Pro Sabrina

Como ninguno de los rigurosos liberales que conozco reivindicó el derecho de la profesora Sabrina Ajmechet a decir lo que se le antoje, lo voy a hacer yo, que no soy liberal. Ajmechet es historiadora, especializada en la historia de las ideas políticas, y en ese carácter conduce la cátedra de Pensamiento Político Argentino en la UBA, tarea en la que la asiste la más conocida Camila Perochena, estentórea comentarista de temas históricos en algunos programas de televisión. Es también secretaria de investigación en la Universidad de la Ciudad, y en algún momento fue directora académica del Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina, una ONG financiada desde el exterior por fundaciones socialdemócratas europeas y estadounidenses, que ya no la incluye en su nómina. Ocupa la vicepresidencia del Club Político Argentino, un grupo de profesores, intelectuales y periodistas, y es autora de numerosos trabajos académicos. Por uno de ellos recibió una denuncia de plagio ante la revista PolHis, a cuyo consejo editor pertenecía; la revista reconoció la validez de la denuncia y la separó de su nómina. Ocasionalmente escribe artículos periodísticos, y recuerdo haber recomendado en su momento su balance del período menemista, publicado en La Nación tras la muerte del ex presidente.

El nombre de Sabrina Ajmechet comenzó a circular más ampliamente en las últimas semanas cuando Patricia Bullrich la propuso como candidata en la lista de Juntos por el Cambio que encabeza María Eugenia Vidal. “La falta de ideas amenaza nuestra libertad. Necesitamos ciudadanos capaces de revertir tanta decadencia”, dijo Bullrich al darle su respaldo. Los curiosos, naturalmente, trataron de averiguar cuáles eran esas ideas y, también naturalmente, en lugar de revisar las páginas de oscuras y dispersas publicaciones académicas acudieron al más sencillo expediente de escudriñar las redes sociales. Y encontraron material como para hacer dulce. Arriesgada, provocadora, y dueña de un extravagante sentido del humor, la tuitera Sabrina se parece más a su fotografía que la profesora Ajmechet. Con “Haga patria, mate un judío” hirió los sentimientos de sus propios correligionarios. Con “Desperdicié la oportunidad de atropellar a un grupito de estudiantes del Pellegrini” lastimó el incipiente orgullo de los condiscípulos de Ofelia. Con “Fue un operativo contra un grupo montonero” enfureció a los cultores de la versión cinematográfica de la noche de los lápices. Pero con “La creencia en que las Malvinas son argentinas es irracional, es sentimental. Los datos históricos no ayudan a creer eso. Las Malvinas no son ni nunca fueron argentinas. Las Malvinas no existen. Las Falkland Islands son de los kelpers” detonó una indignación casi unánime. Y probablemente indujo a Vidal a preguntarse sobre las intenciones de Bullrich cuando introdujo a esta académica en su lista.

La referencia de Ajmechet a Malvinas fue, entre todas, la que más generalizadas y encendidas reacciones desató. El historiador Claudio Chaves consideró que esas opiniones son incompatibles con el ejercicio eventual de la representación política: “Si alguien del común asegurara que las Malvinas no son argentinas, sino que son inglesas o de los kelpers, vaya y pase. Discutimos, y si no se convence, que Dios lo ayude. Más no se puede hacer. Ahora, que una candidata a diputada nacional, afirme que no son nuestras, que es un tema sentimental sostener su soberanía y otra serie de monsergas de mal gusto, habla de que en el país un sector de la política ha perdido el rumbo: los que la propusieron como candidata y los que la sostienen”, escribió en La Prensa. Otros actores, además de opinar, reclamaron acción. Juan Gómez Centurión, también candidato y por añadidura veterano de Malvinas, le prometió en Twitter: “El mismo día que asumas vamos a pedir tu expulsión del Congreso vía juicio político. La causa Malvinas está en nuestra Constitución ante la cual vas a jurar falsamente para ser diputada.” UTE-Ctera, uno de los gremios docentes, pidió su renuncia a la Universidad de la Ciudad. “Una docente no puede enseñar el odio -declaró su titular, Eduardo López-. Si un maestro dice cosas como las que ella dijo, se le hace un sumario, se le da derecho a defensa y se toma una sanción. Un maestro enseña con la palabra y el ejemplo”.

Puedo comprender los motivos de todas estas reacciones, pero me resulta difícil compartirlos. Me parece más importante el derecho de la profesora Ajmechet a pensar lo que se le ocurra sobre los asuntos que conocemos, y sobre tantos otros que no conocemos, y a expresar esas opiniones con total libertad. Derecho que acarrea, por supuesto, la obligación de hacerse cargo de las consecuencias, excepto las que impliquen obligarla a callar (lo que evoca quemas de libros y bombas en las redacciones) o, peor aún, a cambiar de idea (lo que evoca las “autocríticas” y los “centros de reeducación” de los regímenes socialistas). En definitiva, van a ser los votantes quienes manifiesten su tolerancia a la posibilidad de que alguien que no cree en la causa Malvinas los represente en el Congreso, y esa decisión constituye la respuesta institucionalmente aceptable a las expresiones de esta académica. Más allá de eso, como dice Chaves, “si no se convence, que Dios la ayude”. Poniendo aparte las cuestiones legales, históricas o sentimentales, la causa Malvinas es una decisión política de la Nación argentina, y resultaría raro negar a quien no la comparte el acceso al recinto donde se debaten las decisiones políticas de la Nación argentina, cosa que por definición exige la confrontación de opiniones divergentes, incluso para ponderar y ratificar las que han sido adoptadas.

El mismo argumento vale para quienes cuestionan el papel de Ajmechet en la docencia. Si esta profesora estuviera al frente de un aula en el nivel primario, e incluso en el nivel secundario, y se valiera de la cátedra para difundir entre sus alumnos ideas contrarias a la Constitución Nacional, seguramente merecería el juicio y las sanciones que reclama el sindicalista porteño. Pero las funciones que cumple en la UniCABA son puramente académicas y orientadas a la investigación, y en todo caso pertenecientes al nivel terciario, donde se supone que el pensamiento crítico y el debate de ideas debe prevalecer por sobre las opiniones establecidas o políticamente correctas. No es un inexistente “discurso de odio” lo que suscita las críticas del sindicalista López sino la filiación política de Ajmechet y su pertenencia a un instituto permanentemente cuestionado y saboteado por el gremialismo.

No conozco a la profesora Ajmechet, de lo poco que he leído de ella comparto algunas cosas y discrepo en otras -ciertamente discrepo en lo que dice sobre Malvinas-, y si defiendo su derecho a pensar lo que se le venga en gana y a expresarlo sin temor a represalias no lo hago invocando ningún principio ideológico o abstracto sobre la libertad, de expresión o de cualquier tipo, sino por razones absolutamente personales y egoístas. Al defender el derecho de Ajmechet a decir lo que le parezca sobre los años de plomo o la guerra de Malvinas o lo que se le ocurra, defiendo mi propio derecho a afirmar que no fueron 30.000 ni fueron 6.000.000, que la pandemia es una estafa y que el Papa es falible, sin que nadie anote mi nombre en una lista, intercepte mi teléfono o venga a golpear a la puerta de mi casa. Me arriesgo, claro, a que quien no esté de acuerdo deje de leer estas columnas. -S.G.

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3 opiniones en “Pro Sabrina”

  1. No conozco a la tal Sabrina. Es mas, acabo de enterarme de su existencia. Por la sucinta fotografia que se ve, el resto puede adivinarse. Por esta razon, Sabrina seguira siendo ahora, una semi-desconocida para mi, ya que no creo que sea minimamente importante ni siquiera interesante ahondar en su vida y obra.
    Si me resulta interesante la defensa de la libertad de opinion. Discrepo con la libertad irrestricta. El llamado “zurdaje” no merece disfrutar de esa ventaja que siempre utiliza para confundir y esparcir su veneno. Considero el debate y la confrontacion de ideas algo muy valioso como para obsequiarselo a un sector que en caso de acceder al poder clausuraria implacablemente cualquier disenso.

  2. Hay que tener coraje para ser liberal y aceptar que el otro piense lo que se le antoja. Pero mucho más coraje tiene el que escribe como ud. Cómo a mí, le gusten o no las ideas de la tan mentada académica

  3. Excelente declaración de derechos y principios. La policía del pensamiento viene por todo y por todos, lamentablemente. “El argumento de la intimidación es una confesión de impotencia intelectual.” diría mi amiga AR.

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