Autocrítica

Así como alguna vez cedí al autobombo para destacar algún acierto de este sitio, ahora es hora de la autocrítica. Tengo que admitir que cada vez que quise interpretar racionalmente las políticas del gobierno kirchnerista me equivoqué. Cuando hablo de racionalidad no me refiero a la lógica de las cosas tal como deberían ser según los parámetros de una democracia republicana, representativa y federal del tipo del que la señora Cristina Fernandez y sus funcionarios juraron respetar, sino a la lógica de las cosas según el más descarnado, parcial e inmoderado interés de los gobernantes. Así, me equivoqué cuando entendí que la designación de Jorge Capitanich como jefe de gabinete iba a aportar autoridad, orden y sentido común a un gobierno cuya cabeza daba estridentes señales de haber perdido el norte. Pensé que una persona joven y con futuro político como el gobernador del Chaco no iba a empeñar su prestigio en una superchería. Pero en menos de una semana las cualidades de Capitanich, cualesquiera hayan sido, ya habían sido arrastradas por el torbellino de desequilibrio que agita la Casa Rosada. Me volví a equivocar cuando supuse que la negativa a cumplir la decisión del juez Thomas Griesa estaba guiada por un excesivo temor sobre los efectos de la cláusula Rufo, porque, según pensé en ese momento, ningún gobierno en sus cabales, que además pugnaba por conseguir acceso a los mercados de capitales para asegurarse la supervivencia hasta el fin de su mandato, iba a meterse en el tembladeral económico interno y externo en el que se estaba metiendo. Sin embargo, al anunciar la peregrina idea de cambiar la jurisdicción y el lugar de pago de la deuda reestructurada, la presidente demostró que, vaya uno a saber por qué razones, está dispuesta a desoir el mandato de un tribunal al que voluntariamente se sometió. La lección de todo esto es que en el caso del kirchnerismo hay que renunciar a la interpretación y limitarse a la fenomenología: en las acciones de este gobierno no hay racionalidad política alguna, ni de derecha ni de izquierda, ni nacional ni popular. Ni siquiera hay instinto de supervivencia porque todos, menos ellos, vemos cómo el piano se les cae irremediablemente encima. En el universo kirchnerista, parece, el que no está mal de la cabeza es ladrón. Algunos pocos, altamente encumbrados, satisfacen las dos condiciones. –S.G.

 

Califique este artículo

Calificaciones: 2; promedio: 4.5.

Sea el primero en hacerlo.

1 opinión en “Autocrítica”

  1. No viene mal la autocrítica en público. Todos tenemos que hacer ajustes, reestructuraciones y, en ocasiones, cambios drásticos. Pero es una práctica – así sea introspectiva o pública – muy, pero muy mal vista por el mundillo kirchnerista-cristinista. Todos ellos tienen, con distinta intensidad, una característica en común: necesitan un Jefe – o una Jefa – y, cuando lo tienen (no importa demasiado con qué métodos) lo hacen aumentar de escala hasta que su ego puede más que cualquier percepción; y una vez que toman una dirección, no cambian de rumbo no importa cuáles y cuántas evidencias de error (y de horror) se acumulen en su marcha.
    Pierden sensibilidad, se rigidizan y no perciben, por ejemplo, que el “asesinato simbólico de Colón”, para poner en su lugar – mal emplazado, mal orientado, mal modelado y sin ninguna consideración paisajística o urbanística – que forma parte de la larga serie de “asesinatos simbólicos públicos” (como autos de fe de una nueva inquisición) a periodistas y personalidades políticas del presente y del pasado, manifiesta, en una sociedad que no toleraría otra forma de asesinato que no fuera la simbólica (y que tampoco tolera bien la forma simbólica), que los K traen en su interior un resentimiento y un nivel de violencia tal, que, de ser otros los tiempos y otros los filtros culturales, se manifestaría más directamente… En ese ambiente no hay espacio para la autocrítica, ni nada que se le parezca.
    Cristina F., accedió a la presidencia de la mano del Jefe, Néstor, sin tener ninguna preparación técnica y moral. Y Néstor gobernó hasta un rato antes de morir torpemente. Desde entonces, Cristina necesitó una pareja política, preferentemente varón (Zannini, Verbitzky, Boudou, Kicillof). En este momento gobiernan en pareja Cristina y Kicillof, que es un muchacho con una enorme carga de soberbia, consecuentemente desprecio, y… violencia, mucha violencia. Pese a la “racionalidad” del camino de las humillaciones (Ciadi, YPF, Club de París, y otras), ante el reto de Griesa, Kicillof y Cristina han preferido (estoy especulando, pero en base a percepciones acumuladas durante años) dejar de lado esa construcción (¡tan humillante para ellos y tan vergonzosa para a sus atónitos y mudos secuaces!) por un conflicto que les permita recuperar protagonismo, dividiendo las aguas como hubiese recomendado Ernesto Laclau: “Patria o Buitres”, para ver, como diría un secuaz “quién es quién en la Argentina”.
    Es el desvarío del viejo y nuevo revisionismo. Alguien como Pacho O´Donnell debe estar encantado con este artificio.
    A otros, nos sorprende, nos descoloca, nos parece anacrónico, nos hace equivocar en la interpretación, porque no podemos creer que ese muerto ¡esté tan, pero tan vivo entre nosotros!
    Gracias por su autocrítica.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *