Trump

Cambio o continuidad: el hogar de los valientes y la tierra de los libres no puede equivocarse

donaldAl pueblo norteamericano hace rato que lo vienen embromando, por lo menos desde que tengo memoria. Básicamente decente y confiado en sus líderes, el norteamericano medio consintió pasivamente una acumulación de abusos que ahora pone en riesgo su subsistencia como persona y como nación. En los próximos días deberá tomar una decisión crucial: ceder al miedo instilado por la prensa y permitir que todo siga igual votando a la candidata del establishment Hillary Clinton, o patear el tablero y correr todos los riesgos con el candidato sin partido Donald Trump. Quienes miramos desde afuera pensamos que, ante esa opción, el hogar de los valientes y la tierra de los libres no puede equivocarse.

Apoyan a Hillary todos los que han contribuído a la decadencia de los Estados Unidos: el poder financiero, las grandes corporaciones, los medios de comunicación, la clase política en su conjunto, la academia y el coro habitual del progresismo, todos los cuales se han acostumbrado a vivir cómodamente, y algunos más que comodamente, a expensas de la gente que trabaja. A Trump lo apoya la gente de la calle, especialmente la del interior del país, los agricultores que han perdido sus campos, los obreros industriales que han perdido sus empleos, los ciudadanos de todo tipo que han perdido sus hogares.

Trump no tiene efectivamente apoyos institucionales, ni siquiera los del Partido Republicano, muchas de cuyas principales figuras le han dado la espalda como se la dieron en el pasado a Pat Buchanan, la mente más lúcida del GOP. Sólo cuenta con el respaldo de los ciudadanos, que han encontrado en la oratoria sencilla y directa del candidato un eco de sus preocupaciones, y una manera de razonar compatible con el sentido común, ése que se construye en la experiencia diaria del barrio, el taller, la oficina o la parroquia, alejado de las grandes palabras vacías, distantes, ajenas, empleadas por una élite arrogante y desdeñosa que sólo vela por sí, y que ni siquiera cree en lo que dice.

Como Trump trata de sintonizar su mensaje con las inquietudes reales y concretas de la gente –el trabajo, la salud, la vivienda, la falta de dinero, los inmigrantes–, el establishment estadounidense hizo lo mismo que el de cualquier parte del mundo cuando se siente desafiado: arrojarle a su retador la etiqueta de populista. Aunque en el mundo anglosajón no tiene el tono despectivo que la acompaña entre nosotros, igualmente no debería ser causa de ofensa. Al fin y al cabo, de lo que se trata es del pueblo, no de otra cosa: la Constitución de los Estados Unidos habla de We the People…, no de We the banks… ni de We the media… ni de We the elite… aunque muchos parecieran entenderlo así.

Y el pueblo la está pasando mal, cosa de la que son más conscientes los mayores de 60 años. La época dorada de la clase media que marcó el tono del American way of life y lo convirtió en modelo deseable para todo Occidente fue el cuarto de siglo posterior al fin de la Segunda Guerra: la época de la red de autopistas Eisenhower, el desarrollo de los suburbios, el automóvil, el taller en el sótano, la televisión, el baby boom y el rock’n’roll. Todo empezó a derrumbarse desde entonces, empezando por la prensa libre, que se puso al servicio del establishment después de la guerra de Vietnam y se estrenó en esas nuevas funciones con su cinematográfico aporte a la destitución de Richard Nixon.

Sin la vigilancia de una prensa  independiente, la sociedad estadounidense se convirtió desde entonces en un coto de caza para esa asociación infame de políticos, financistas y corporaciones, cada vez más desenfrenados en su codicia y ciegos en cuanto a las consecuencias de sus actos. Además de los jóvenes inmolados en guerras absurdas, injustificadas e injustas; además de la pérdida de calidad de vida en términos de salud, ambiente y alimentación, las familias han visto deteriorarse su economía, golpeada por una crisis financiera tras otra, y por una sostenida pérdida de empleos que se fueron del país en aras de una globalización que la prensa vende como inevitable y beneficiosa. La mayoría de ellas vive al día, sin capacidad de ahorro, y carga sobre sus hombros, cada una, medio millón de dólares de deuda externa.

Trump ha tomado nota de estas cosas y ha prometido resolverlas. Tal vez lo haga, tal vez no; tal vez demuestre ser un hombre de carácter, tal vez se trate sólo de un temperamental arrebatado; tal vez revele ser un líder capaz de revitalizar los ideales nacionales, tal vez resulte ser un fraude: son interrogantes abiertos. Como quiera que sea, el sistema político estadounidense cuenta con aceitados mecanismos de control  y de equilibrio como para moderar cualquier desatino. Y además, George W. Bush ha fijado estándares de incompetencia, cinismo e inescrupulosidad difíciles de superar, de modo que no hay mucho que temer. Hillary Cinton, es cierto, no deja lugar para la duda o la incertidumbre o el temor. Con ella las cosas seguirían yendo como van.

-Santiago González

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