Trump ante un Congreso aletargado

Por Pat Buchanan *

Donald Trump es hoy presidente porque se lo percibió más bien como un hacedor que como un hablador. Uno de los elogios más comunes que se le dispensaban en 2016 era: “¡Al menos logra que las cosas se hagan!” Y fue su exasperación con las vacilaciones de los legisladores del GOP 1, que no lograron llevar adelante su agenda, o la del partido, lo que condujo a Trump a relevar a los contratistas republicanos Ryan & McConnell de la tarea de aumentar el tope de endeudamiento, y encomendársela en cambio a Pelosi & Schumer.

Resulta difícil culpar a Trump. A lo largo de siete meses, el Congreso se mostró incapaz de derogar el Obamacare, aunque el GOP prometió en tres elecciones sucesivas que sería su primera prioridad.

Al regresar a la capital después de cinco semanas de vacaciones, sin haber aprobado ley alguna, el presidente de la legislatura Paul Ryan y el jefe del bloque mayoritario Mitch McConnell se encontraron emplazados a elevar el tope de endeudamiento y financiar al gobierno. De no hacerlo, se desplomarían los mercados, se pondría en peligro la calificación de los bonos estadounidenses, y los Estados Unidos parecerían una república pusilánime. Las familias y las empresas lo hacen todos los años. Y sin embargo, todos los años, según parece, el Congreso llega hasta el borde del default nacional antes de autorizar la toma de crédito para pagar las cuentas que el propio Congreso ha acumulado.

Por cierto, Trump no ha hecho más que patear hasta mediados de diciembre la crisis de endeudamiento de este año. Antes de que concluya 2017, él y el Congreso tendrán que lidiar también con una crisis inmigratoria provocada por su cancelación de la amnistía dictada por el gobierno de Obama para los llamados dreamers,2 ahora pasibles de ser deportados. Deberá lograr además que el Congreso solvente su muro [con México], ponga en vigencia la reforma impositiva y financie la reparación y renovación de nuestra infraestructura, si no quiere que su primer año en el cargo sea considerado un fracaso.

Con toda probabilidad al aproximarse la Navidad nos veremos ante un atolladero legislativo, para salir del cual (tanto él como su partido), Trump deberá recurrir nuevamente a Chuck Schumer y Nancy Pelosi.

La pregunta que ahora se plantea es: ¿El presidente llegó a la conclusión de que trabajar sólo con las mayorías republicanas no le permitirá llegar hasta donde necesita para que su presidencia resulte exitosa? Después de haber alcanzado un acuerdo con los demócratas para que lo ayudaran con el tope de endeudamiento, ¿buscará Trump un acuerdo con los demócratas sobre una amnistía para los dreamers a cambio de fondos para la seguridad en la frontera? La semana pasada Trump se mostraba abierto a esa idea. ¿Abandonará a los republicanos libremercadistas para trabajar con los demócratas en la protección de empleos y empresas estadounidenses frente a predadores comerciales como China? ¿Llegará a un acuerdo con los demócratas del Capitolio sobre las prioridades en la financiación de proyectos de infraestructura? ¿Buscará un entendimiento con los demócratas sobre cuáles impuestos derogar y cuáles mantener?

Podríamos asistir a un estremecimiento sísmico en la política nacional si Trump recurre a coaliciones centristas y bipartidarias para llevar a la práctica su agenda tanto como pueda. Podría colaborar con los republicanos de la Federalist Society 3 en materia de jueces, y con los demócratas nacionalistas en materia de aranceles.

Pero el atascamiento legislativo que agotó la paciencia presidencia podría ser más grave que una fase pasajera. El Congreso de los Estados Unidos, cuyos poderes fueron delineados a fines del siglo XVIII, simplemente tal vez no sea una institución adecuada para el siglo XXI.

Un siglo atrás, el Congreso cedió a la Reserva Federal su derecho a “acuñar moneda (y) regular su valor”. Le cedió al tercer poder, la Corte Suprema, el poder de inventar nuevos derechos, como en Roe v. Wade.4  El poder de “regular el comercio con las naciones extranjeras” lo asumió una rama del ejecutivo que negocia los acuerdos comerciales, y sólo le dejó al Congreso la potestad de decir sí o no.

Sólo el Congreso tiene el poder de declarar la guerra. Pero las últimas guerras las lanzaron los presidentes a despecho de la objeción del Congreso, y en algunos casos sin consultarlo. Estamos cerca de una segunda guerra importante en Corea, la primera de las cuales, iniciada en 1950, nunca la declaró el Congreso sino Harry Truman, que la describió como una “acción policial”.

En la era de la Internet y la televisión por cable, la Casa Blanca es vista como el escenario de la decisión y la acción, mientras que el Capitolio se toma meses para hacer algo. Al mirar las sesiones legislativas, la palabra que invariablemente viene a la mente es letargo, que el diccionario define como “estado de inactividad mental y motriz, con insensibilidad parcial o total”. Consecuencia: en una encuesta reciente, el 72 por ciento de los norteamericanos declararon un alto nivel de confianza en los militares, y apenas un 12 por ciento dijo lo mismo del Congreso.

Los legisladores a quienes las cámaras de televisión recompensan con pantalla son casi siempre díscolos como John McCail, Lindsay Graham y Jeff Flake, que desafían a un presidente vastamente detestado por los medios.

A comienzos de la posguerra fría, algunos argumentaban que la democracia era el futuro inevitable de la humanidad. Pero la autocracia no cede terreno. Rusia, China, India, Turquía, Egipto saltan de inmediato a la mente.

Si la democracia, como argumenta Freedom House 5, está en retirada en el mundo, una de las razones podría ser que, en estos tiempos nuevos, las legislaturas, fragmentadas en bloques hostiles que se jaquean uno a otro, no pueden actuar con la celeridad que pueblos impacientes reclaman ahora de sus gobernantes.

En los días de Henry Clay y Daniel Webster, el Congreso rivalizaba incluso con los presidentes más fuertes. Esos días quedaron atrás hace mucho tiempo.

* Ex asesor de los presidentes Richard Nixon, Gerald Ford y Ronald Reagan, aspirante a la presidencia de los Estados Unidos en 1992 y 1996.

© Patrick J. Buchanan.
Versión castellana © Gaucho Malo.

  1. Grand Old Party, Partido Republicano []
  2. Personas en condiciones de acogerse a la ley DREAM, que facilita la obtención de ciudadanía a quienes llegaron ilegalmente al país cuando niños y satisfacen ciertos requisitos de educación y comportamiento. []
  3. Organización de juristas conservadores y libertarios con gran influencia en la promoción de magistrados y en la orientación del debate jurídico. []
  4. Fallo de la Corte Suprema que declaró inconstitucional la prohibición del aborto. []
  5. Organización no gubernamental de análisis político. []

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