Tango de la carta papal

La Santa Sede y la Rosada

Se necesitan dos para bailar el tango; si son dos argentinos, mejor. Como en el tango de la carta papal, que pasó de ser en pocas horas de una falsificación de mala leche a una comunicación habitual para la fecha patria, según las dos versiones del mismo vocero vaticano. Es evidente para cualquiera, o por lo menos para este sitio, y por razones de forma y fondo, que la carta es falsa, y que esa falsificación dejó mal parados tanto al Vaticano como a la Casa Rosada. Como la credibilidad del gobierno argentino tiende a cero, para zanjar la cuestión el papa Francisco decidió empeñar la suya propia y dar la misiva como buena, una especie de ego te absolvo para las manitos subalternas de uno y otro lado que intervinieron en el montaje de la superchería. El gobierno argentino dijo que la carta provino de la Nunciatura y llegó a la Cancillería siguiendo los canales habituales; la Nunciatura nunca desmintió esto, por lo que hay que suponer que es cierto. Lo que quiere decir que la falsificación se forjó entre los muros del palacio de la avenida Alvear. Se habla de líneas dentro de la legación vaticana enfrentadas con Jorge Bergoglio desde que era cardenal, líneas que son el reflejo local de conocidas internas en la Santa Sede, pero también se habla de sectores argentinos con buenos contactos eclesiásticos, disgustados con el tratamiento dispar que el papa Francisco brinda a las figuras políticas locales, particularmente dentro del partido de gobierno. Como quiera que sea, hay razones para explicar una trastada al Papa gestada en las filas de su propia Iglesia: algo parecido ocurrió hace semanas con un supuesto permiso para que los divorciados pudieran comulgar. Sin embargo, la historia no termina allí. El documento papal, notoriamente irregular en muchos de sus aspectos, fue tomado como bueno en la Cancillería y nadie creyó necesario verificar de manera segura su autenticidad, cosa bastante poco explicable. No se sabe exactamente a manos de quién fue a parar la carta cuando llegó al palacio San Martín, ni que trámite siguió antes de que la Casa Rosada decidiera darla a conocer. El llamado a “Marcela” que menciona el gobierno parece haber sido posterior a que estallara el escándalo. Así como en la Nunciatura o sus inmediaciones hay quienes se complacen en amenizarle la vida a Francisco, en la Cancillería hay sectores con motivos para jugarle una mala pasada al ejecutivo. Como se sabe, la Cámpora ha desembarcado también en ese ministerio con su dotación habitual de incapaces, y además hay un proyecto en marcha, denunciado esta misma semana por el ex canciller Dante Caputo en un artículo en Clarín, que liquidaría de hecho la profesionalización del servicio exterior y pondría nuestra diplomacia en manos de los aventureros políticos. Resulta plausible entonces la sospecha de que viejos habitantes de la Casa Casta, tal vez incluso advertidos sobre la naturaleza de la carta que iba a llegar desde la Nunciatura, hayan dejado su manejo, como quien no quiere la cosa, en manos de jóvenes intrusos inexpertos, a fin de dar a entender a quien corresponda que la preparación y la experiencia algún valor tienen. A menos de 24 horas de que se iniciara este desaguisado, éstas son las especulaciones posibles. Son sólo especulaciones, claro, pero las especulaciones se encienden cuando se apaga la información. Tanto el Vaticano como la Casa Rosada se han mostrado interesados en olvidar el episodio cuanto antes.

Ese propósito fue exitoso, y tuvo la ayuda de la prensa: una semana después, sólo la diputada Elisa Carrió se acuerda del asunto y afirma que hubo juego sucio. Tan pronto el Vaticano dijo que la carta era genuina, todo el mundo dio el asunto por concluido y se llamó a silencio. Roma locuta, causa finita. Pero la Iglesia nunca explicó por qué la existencia de esa carta era desconocida en el Vaticano y en la Nunciatura apostólica en Buenos Aires hasta dos horas después de haber sido recibida por el gobierno argentino. La carta fue fraguada de manera deliberadamente torpe, como para que el engaño se descubriera fácilmente y estallara el escándalo. Para este sitio, la falsificación, la trastada, tuvo menos que ver con la política argentina que con el viaje de Francisco a Tierra Santa y el abrazo simbólico de católicos, judíos y musulmanes junto al Muro, que fue su punto culminante. La rápida desactivación del escándalo apuntó a proteger el impacto de esa visita histórica más que las chapuzas de la Cancillería.1

–S.G.

  1. Párrafo de actualización agregado el 30 de mayo de 2014 []

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