Caloi (Carlos Loiseau, 1948-2012)

Desde las páginas de Clarín y su revista dominical, los dibujos de Caloi acompañaron (reflejaron, interpretaron) los estados de ánimo de muchos porteños durante casi cuatro décadas; en esa interacción con el lector su trabajo fue adquiriendo un tono inequívocamente tanguero: poético, tierno, melancólico, escéptico, pero también atorrante, irónico, confianzudo, sobrador. La primera parte de la fórmula resulta particularmente visible en las páginas semanales, en las que el dibujante volcaba sus preocupaciones más hondas y universales, ligadas a los temas eternos de la condición humana: el amor, la amistad, la vida, la muerte, la libertad y el destino. A veces esas páginas ilustraban simplemente un poema, de Jacques Prévert o de Oliverio Girondo; a veces eran ellas mismas un poema ilustrado, que la memoria se obstina en evocar en sepia. En la otra parte de la fórmula está el personaje  de Clemente; como buen argentino, un bicho difícil de definir. Clemente fue el vehículo por el que Caloi dejó fluir su aguda sensibilidad para lo popular en el mejor de los sentidos (no en el sentido que un político le daría a la palabra popular, no en el sentido que le daría un productor de televisión). Atorrante, irónico, confianzudo, sobrador, cobardón, patriotero, acomodaticio, futbolero, transgresor, malicioso e ingenuo, Clemente exhibió en su tira diaria lo bueno y lo no tan bueno, si no de todos, al menos de una apreciable porción de los argentinos. Sus momentos de mayor popularidad estuvieron ligados al fútbol, a la selección nacional, cuando su figura se convertía en ícono de la agitada expectativa de la hinchada. Ese vínculo se había sellado en 1978, cuando Clemente capitaneó la “guerra de los papelitos” contra la orden de la Junta Militar, a la que inquietaba cualquier libre expresión de la alegría. “Tiren papelitos”, propuso Clemente: iniciativa de aparente trivialidad como las que se inventaban en la época para retar al siniestro triunvirato. Pero los gestos heroicos no fueron el signo del personaje, ni tampoco las consignas ideológicas fáciles, políticamente correctas, sino su reflexión mordaz, desengañada, de esquina de barrio. Los trabajos de Carlos Loiseau serán una referencia ineludible para quien intente bucear en el alma popular porteña del último medio siglo, en el sube y baja de sus humores. Como Bartolo, Caloi llegó un día desde el suburbio, en un tranvía de una rueda sola, para traernos a Clemente y conducirnos por vías inexploradas del mundo y de la vida. Su pincel, el troley de ese tranvía, estuvo guiado por la mano de un poeta, en el mismo sentido en que hablamos de los poetas del tango.

S.G.

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