Cien días, y otros cien

Al cabo de cien días de gobierno de Mauricio Macri la sensación más palpable en la calle, y que las encuestas no reflejan, es el alivio. Después de doce años de arengas delirantes, de combates imaginarios, de epopeyas extemporáneas, la vida pública retoma lentamente el camino de la serena normalidad, sólo sobresaltada por la seguidilla de revelaciones acerca del descarado saqueo de fondos públicos que se ocultaba detrás del espectáculo kirchnerista. Las escasas (por comparación) apariciones públicas de los nuevos funcionarios, limitadas a formular anuncios concretos, a dar cuenta de la situación en forma realista, y a señalar caminos de salida y los costos que implican, han contribuido a calmar los ánimos de una sociedad harta de los sacudones de la retórica populista. Por debajo de esas aguas tranquilas, el gobierno de Macri emprendió la compleja y poco rutilante tarea de reconstruir un país devastado, y se anotó éxitos importantes: liberó el mercado cambiario sin daño y sin corridas pese a que hubo una devaluación del 50%, logró que las clases comenzaran en tiempo y forma en casi todo el país, mantuvo la asistencia social y se propone ampliarla, comenzó a corregir distorsiones impositivas como retenciones y ganancias, está a punto de sacar al país del default al que fue arrojado quince años atrás, se ha asegurado un crédito millonario del Banco Mundial que entre otras cosas financiará el Plan Belgrano para el noroeste del país, tan importante en términos sociales, económicos, demográficos y geopolíticos que su sola concreción inscribiría al gobierno de Macri en la mejor historia argentina. No fueron puntos buenos en estos más de tres meses ni el manejo de la triple fuga de presos ni el despido de Graciela Bevacqua en el INDEC, y la sociedad todavía está esperando explicaciones claras sobre la quita de retenciones a explotaciones mineras reiteradamente acusadas de dañar el ambiente, la resistencia a cumplir con la orden judicial de revelar el contrato de YPF con Chevron y, muy especialmente, la situación de Milagro Sala, quien, con casi dos meses de detención sin que se le haya abierto una sola causa, puede legítimamente ser considerada una presa política. Estos no son asuntos menores, pero el gobierno incomprensiblemente no ha mostrado voluntad de dar razón de su comportamiento. Cuando María Eugenia Vidal ganó la gobernación de Buenos Aires, dijimos aquí que el país no lograba darse cuenta de las implicaciones políticas de ese triunfo, que despejó el camino de Macri hacia la presidencia. Una de esas implicaciones la tuvimos a la vista en el Congreso, donde el gobierno no tuvo problemas para lograr respaldo a su política sobre los hold-outs. El recambio generacional y de mentalidad ocurrido en el oficialismo cataliza transformaciones similares en la oposición. También el gobierno de Macri produce ecos en la región, el más importante de los cuales lo tenemos a la vista en Brasil. El cambio de gobierno en Buenos Aires aceleró el deterioro del PT de Lula y Dilma. El establishment paulista tomó debida nota del renovado interés internacional por la Argentina, reflejado en las visitas de los jefes de estado o de gobierno de Italia, Francia y ahora los Estados Unidos: Barack Obama fue muy astuto al decidir su visita a Buenos Aires. Se dice que al cabo de cien días expira la “luna de miel” de todo nuevo gobierno con sus electores. Las encuestas conocidas en estos días demuestran que Macri y Vidal son los dos políticos con más alto reconocimiento (mejor colocada incluso la gobernadora, decidida ahora con encomiable coraje a ponerle el cascabel al gato de la policía bonaerense), que el gobierno en su conjunto cuenta con casi un setenta por ciento de aprobación, y que las expectativas sobre su desempeño son igualmente elevadas. El crédito de cien días parece así extenderse por otros cien, durante los cuales el oficialismo deberá encontrarle la vuelta al asunto que más aflije ahora a los ciudadanos: la inflación.

–Santiago González

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