Alegrías para todos

Las elecciones primarias vienen repartiendo alegrías con magnánima ecuanimidad: el kirchnerismo festejó en Salta, el radicalismo en Mendoza y el macrismo en Santa Fe. También el delasotismo tuvo su noche de gloria en Corral de Bustos, donde su candidato se aseguró la intendencia contra una coalición de todos los opositores juntos. Por lo que se ve, el único que no tuvo motivos para el regocijo fue Sergio Massa. Pero aun cuando mire con envidia a sus competidores alzando los brazos en la televisión debería darse cuenta que esas algarabías son un poco forzadas y prematuras, especialmente en algunos casos. Veamos: Juan Manuel Urtubey ganó en Salta, es cierto, pero de inmediato marcó distancia con el gobierno nacional; el kirchnerismo tuvo un muy buen desempeño en Mendoza, pero luego de que sus jefes, con el apoyo a distancia de Daniel Scioli, eliminaran de las listas a los integrantes de la Cámpora que el oficialismo nacional pretendía introducir. El único kirchnerista incontaminado quedó tercero cómodo en Santa Fe. Allí Miguel del Sel consiguió un buen nivel de apoyo, parejo con el frente de radicales, socialistas y cívicos. El PRO tiene en esa provincia la presencia más sólida después de la capital federal, pero no demostró haber crecido desde las últimas elecciones. Esto debería preocupar a Mauricio Macri tanto como la interna del domingo próximo en la ciudad de Buenos Aires donde Horacio, su pollo, no logra horadar las inexplicables simpatías que Gabriela ha conquistado entre los porteños. Un triunfo de la señora deterioraría su autoridad dentro del partido, y daría fuerzas a quienes quieren convencerlo de un pronto acuerdo con Massa, invocando la necesidad de contar con una pata peronista para competir con posibilidades en las presidenciales. El problema es que Macri no se conforma con la pata peronista: quiere el cuerpo entero (ver Tres peronismos, y un cuarto), y esto ya lo han advertido quienes se le acercaron creyendo que el PRO abría un espacio para las ideas liberales y republicanas. Que Federico Pinedo acompañe a Gabriela, y Diego Santilli y Cristian Ritondo respalden a Horacio es más que significativo. Macri prefiere tener a su lado peronistas con tiempo cumplido como Carlos Reutemann y no jóvenes ambiciosos como Massa, capaces de complicarle las cosas en el futuro. Sin embargo, tanto los que pusieron plata para la frustrada campaña del tigrense como los que solventan las aspiraciones del jefe de gobierno porteño saben que ni uno ni otro tienen futuro si no suman fuerzas, y se lo han hecho saber a ambos. Massa debería resignarse a buscar la gobernación de Buenos Aires, y Macri debería hacerse a la idea de lidiar con Massa. El primero parece más dispuesto a aceptar que el segundo, pero todo es cuestión de tiempo. Si el establishment se sale con la suya, la estrategia concebida por Elisa Carrió para sacar al país del populismo y reencauzarlo por los carriles republicanos se irá al diablo, y el kirchnerismo no tendrá más remedio que encolumnarse firmemente detrás de Scioli si es que persigue alguna clase de supervivencia. Según este escenario, en diciembre nos esperaría una final Macri-Scioli, que en términos políticos sería equivalente a elegir entre dos gotas de agua. En términos económicos, en cambio, significaría elegir entre gradualismo o shock como ruta de salida del marasmo que dejará el oficialismo: con su último y contundente paro general los sindicatos ya anticiparon su opinión; el poder económico, en cambio, se muestra dividido.

–Santiago González

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