¡Viva el blue!

La ficción peronista popularizó la versión de que, durante los días de agonía de Evita, alguien escribió en alguna pared de Buenos Aires la leyenda “¡Viva el cáncer!”. Al parecer, esa pintada nunca existió, y fue más bien fruto muy posterior de la imaginación literaria. Pero esto es irrelevante, lo importante es que la aparición de ese cartel habría sido posible en el clima de encono político y social existente en la Argentina en la década de 1950. Seis décadas después, otro gobierno peronista ha sido capaz de generar en la sociedad odios parecidos, y en las redes sociales -los muros de la ciudad virtual- vienen apareciendo en las últimas semanas leyendas que agitan, proclaman, celebran, disfrutan el acelerado deterioro del peso argentino, y hacen pronósticos festivos sobre el desenlace fatal. “¡Viva el blue!” clama el antikirchnerismo contemporáneo reviviendo el resentimiento de antaño. En su actitud revela una torpeza más ciega, más deleznable que la de sus abuelos. La inflación es tan inexorable como el cáncer, y no necesita de vivas para hacer su trabajo. Pero el cáncer de 1950 obraba sobre el cuerpo débil de una mujer cuyo protagonismo le había hecho concentrar sobre sí todos los odios dirigidos contra el gobierno que representaba. El cáncer actual, en cambio, no afecta a ninguna figura de la facción política aborrecida; por el contrario, produce sus estragos sobre un cuerpo social maltrecho que poco o nada tiene que ver con los odios políticos de la época. Para decirlo más claramente, en un país que tiene un 30 por ciento de pobreza exclamar “¡Viva el blue!” es una canallada. Ya escucho los descargos: lo que se festeja es el fracaso de un gobierno que ha escarnecido a su sociedad, y no los daños que ese fracaso va a causar, etc. Pero no les creo: puedo percibir la carga emocional de quienes propalan oficial u oficiosamente los partes médicos, y están perfectamente resguardados contra la enfermedad. Hay una hipócrita caracterización clasista de la base de sustentación electoral de este gobierno, desmentida por las planillas de los escrutinios y otros indicadores. Junto a esta arrogante sed de revancha aparece la indiferencia culposa de quienes esperan medrar con la corrupción de la moneda: ya lo han hecho en el pasado y tienen los instrumentos afilados para sacar el mejor provecho del colapso. Que esto es así como digo lo prueba la actitud de la llamada dirigencia argentina. El país está al borde del abismo, y si se produce la caída, las penurias y sufrimientos que van a caer sobre sus ciudadanos serán tremendos. Estructuralmente, las condiciones para afrontar una crisis son ahora mucho más desfavorables que en el 2001. Si la dirigencia argentina -política, económica, social, eclesiástica- estuviera a la altura de ese nombre, ya debería haber convenido un programa alternativo para superar esta instancia con el menor daño posible para la sociedad, y haber empeñado todo su poder de presión y comunicación para persuadir e incluso forzar al gobierno a tomar ese camino. Pero a ninguno de esos dirigentes nada parece importarles nada. Más reservadamente que los resentidos animadores de las redes sociales murmuran “¡Viva el blue!” y se restregan las manos, preparándose para la rapiña.

–Santiago González

Califique este artículo

Calificaciones: 4; promedio: 5.

Sea el primero en hacerlo.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *