasar por la chapucera mediación de la prensa. Así veía Crichton las cosas en 1993.

Casi diez años después, el New York Times se seguía editando y los noticieros vespertinos de televisión continuaban en el aire, casi con los mismos presentadores. Interrogado en 2002 por el periodista de Slate Jack Shafer acerca de sus predicciones, Crichton repuso: “No creo haberme equivocado, todavía es demasiado pronto”.

Incluso pensaba que se había quedado corto, y que le habría gustado pronosticar “el efecto de los grandes conglomerados mediáticos” que se formaron en esa década “combinado con la decisión universal de convertir las noticias en entretenimiento”. Shafer, no obstante, se burló amablemente de las capacidades adivinatorias de Crichton.

Pero en otro artículo a comienzos de este año, Shafer le dio la razón al autor de El hombre terminal, y reconoció que sus pronósticos comenzaban a cumplirse quince años después de formulados.

“La industria periodística se viene abajo, pierde personal, circulación e ingresos. La audiencia de los noticieros vespertinos continúa evaporándose, y si bien los medios de comunicación de masas no se van a acabar mañana, las observaciones originales de Crichton acerca de la prensa suenan ahora más verdaderas que falsas”, escribió en Slate.

También volvió a entrevistar a Crichton, quien reiteró más o menos sus críticas anteriores. Propuso al público hacer el ejercicio de tomar un diario de algunas semanas atrás para poder leerlo con más distancia, y ver cuántas noticias carecen de fuentes, o tienen fuentes no identificadas, cuántas son meras conjeturas escritas en condicional.

El escritor fustigó además la tendencia facciosa a abroquelarse en pensamientos únicos. “La idea de que personas de bien puedan tener discrepancias ha desaparecido. Hoy, si yo estoy en desacuerdo con usted, usted piensa que debo tener algún problema. Esto es infantil, provinciano, y tremendamente intolerante”, dijo.

“La prensa podría obrar como correctivo, con frialdad y una cierta distancia, mostrando por el ejemplo cómo abordar la información y las controversias. En cambio, se ha contagiado evidentemente de la fiebre de nuestro tiempo. Los periodistas ahora se enorgullecen de afirmar sus convicciones con puñetazos en la mesa”.

Algunas novedades ocurridas desde la publicación de esa nota en mayo pasado, parecen ratificar el rumbo anunciado por Crichton:

El Christian Science Monitor, toda una institución de la prensa conservadora estadounidense, anunció que dejaría de publicar su edición impresa para concentrarse en su sitio en la red Internet y en una versión digital que vendería por subscripción.

Estudios recientes citados en un artículo de The Economist explican la parcialidad percibida en algunos medios de prensa no como un fenómeno relacionado con la oferta (esto es las opiniones de sus editores) porque esto produciría una reacción negativa entre su audiencia, que espera imparcialidad, sino con la demanda (esto es las opiniones de la audiencia) porque parece que la gente pone la ratificación de sus propias convicciones por sobre la imparcialidad.

Una nota aparecida en la revista de la facultad de periodismo de la Universidad de Columbia demostró cómo la prensa especializada, la prensa económica, no había informado oportunamente, esto es cuando se estaba gestando, acerca de la burbuja inmobiliaria y las hipotecas subprime. (En cambio, sí lo hicieron, según la misma revista, algunos medios de información general como, uh, el New York Times).

Y por fin, el misterioso magnate mexicano Carlos Slim, devenido en uno de los hombres más ricos del mundo de la noche a la mañana, dueño de Telmex, acercó un vasito de agua al New York Times en su augurada marcha por el camino de los dinosaurios al adquirir el 6,4 por ciento de las acciones del matutino.

Una verdadera lástima, porque difícilmente vayamos a encontrar ahora en el Times una buena nota de investigación acerca del origen de la fortuna del señor Slim.

–Santiago González

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