La pregunta retórica

Esclarecer lo ocurrido con Maldonado parece menos importante que mantener viva la consigna de su desaparición

La inasible figura de Santiago Maldonado, un misterioso personaje que usaba tres teléfonos celulares y atravesaba continuamente la frontera entre Argentina y Chile de forma tal que las salidas de un lado no siempre se corresponden en los registros con las entradas en el otro, remite hoy a dos órdenes de preocupaciones que discurren por caminos cada vez más separados.

Por un lado, a la suerte corrida por este joven de quien hace más de un mes no se tienen noticias, cosa que ya no parece importarle a nadie: ni a su familia que, ante la declaración de una pareja que aseguró haberlo recogido en su auto, exhibió el mismo desinterés impasible que mantiene desde el comienzo; ni a la justicia que hace caso omiso de esa denuncia y ordena en cambio inconducentes rastrillajes sólo en zonas donde los intrusos autodefinidos como mapuches se lo permiten; ni al gobierno nacional, que parece querer desviar la atención hacia el problema de los indígenas y la propiedad de la tierra.

Por el otro, a las operaciones de propaganda antigubernamental montadas a propósito de la desaparición de Maldonado, principalmente por la izquierda pero no sólo por la izquierda, y encaminadas a producir efectos en varios frentes, efectos políticos que nada tienen que ver con la suerte de Maldonado, ni reflejan el menor interés por su vida, sino por el valor que su nombre tiene como consigna.

Primero, en el más amplio y general, el frente internacional, donde se busca desacreditar al gobierno asociándolo con palabras como “desaparecido”, “represión” e “indígenas”, de alto impacto en la prensa progresista del mundo (o sea el 99% de la prensa), con el propósito avieso de enturbiar su imagen, desalentar comercio, inversiones y turismo, y malograr su desempeño.

Segundo, en el frente local, donde se agita un conflicto montado sobre unas elecciones legislativas que prometen la liquidación definitiva del kirchnerismo y la consolidación de un Mauricio Macri todavía oscilante entre la socialdemocracia y el desarrollismo filoperonista. La izquierda, que con el kirchnerismo había logrado promover numerosos puntos de su agenda a cambio de hacer la vista gorda respecto del clientelismo y la corrupción, sabe que si un gobierno más o menos ordenado, más o menos republicano y más o menos liberal logra sostenerse un par de mandatos, el progresismo y el populismo desaparecen para siempre en la Argentina. A pesar de lo que el control izquierdista sobre los medios puede llevar a pensar, el sentido común del argentino medio es individualista, libertario, casi anarquista, más inclinado a que lo dejen en paz para arreglárselas por su cuenta (en lo que se muestra harto creativo y talentoso) que a ser perro obediente a cambio de un hueso. A veces se ve obligado a obedecer para conseguir su hueso, pero eso no quiere decir que le guste, que no se sienta ofendido en su amor propio. De hecho, la izquierda nunca pudo superar en la Argentina el tres por ciento de los votos. Su único poder, nada despreciable por cierto, es el de modelar la agenda social y el discurso público desde la cátedra y los medios, y ese poder lo alcanzó viajando de polizón en fuerzas políticas mayoritarias pero decadentes como el radicalismo alfonsinista y el peronismo kirchnerista.

El tercer frente es más pequeño pero más preciso, y apunta específicamente contra la ministra de seguridad Patricia Bullrich y contra la Gendarmería Nacional. Los dos cuentan con enemigos interesados en ensuciarlos. Este sitio ha cuestionado determinadas acciones de la ministra, pero debe reconocer que no es mujer a la que puedan correr con la vaina. Luego de su tropiezo inicial en el episodio de la fuga de los Lanatta, tomó las riendas de su ministerio y, con el auxilio precisamente de la Gendarmería, ha exhibido una seguidilla de operaciones exitosas en la lucha contra el narcotráfico y la trata de personas. Estas dos áreas delictivas son cotos habituales de caza de la corrupción política y policial; en ese barrio no los quieren mucho, ni a Bullrich ni a la Gendarmería. “Cada cocina [de droga] es una célula revolucionaria”, decía una curiosa pintada de manifestantes antigubernamentales amparados tras el retrato de Maldonado. La circulación de un informe sobre la actuación de la Gendarmería en el sur, atribuido a la Policía Federal y muy bien falsificado, demostró que también hay en la escena jugadores pesados interesados en desacreditarla, además de las habituales fachadas derechohumanistas de la izquierda que exhortan a tener miedo a cualquier uniforme. También la ministra cuenta con su club de no admiradores, entre ellos el ministro de justicia Germán Garavano, cuya visión de las cosas está más cerca de Raúl Zaffaroni que de su compañera de gabinete, y su segundo en el Ministerio de Seguridad Eugenio Burzaco, quien no parece estar a gusto en ese papel secundario. Una experta en cuestiones delictivas que suele circular por los medios le reprochó a Bullrich no haber escuchado lo suficiente a Garavano y Burzaco en esta emergencia. Curioso consejo, se diría que interesado.

Interesado como todos los que operan levantando el retrato de Maldonado, cada uno con sus objetivos particulares, sin que el destino de este joven, el enigma de su vida, de sus actividades y de su paradero, los ocupe en lo más mínimo.

–Santiago González

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