Ajustar y devaluar

La ciencia económica parece bastante poco imaginativa, por lo menos en la Argentina. ¿Qué han propuesto los economistas cada vez que la economía nacional se atascó en una de sus habituales encerronas? Devaluación y ajuste. Lo propusieron a lo largo de toda la segunda mitad del siglo XX, lo propusieron para salir de la convertibilidad y el “neoliberalismo” de los 90, y lo proponen ahora para superar el azote del populismo y su colección de subsidios, cepos, retenciones y otras interferencias. Los economistas aseguran que en realidad, más allá de las palabras que sirvieron para definir cada época, el problema siempre ha sido el mismo: el enorme déficit fiscal en el que incurren los gobiernos, por razones que cubren un amplio espectro, desde la corrupción hasta la ineficiencia. El déficit no resulta de la imposibilidad del Estado de hacer frente a sus obligaciones normales con sus recursos normales. Se trata más bien de una inclinación descontrolada a gastar de más que no encuentra límites, ni siquiera en épocas de desconocida bonanza tributaria como la que gozó el kirchnerismo. Hay sectores no muy amplios, pero sí poderosos, de la sociedad que se benefician de este estado de cosas, se vienen beneficiando desde hace décadas, y más bien han empleado su influencia para que las cosas no cambien, porque de alguna manera (y no es necesario forzar mucho la imaginación para suponer de qué manera) se las arreglan para que el dinero que el Estado despilfarra vaya a parar a sus bolsillos. Y después ponen cara de circunstancias cuando la ciencia económica convenientemente dice que no hay más remedio que devaluar y ajustar, y en realidad están esperando ese momento porque les brinda una nueva oportunidad de enriquecimiento instantáneo. Los economistas recomiendan devaluación y ajuste probablemente porque no encuentran otra cosa en su caja de herramientas, o no tienen mucho interés en buscarla, o no tienen imaginación para inventarla. De todos modos, no les corresponde a ellos sacarnos del círculo vicioso en el que estamos atrapados. Esa es tarea de los políticos, pero éstos dependen demasiado del dinero ajeno como para esperar que después desafíen a los poderosos. También esta vez el peso de la devaluación y del ajuste habrán de caer sobre la gran masa de la población que, por fuerza, viene empobreciéndose cada vez más: el aire acondicionado y el celular adquiridos en cuotas la distraen del hecho de que jamás logrará comprarse una casa, como sí pudieron hacerlo sus padres, o sus abuelos. –S.G.

 

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