El hombre equivocado

El golpe de estado ocurrido en Honduras sólo puede atribuirse a los errores políticos del mandatario depuesto, y sólo parece haber afectado su derecho a terminar el mandato. El resto de los poderes sigue en pie, y la población está en calma.

zelaya

Manuel Zelaya, el destituído presidente de Honduras, es un hombre equivocado; generosa, ampliamente equivocado, como si hubiese contraído el virus de la influencia K; una muestra itinerante del error político. Construyó su propia trampa y quedó atrapado en ella, aglutinó a sus enemigos, y retrasó sin término cambios que su país necesita, y que tal vez, sólo tal vez, figuraban en su agenda.

Sus equivocaciones empujaron el sistema institucional hondureño más allá de la legalidad, abrieron el camino a la revancha, y generaron a su vez otra cadena de errores, a veces disparatados, en la que se enroló con entusiasmo la OEA, pero de la que se desprendió con elegancia un dúo que va a dar que hablar: Barack Obama-Hillary Clinton.

Todo el proceso que condujo a la destitución de Zelaya y a su expulsión del país aparece como estrechamente ligado a las pretensiones de Hugo Chávez de buscar aliados para ensanchar las fronteras de influencia de su “alternativa bolivariana”. Haber concebido la inclusión de Honduras en ese mapa supone ignorar la historia de un país que eludió no sin sangre amenazas más graves.

El primer error de Zelaya fue caer en la ilusión de que tenía poder propio en un país que ha sido, y sigue siendo, gobernado por una elite poderosa, cohesionada y decidida, un “club de amigos” que siempre se las ha arreglado para resistir cualquier intento de disputarle el poder, sea político o económico.

Aunque ha preferido moverse dentro de las instituciones democráticas, con un aceitado sistema virtualmente bipartidario (liberales y nacionalistas), esa elite nunca dudó, llegado el caso, de recurrir a los militares, fuesen los propios, los argentinos o los estadounidenses. La Argentina, que dio sus colores a la bandera de Honduras, le exportó también lo peor de su pericia represiva.

En 1957, por ejemplo, asumió la presidencia Ramón Villeda Morales, del Partido Liberal, quien vio la necesidad de modernizar las estructuras económicas y sociales del país: incorporó a Honduras al Mercado Común Centroamericano, y ensayó una tímida reforma agraria. Eso bastó para inquietar a la elite que, cuando faltaba poco para que se eligiera su sucesor, organizó un golpe de estado.

Así, y con la bendición de los Estados Unidos, se inició un largo período militar. Sus figuras más notables fueron los generales Oswaldo López Arellano, quien años después retomó las reformas sobre la propiedad de la tierra y fue derrocado tras un escándalo de sobornos (“bananagate”) con las bananeras norteamericanas, y Policarpo Paz García, durante cuyo gobierno Washington y la elite sentaron las bases de la Honduras actual.

En 1982 se sancionó la Constitución que hoy rige y en cuyo marco gobiernan las elites.

A instancias de los Estados Unidos, que necesitaban una pata “democrática” para lidiar con los sandinistas triunfantes en la vecina Nicaragua, Paz García convocó a una asamblea constituyente, y llamó a elecciones presidenciales que favorecieron al liberal Roberto Suazo Córdova (“Rosuco”), bajo cuyo mandato se sancionó en 1982 la constitución que hoy rige, y en cuyo marco gobiernan las elites.

Con Suazo en el gobierno, y el general Gustavo Alvarez en el poder, se puso en marcha una sangrienta campaña de eliminación de dirigentes y simpatizantes izquierdistas, pese a que la insurgencia guerrillera (los Cinchoneros) era mínima. Para esa tarea, Honduras tuvo el apoyo de la CIA y de los militares argentinos, con más de 150 expertos en torturas y aniquilación aportados principalmente por el Batallón 601 y la ESMA.

También con Suazo, y luego con su sucesor José Azcona Hoyo, Honduras funcionó como un “portaaviones” para las operaciones antisandinistas conducidas por los Estados Unidos, que contaron con una base aérea en Palmerola y campos de entrenamiento y refugio para la llamada “contra”, la guerrilla enfrentada a Daniel Ortega. Todo bajo la atenta dirección del embajador norteamericano John Negroponte.

Bajo los gobiernos posteriores, liberales o nacionalistas, Honduras dio pasos hacia una economía de mercado, obtuvo una importante condonación de su deuda externa, redujo los presupuestos militares y abolió el servicio militar obligatorio, y reprimió con energía aprendida en los 80 a las peligrosas pandillas delictivas de los Maras Salvatruchas.

Zelaya asumió en el 2006 con el 49,9 por ciento de los votos, y una gran expectativa popular.

Con altibajos, y pese al devastador efecto del huracán Mitch, que causó unos 10.000 muertos, la economía del país fue mejorando, apoyada en las exportaciones tradicionales (productos de sobremesa: bananas, café y azúcar), las manufacturas textiles, y las remesas de los emigrados. Su índice de competitividad supera al de la Argentina.

Zelaya, del partido liberal, asumió en el 2006 con el 49,9 por ciento de los votos, y una gran expectativa popular. Con ese respaldo, y con la economía más o menos encaminada, el nuevo presidente se sintió en condiciones de hacer cosas tales como establecer un salario mínimo de unos 290 dólares, equivalente al costo de la canasta familiar.

Hacia el 2008, convencido de su poder, se lanzó a la construcción de su propio proyecto, en un proceso acelerado de kirchnerización. Comenzó con gestos de reivindicación hacia las víctimas y los deudos de la represión antiizquierdista de los 80, con proyectos para establecer un Programa Nacional de Reparaciones, y levantar un monumento a los desaparecidos.

Esto hizo que la elite enarcara las cejas, pero Zelaya no lo advirtió y cometió su segundo error mayúsculo: mirar hacia Caracas en busca de respaldos internacionales. En agosto del 2008, con bombos, platillos y la presencia del vicepresidente cubano Carlos Lage, Honduras suscribía su ingreso al ALBA, la Alternativa Bolivariana para las Américas imaginada por Hugo Chávez.

La sola mención del nombre de Chávez provocó escalofríos en la clase dirigente hondureña.

La sola mención del nombre de Chávez asociado a los destinos del país hizo correr escalofríos por el bien cableado circuito de comunicaciones informales de la clase dirigente hondureña. Zelaya empezó a perder respaldo dentro de su propio partido, al tiempo que el impacto de la crisis económica, incluída una caída de las remesas de los emigrantes, le roía el apoyo de la población.

Entonces el presidente cometió su tercer gran error: empecinarse en realizar una consulta popular sobre la conveniencia de reformar la constitución, y ello contra la opinión de la elite expresada en el congreso, la justicia, el ejército, y la prensa. En un debate en vísperas de la consulta, el presidente del Congreso Roberto Micheletti calificó a Zelaya de trastornado, y éste le respondió a lo Kirchner:

“¿Qué te pasa, Roberto? A mí me eligió el pueblo y no el Congreso. ¿Por qué me vas a inhabilitar? Eres un pinche (pobre) diputado de segunda categoría que saliste en ese puesto porque te di espacio en mi corriente”. Pocas horas después, Zelaya fue expulsado del país, y Micheletti designado presidente interino.

En su terquedad, Zelaya había desoído las opiniones contrarias a la realización de la consulta emitidas sucesivamente por el Congreso y el Tribunal Supremo de Justicia, y había destituído al jefe del Estado Mayor Conjunto porque éste se negó a distribuir las urnas preparadas para la realización del sondeo.

La constitución de Honduras puede ser reformada por el Congreso, excepto en tres de sus artículos, relacionados con las fronteras, la sucesión presidencial republicana, y la no reelección. Para modificar esos tres artículos debe convocarse a una asamblea constituyente, y sobre eso versaba la encuesta del presidente.

Todos entendieron que lo único que le interesaba era abrir las puertas a la reelección.

Todos entendieron que lo único que le interesaba era abrir las puertas a la reelección, y las respuestas de Zelaya cuando se lo interrogó al respecto fueron ambiguas.

En Honduras pocos derramaron una lágrima por el presidente depuesto, pero más son los que se preocupan por ciertas “depuraciones” practicadas por los nuevos gobernantes en los elencos oficiales. Los errores de Zelaya parecían haber abierto las compuertas para que los poderosos del país salden cuentas o reivindiquen agravios.

Se menciona el caso del alcalde de San Pedro Sula, la capital industrial del país. Rodolfo Padilla Sunseri obtuvo ese cargo en noviembre con el 63 por ciento de los votos, frente al 16 por ciento logrado por William Hall Micheletti. Ahora se desconocía el paradero de Padilla, y la alcaldía estaba a cargo de Hall Micheletti, sobrino del presidente interino.

O el caso de Rebeca Becerra, directora general de libros y documentos de la Secretaría de Cultura, que fue expulsada de su cargo. Becerra, una poeta perteneciente a una familia de militantes izquierdistas y con un hermano desaparecido, se dedicaba a la apertura de bibliotecas en barrios humildes del país y a la preservación del acervo documental hondureño.

Lo ocurrido en Honduras ha sido técnicamente un golpe de estado, por más que sus ejecutores hayan construído a posteriori una narración tendiente a revestirlo de legalidad. La sola lectura en el Congreso de una carta apócrifa de renuncia atribuída a Zelaya atestigua la existencia de una conjura.

El golpe sólo parece haber afectado los derechos del propio Zelaya a terminar su mandato.

Sin embargo, el golpe sólo parece haber afectado los derechos del propio Zelaya a terminar su mandato. Los otros poderes del estado se han mantenido en su sitio, e incluso han dado su respaldo al recambio presidencial, y ni siquiera el partido del presidente se ha agraviado por la situación. Las manifestaciones de apoyo al mandatario depuesto han sido mínimas.

Esta comprobación, que prácticamente pudo hacerse inmediatamente después del golpe, vuelve por lo menos insustancial la agitada actividad del secretario general de la Organización de Estados Americanos, José Miguel Insulza, por lograr la reinstauración del mandatario depuesto, y cubre de ridículo la decisión del organismo de suspender a Honduras por esta causa, cuando hace semanas aprobó la reincorporación de Cuba, donde no hay elecciones desde hace 50 años.

En cambio Barack Obama hizo precisamente lo que le convenía hacer. Describió la situación como un golpe, y dijo que consideraba a Zelaya como el presidente de Honduras, con lo cual dejó a Chávez sin argumentos para atacar a los Estados Unidos, y sumar puntos de paso en su favor.

Hillary Clinton recibió a Zelaya, se sacó una foto con él (lo que en Honduras significa mucho), y llamó al respetado presidente costarricense Óscar Arias para que emprenda una mediación entre Zelaya y Micheletti. Todo políticamente correctísimo, pero escasamente eficaz en términos de reponer a Zelaya en el cargo.

Sin embargo, es posible que Arias consiga finalmente algún tipo de acuerdo. Zelaya tiene varias cuentas pendientes con la justicia por causas abiertas durante su gestión, y eso puede ser una pieza de negociación que le permita regresar al país, pero no a la magistratura.

Quienes aspiran a una mayor democratización de la sociedad hondureña tendrán que esperar. En todo caso, la relación de fuerzas que quedó en evidencia con el golpe dice que éste no era el momento para intentarla. Y con toda seguridad, Manuel Zelaya no era el hombre indicado para conducirla. En noviembre habrá elecciones, y todo volverá a la normalidad. Como se planeó en 1982.

–Santiago González

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