Rienda corta para el príncipe

Por Pat Buchanan *

Si el príncipe heredero saudí piensa en ir a la guerra con Irán, el presidente Trump debería quitar de su mente cualquier expectativa de que los Estados Unidos van a librar esa batalla por él.

Mohamed bin Salman, o MBS, el hijo de 32 años del anciano y achacoso rey Salman, está haciendo demasiados enemigos para su propio bien, o para el nuestro. Su promesa de occidentalizar Arabia Saudita lo ha enfrentado al establishment clerical. Entre los 200 sauditas que acaba de arrestar por corrupción figuran once príncipes, el jefe de la Guardia Nacional, el gobernador de Riad, y el famoso inversionista, príncipe Alwalid bin Talal. La tradición saudí de gobierno por consenso colectivo fue a parar al rincón de los trastos en desuso. Se dice que MBS trata de conseguir la abdicación de su padre para ascender cuanto antes al trono. Ha comenzado a exhibir el perfil típico del autócrata del siglo XXI, según el modelo del presidente de Turquía Tayyip Erdogan.

Sin embargo, todas sus aventuras internacionales han resultado ser un desastre.

Los rebeldes apoyados por los saudíes en Siria fueron derrotados. La guerra contra los hutíes en Yemen, de la que MBS es principal arquitecto, se convirtió en un Vietnam para los saudíes y en una catástrofe de derechos humanos. El príncipe heredero persuadió a Egipto, Bahrein y los Emiratos de que expulsaran a Qatar de la comunidad árabe sunita, pero no logró la sumisión de ese pequeño país. La semana pasada, MBS convocó a Riad al primer ministro libanés Saad Hariri; allí Hariri renunció públicamente a su cargo y ahora parece encontrarse bajo arresto domiciliario. El presidente del Líbano se negó a reconocer esa renuncia, y demanda el regreso de Hariri.

Cuando los acosados rebeldes yemenitas hutíes dispararon un misil contra su aeropuerto internacional, Riad declaró que el misil era de fabricación iraní, había sido introducido de contrabando en Yemen por Teherán, y disparado con ayuda de Hezbolá. La historia pareció demasiado rebuscada, pero el canciller saudí Adel al-Jubeir dijo que el ataque desde Yemen podía ser considerado como un “acto de guerra”… de los iraníes. En toda la región no se habla de otra cosa que no sea la guerra, y Riad ordenó el regreso a casa de todos los ciudadanos saudíes que se encontraran en el Líbano.

Riad tiene ahora virtualmente sitiado por hambre —por tierra, aire y mar— a Yemen, la más pobre de las naciones árabes, que depende fuertemente de las importaciones en materia de alimentos y medicamentos. Centenares de miles de yemenitas sufren de cólera. La desnutrición alcanza a millones.

El interés estadounidense allí es claro: nada de guerras nuevas en el medio oriente, y un final negociado para las guerras en Yemen y Siria. En consecuencia, los Estados Unidos tienen que sujetarle la rienda al príncipe heredero.

Y sin embargo, durante su viaje por Asia, Trump dijo acerca de la crisis generada por los saudíes: “Tengo una gran confianza en el rey Salman y en el príncipe heredero de Arabia Saudita: ellos saben exactamente lo que están haciendo.” ¿Lo saben? En octubre, Jared Kushner hizo un viaje a Riad, donde según se informó pasó toda una noche hasta las cuatro de la mañana planeando una estrategia para el medio oriente con MBS.

Nadie sabe cómo podría terminar una guerra entre Arabia Saudita e Irán. Los sauditas han comprado a lo largo de los años armamento moderno norteamericano, pero Irán, que los duplica en población, cuenta con fuerzas más numerosas aunque no tan bien equipadas. Sin embargo, el aparente deseo de Arabia Saudita, la mayor nación sunita del Golfo Pérsico, de entrar en guerra con Irán, la mayor potencia chiíta, parece comportar mayores riesgos para Riad. Porque, hace doce años, el equilibrio de poder en el Golfo Pérsico se inclinó hacia Irán cuando Bush II lanzó la Operación Irak Libre, derrocó a Saddam Hussein, desarmó y desbando a su ejército conducido por sunitas, y convirtió a Irak en una nación dominada por los chiítas y amiga de Irán. En la década de Reagan, Irak e Irán se habían enfrentado como enemigos mortales durante ocho años. Ahora son socios, si no aliados.

Los saudíes pueden estar furiosos con Hezbolá y reclamar su represión. Pero Hezbolá es parte del gobierno del Líbano y cuenta con la mayor fuerza de combate del país, endurecida en la guerra civil siria, de la que emergió en el bando victorioso. Si bien los israelíes podrían librar una guerra contra Hezbolá y ganarla, tanto unos como otros sufrieron tanto en la guerra que libraron en el 2006 que ninguna de las partes parece dispuesta a renovar ese conflicto tan costoso como inconducente.

En una guerra frontal contra Irán, Arabia Saudita no podría imponerse sin el apoyo estadounidense. Y si Riad cayera, el régimen estaría en peligro. Como demostró la Primera Guerra Mundial, con la caída de los imperios de los Romanov, los Hohenzollern, los Habsburgo y los otomanos, cuando las casas imperiales pierden la guerra no les espera un buen futuro.

Con su purga de ministros del gabinete y de parientes reales, y con sus aventuras internacionales, MBS se metió en tal lío que resulta difícil imaginar cómo va a salir de él sin un grado de humillación personal que podría costarle el trono.

Sin embargo, nosotros tenemos nuestros intereses allí. Y deberíamos decirle al príncipe heredero que si desata una guerra en el Líbano o en el Golfo, se las va a tener que arreglar solo. No puede ser que este príncipe impulsivo decida si los Estados Unidos vuelven a la guerra en el medio oriente.

Esa decisión es únicamente nuestra.

* Ex asesor de los presidentes Richard Nixon, Gerald Ford y Ronald Reagan, aspirante a la presidencia de los Estados Unidos en 1992 y 1996.

© Patrick J. Buchanan.
Versión castellana © Gaucho Malo.

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