En la década de 1960 iniciaron en Colombia sus caminos convergentes las organizaciones guerrilleras y los carteles de la droga, sumiendo al país en una orgía de violencia traducida hasta hoy en unos 40.000 muertos en enfrentamientos armados y unos 400.000 homicidios relacionados con una u otra actividad, incluídas las muertes por minas antipersonales. Los secuestros extorsivos se cuentan por millares.
Más de la mitad del territorio colombiano llegó a estar controlado por grupos izquierdistas armados como las FARC, el ELN y el M-19, los narcotraficantes, y organizaciones paramilitares como las Autodefensas Unidas. Una décima parte de la población –tres millones de personas– se ha visto desplazada de sus hogares y sus tierras por la acción de esas bandas. Otro medio millón abandonó el país.
A lo largo de cinco décadas, los países sudamericanos prefirieron mirar para otro lado, abandonando a Colombia en su tragedia. Pero cuando ese país resolvió pedir la ayuda de los Estados Unidos para restablecer el imperio de la ley en su territorio, rápidamente desenfundaron el dedo acusador, como vimos en la triste, inconducente cumbre de Unasur en Bariloche. Continuar leyendo “Sin convicciones ni liderazgo”