El verdugo de FM Identidad

En una operación de la que todavía se conocen pocos detalles, la emisora FM Identidad, que utiliza la frecuencia 92.1, pasó esta semana a manos del Grupo Szpolsky, uno de los conglomerados de medios paraestatales que pagamos todos nosotros pero utiliza el partido gobernante en su beneficio. Al parecer, la radio tal como se la conocía hasta ahora desaparecerá y su frecuencia pasará a ser utilizada por Vorterix, una emisora de música juvenil conducida por Mario Pergolini, quien ha sabido mantener buenas relaciones con el actual gobierno. El episodio desencadenó un escándalo en el mundillo de los medios, y arrancó oleadas de ira en las franjas anti-K de las redes sociales. En FM Identidad, un director de programación inteligente y profesional, José Luis Zorzi, había logrado reunir un conjunto de periodistas de muy buen nivel que conducían a lo largo de la jornada los diversos programas de la emisora. El tono de esos programas era en general crítico, como no podría ser de otro modo tratándose de periodistas, no de militantes. La desaparición de esa radio, de su contenido, es un episodio lamentable porque cierra otra tribuna de voces independientes. Este sitio no puede menos que compartir la frustración generada, y solidarizarse con el señor Zorzi y los colegas que se quedaron sin trabajo. Este sitio deplora que, una vez decidida, la operación no haya sido claramente informada a quienes trabajaban en la radio primero, y al público después. Lo que este sitio no puede hacer es compartir los calificativos insultantes (“fachos” fue uno de los más suaves) que toda una gama de pretendidos liberales opuestos al gobierno regalaron a quienes intervinieron en la transacción. Porque la decisión de comprar y vender es, o debería ser, una decisión libre en una sociedad libre, por más que no nos gusten sus efectos. No sabemos, en realidad, qué movió a los integrantes de Zirma S.A., que operaban la frecuencia 92.1, a desprenderse de la radio. Pero podemos suponer que, si no mediaron amenazas (como ocurrió en su momento con Daniel Hadad), lo hicieron guiados por un simple capricho, o por razones económicas: tal vez la radio no era rentable, o no era lo suficientemente rentable. Capricho o cálculo, y suponiendo que todos los requisitos legales se hayan cumplido (cosa que está por verse), los dueños no hicieron otra cosa que ejercer la libertad de vender que les reconoce la Constitución. Sobre los motivos que llevaron a Szpolsky-Pergolini a comprar, hay hipótesis comerciales que tienen que ver con la ubicación de Vorterix en el dial, e hipótesis conspirativas, que tienen que ver con la aniquilación de un medio independiente. Como quiera que sea, los compradores también hicieron uso de su derecho constitucional. En realidad, descargar las iras sobre los que compraron y vendieron es buscar una salida fácil, un chivo expiatorio para una responsabilidad mayor, más grave, y que está en otro lado. Los dueños de FM Identidad probablemente no la habrían liquidado si la programación de la emisora hubiese conseguido una audiencia y/o una pauta publicitaria apreciables. Pero más allá de un pequeño sector politizado, al público no le interesa la información que lo intranquiliza, y a los anunciantes les falta coraje para solventar medios y periodistas críticos. Si hubo un verdugo para FM Identidad, éste ha sido la indiferencia de la sociedad, y no quienes intervinieron en la compra-venta de su frecuencia si lo hicieron legalmente. Si a la sociedad le importaran realmente la libertad de expresión y las voces independientes, como dice que le importan, FM Identidad seguiría en el aire. –S.G.

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1 opinión en “El verdugo de FM Identidad”

  1. Esto me hace acordar a un chiste muy estúpido e hipócrita que circulaba hace ya bastante tiempo, en el que se describía a una Buenos Aires súbitamente llena de lectores, gente interesada por el teatro y la música. Sorprendido el narrador por el repentino cambio, preguntaba qué estaba pasando y le respondían que acababa de fallecer Tinelli. La culpa, la responsabilidad, siempre está afuera. En vez de hacernos responsables por lo que elegimos consumir, ¡comemos lo que come “todo el mundo” y nos quejamos porque no nos gusta!

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