Raúl Alfonsín (1927-2009)

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A Raúl Alfonsín le corresponde el hoy raro mérito de haber llegado a la presidencia movido por la honesta ambición de gobernar la Argentina según un determinado conjunto de ideas, y la responsabilidad de haber adoptado un repertorio conceptual que demostró ser inadecuado para encarar los difíciles problemas políticos, económicos y sociales que el país afrontaba en 1983.

Su firmeza de convicciones, y una admirable dosis de coraje cívico, le permitieron concretar el acto de gobierno que habría de marcar para siempre su gestión: el enjuiciamiento de las juntas militares. Pero esas mismas convicciones le impidieron encontrar el camino hacia la salud económica y el restañamiento del tejido social, desgarrado por décadas de enfrentamientos.

Aunque debió entregar el gobierno anticipadamente en un país incendiado por la hiperinflación y las revueltas populares, su nombre no ha quedado asociado al fracaso en la acción sino al esperanzador estímulo de la promesa, promesa de respeto por la ley, de unión nacional, de diálogo, de normalidad en un país que despertaba de la noche del terror y la humillación.

Perdurará en la memoria ese día de diciembre en que Alfonsín recitó desde los balcones del Cabildo el preámbulo de la Constitución Nacional. El país inauguraba un nuevo intento por retomar la institucionalidad democrática, luego de las experiencias frustradas de 1958, 1963 y 1973. Reforzaba las expectativas la primera derrota del peronismo en elecciones libres.

Alfonsín llegaba con claras credenciales progresistas, forjadas a lo largo de una década de militancia en el radicalismo al frente de una línea interna de orientación socialdemócrata, a la izquierda del conservador Ricardo Balbín, y reacia a cualquier intento de acercamiento con el peronismo como el que había logrado Balbín con el Perón de los últimos días.

Igualmente progresistas, aunque más próximas a esa especie de fascismo ilustrado que es el progresismo argentino, eran las bases militantes que sostuvieron su campaña electoral, como Franja Morada en el ámbito universitario, y la famosa Junta Coordinadora Nacional, creadora de una forma tortuosa de construcción política que iba a ser rápidamente adoptada por el peronismo.

Con esas herramientas Alfonsín debió hacerse cargo de un país abrumado por el autoritarismo de los militares, humillado por la derrota de Malvinas, y agobiado por una economía cuya matriz estatista y proteccionista, heredada del peronismo histórico, demostraba ser cada vez más incapaz de mantener el estado de bienestar que distinguía a la Argentina en la región.

Sus mayores logros fueron el enjuiciamiento de los integrantes de las juntas militares y de los jefes guerrilleros de ERP y Montoneros, la resolución de conflictos con los países vecinos, particularmente Chile, y la creación del Mercosur. Incluso la sugestiva propuesta de trasladar la capital a Viedma, aunque no concretada, merece ser incluída entre los aportes positivos.

Sus grandes fracasos se cuentan allí donde la ideología progresista se impuso sobre el sentido común, en las áreas de la política educativa y la política económica.

En el terreno educativo, puso en marcha un plan de alfabetización que resultó exitoso porque los progresistas no veían allí un campo interesante para sus batallas ideológicas. En cambio, en el nivel secundario se liquidó la disciplina, se eliminó el sistema de premios y castigos, y se despojó de autoridad al docente. La universidad quedó en manos de una dictadura progresista que aun perdura.

En el terreno económico las cosas no marcharon mejor. Durante toda la campaña Alfonsín se había cansado de proclamar que “con la democracia se come, se educa y se cura”. Todavía no había sido pronunciada la esclarecedora frase “Es la economía, estúpido”, que tanto iba a iluminar las inteligencias de los dirigentes políticos en todo el mundo.

Como muchos progresistas creyentes en las libertades políticas, Alfonsín no tenía fe en las libertades económicas. La democracia, acompañada de políticas estatistas y proteccionistas, sólo trajo inflación. Una economía atrapada en un chaleco de fuerza no podía generar los recursos para mantener un estado agigantado por una constelación de empresas de servicios mal administradas.

Sólo hacia 1987 sus ministros comenzaron a darse cuenta de la necesidad de reformar el estado y modificar ciertas reglas de juego para liberar el mercado. Pero ya era tarde: los jóvenes progresistas que habían acompañado a Alfonsín no entendían el lenguaje de Sorrouille o Terragno. Y los peronistas saboteaban todo desde el Congreso.

Carlos Menem, que ya gozaba de los favores del poder económico, se impuso misteriosamente a Cafiero en las internas partidarias. La inflación se convirtió en hiperinflación, y las barras bravas bonaerenses se estrenaron en el nuevo deporte del saqueo. Alfonsín adelantó las elecciones en el peor momento, y el victorioso Menem tomó su lugar antes de lo previsto.

El diario Ámbito Financiero publicó un ya clásico análisis de la situación, titulado “Golpe de mercado”, que serviría para explicar no sólo ése, sino otros episodios posteriores de la vida política: “Esta Argentina democrática no quiere más golpes de Estado militares pero ha adoptado una estrategia para defenderse de la demagogia de los políticos”.

Alfonsín continuó siendo una figura influyente más allá de los límites de su mandato presidencial. Su papel en el llamado Pacto de Olivos, que abrió el camino a la reelección de Carlos Menem (según Alfonsín se iba a producir de todos modos, seguramente peores) y a la reforma constitucional de 1994, así como sus frecuentes coincidencias con Eduardo Duhalde resultan por lo menos enigmáticos.

La reforma de 1994 sujetó la Carta Magna a una serie de pactos internacionales en una inexplicable cesión de soberanía; dejó a las provincias la potestad sobre sus recursos naturales, lo que abrió paso a todo tipo de negociados; y eliminó el sistema colegiado de elección de presidente, lo que estimuló a Duhalde a atraer población al gran Buenos Aires y armar la bomba de tiempo demográfica que allí late.

En el último mensaje político que leyó a fines del año durante un reconocimiento que se le brindó en la Casa Rosada, Alfonsín exhortó a los argentinos a trabajar juntos y a dialogar.

“La democracia no se establece sólo a través del sufragio ni vive solamente en los partidos políticos. Sin la conciencia de la unión nacional, será imposible la consolidación de la democracia; sin solidaridad, la democracia perderá sus verdaderos contenidos. Esta llama debe prender en el corazón de cada ciudadano, que debe sentirse llamado antes a los actos de amor que al ejercicio de los resentimientos”.

Alfonsín, como todo dirigente político, tuvo sus aciertos y sus errores. Su decencia personal, su hombría de bien, su consagración a una actividad más bien ingrata, lo hacen merecedor del respeto y el reconocimiento de sus conciudadanos. Pero no borran sus responsabilidades en el camino que condujo a la Argentina al estado en que se encuentra.

–Santiago González

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4 opiniones en “Raúl Alfonsín (1927-2009)”

  1. Hola. A mi me da un poco de picazón ver ahora a la gente rasgándose las vestiduras por Alfonsín y amontonándose multitudinariamente para verlo e idolatrarlo. Me da la impresión que si no hubiera tenido tanta presencia y profundidad en la tele no habría pasado nada de esto. Me parece muy triste e hipócrita ver a miles de personas diciendo que era el último político con convicciones y demás pavadas. Me acuerdo haberlo visto en imágenes de TV involucrado en el asunto de las coimas en el senado.

    No era ni es un santo, y ver ahora a la gente tan cegada por el mensaje de los medios y por la “opinión de la mayoría” me hace creer que en este país los votantes, sus ciudadanos, tropezarán una y mil veces más con la misma piedra.

    1. Aunque recuerdo episodios de histeria colectiva agitados por los medios no creo que este sea uno de ellos. La reacción popular ante la muerte de Alfonsín me pareció sincera, y su dolor auténtico. En este país hubo fenómenos masivos similares antes de que existieran los medios tal como los conocemos ahora, y no hay que subestimar a la gente. Creo que usted está en un error respecto de las coimas en el Senado. Alfonsín tenía sus mañas como todo político, pero nunca compró voluntades.

  2. La demagogia educativa que caracterizó la presidencia de Alfonsín con su pretendida “igualdad de oportunidades” y la eliminación de los exámenes de admisión en ambos niveles sólo consiguió destruir los sistemas públicos de nivel medio y superior. Del mismo modo en que es tan simple reconocer que no todos hemos nacido Lionel Messi o Paloma Herrera, así de simple debería ser entender que tampoco todos somos llamados a jugar en primera, en el ámbito universitario. La mediocridad profesional reinante en la actualidad no es sino el resultado de ese semillero indiscriminado en que se ha convertido la UBA con su ingreso y egreso irrestrictos.

    1. Absolutamente de acuerdo. La idea de excelencia, en tanto supone diferenciación, es absolutamente extraña al pensamiento progresista. Gracias por su comentario

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