Perder el tiempo

Cuando los dirigentes opositores afirman que el gobierno convoca al diálogo para ganar tiempo admiten sin quererlo que ellos mismos están perdiendo el tiempo. Todo este montaje no significa nada para el país ni para sus habitantes. A las puertas del bicentenario, el nivel de la discusión debería ser otro.

dialogo

En muchos de sus aspectos la política es un juego de suma cero. Esto quiere decir que los votos que gana uno los pierde otro, los espacios que ocupa uno fueron dejados vacantes por otro. Cuando los dirigentes opositores afirman que el gobierno convoca al diálogo para ganar tiempo admiten sin quererlo que ellos mismos están perdiendo el tiempo.

La oposición perdió el tiempo, y lo sigue perdiendo con la inconducente concurrencia al besamanos en la Casa Rosada, desaprovechando el momento único que sigue a un triunfo electoral. Pudo haber tomado la iniciativa y mostrarse unida en el respaldo a una decena de proyectos legislativos y a media docena de políticas de estado.

El acuerdo legislativo existe informalmente, centrado en algunos puntos (superpoderes, Consejo de la Magistratura), pero no lo hay en políticas de estado. Ni siquiera están planteadas (al menos yo no las pude encontrar) en las propuestas de las fuerzas con mejor desempeño electoral, con dos excepciones: el Proyecto Sur de Fernando Solanas y la Coalición Cívica de Elisa Carrió.

“El diálogo empieza cuando se acaba la plata”, dice el economista Miguel Bein. El oficialismo sabe que se quedó sin crédito, en todos los sentidos, y su llamado al diálogo apunta a controlar las demandas en tres frentes críticos: el de la oposición, el de los gobernadores, y el de los actores económicos (empresas y sindicatos).

En el frente político, el gobierno, desde la derrota, logró retomar la iniciativa y trazarle la agenda a una oposición triunfante pero estupefacta ante su propio triunfo. Les impuso un desfile hacia la Casa Rosada (y en la lógica de Kirchner esto implica “hacerlos venir al pie”), que la oposición, a falta de ideas propias, aceptó con la sola excepción de Carrió.

“Si cae el diálogo podemos estar en riesgo de cualquier cosa”, dijo el presidente de la UCR, Gerardo Morales, y la frase explica muchas cosas. Según no pocos dirigentes, un rechazo masivo al diálogo habría debilitado al gobierno más allá de lo tolerable y lo habría impulsado tal vez a buscar salidas tan drásticas como imprevisibles.

Nadie quiere acelerar los tiempos, pero tampoco nadie espera nada de ese diálogo, especialmente porque el gobierno, simulando un cambio de gabinete, dio a entender que no está dispuesto a torcer el rumbo. Al mismo tiempo la presidente, mientras observa al nuevo ministro de economía probarse el corset que le ha regalado su marido, da a entender que no está dispuesta a gobernar.

Eso parece poco, especialmente cuando se trata de quienes aspiran a conducir los destinos de la nación.

Es cierto que la oposición se mostró resuelta a la hora de negociar una agenda legislativa en el Congreso y que rechazó de plano la idea gubernamental de fijarle al diálogo una agenda centrada en las vaguedades de una reforma política. Pero también es cierto que eso parece poco, especialmente cuando se trata de personas y partidos que aspiran a dirigir los destinos de la nación.

Si hay pobreza en el aporte de la dirigencia política, en el terreno empresario se roza la indigencia. Los doce puntos de la Asociación Empresaria Argentina, que representa lo más significativo del poder económico en la Argentina, pudieron haber sido redactados sin problemas por cualquier alumno aventajado del bachillerato con orientación comercial.

Entre esa docena de obviedades, que valdrían para cualquier economía en cualquier lugar del mundo y en cualquier época de la historia, los poderosos empresarios hicieron lugar a un parrafito al gusto del grupo Clarín, que hace recordar a aquella demanda a favor de los “bienes culturales” en las escalofriantes y asimétricas jornadas del 2001-2002.

Estos poderosos empresarios acuden al diálogo en compañía de los también poderosos dirigentes sindicales (pero sin los representantes del campo, que no fueron invitados). Los sindicalistas tienen un segundo foro, donde se discuten los salarios. En estos frentes, al igual que en los encuentros con gobernadores, el oficialismo trata sobre todo de regular las demandas de las partes en momentos de extrema debilidad financiera.

Si las demandas sectoriales no se contienen, las turbulencias serán agudas.

El equilibrio fiscal, que alguna vez fuera prenda de orgullo de la economía kirchnerista, se perdió cuando el gobierno, repitiendo errores históricos, se dedicó a gastar a manos llenas para mejorar su comportamiento electoral en el 2007, y con mayor despilfarro, ahora en el 2009. Si las demandas sectoriales no se contienen, al menos hasta fin de año, las turbulencias serán agudas.

Hay muchas provincias, y la provincia de donde proviene el matrimonio presidencial es el caso más extravagante, con dificultades muy grandes para hacer frente a sus compromisos, y que no podrán hacerlo sin el auxilio de un gobierno federal cuya única fuente de financiación en este momento son los fondos del ANSES.

Todos los problemas que están sobre la mesa en esta convocatoria al diálogo son problemas cuyo tratamiento, en un país normal, forma parte de la rutina diaria de gobierno. Todo este montaje que a diario ocupa la atención de la prensa en los hechos no significa nada para el país ni para sus habitantes. A las puertas del bicentenario, el nivel de la discusión en la dirigencia argentina debería ser otro.

Ese sería su problema, si no fuera que en las cubiertas inferiores viajamos nosotros.

¿Que habría pasado si, por ejemplo, los convocados al diálogo hubieran hecho suyas las propuestas de Fernando Solanas para una reindustrialización del país a partir de los sectores ferroviario, naviero, aeronáutico y energético, las hubiesen corregido y aumentado, y presentado como punto de partida de un debate tendiente a poner la Argentina nuevamente en pie?

¿Qué habría pasado si los convocados al diálogo hubiesen tomado las propuestas de Carrió y del mismo Solanas para terminar de una vez y drásticamente con la vergüenza del hambre? Un escenario semejante habría captado de inmediato la atención de los ciudadanos y devuelto prestigio a la dirigencia política, empresaria y sindical.

Pero ese elenco dirigencial sigue enredado en la mezquindad de sus ambiciones, en la pequeñez de sus cálculos, en la conciencia secreta de su propia insignificancia. Actúan como si estuvieran disputándose los mejores camarotes en un barco que se hunde. Y ese sería su problema si no fuera que en las cubiertas inferiores viajamos nosotros.

–Santiago González

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