Ni Spielberg los redime

Por Pat Buchanan *

“All the News That’s Fit to Print” (Todas las noticias que merecen publicarse) proclama el encabezado del New York Times. “Democracy Dies in Darkness” (La democracia sucumbe en la oscuridad) replica el Washington Post. “La gente tiene derecho a saber”, nos machacaban en la cabeza en 1962 los profesores de la escuela de periodismo de la Universidad de Columbia. “Deben confiar en la gente”, nos advertían.

Explíquenme entonces esta histeria, este pánico que agita a la prensa por la publicación de un memo de cuatro carillas en el que se detalla la versión de una comisión legislativa acerca de cómo el odio a Trump desató una investigación del FBI acerca del candidato republicano y presidente Donald Trump.

¿A qué le teme la corporación periodística? Porque no ha parado de berrear y chillar que este memo no debería ver la luz del día. ¿Acaso la prensa no confía en la gente? ¿Es que los norteamericanos no están en condiciones de hacerse cargo de la verdad? ¿Es ésta la misma prensa que celebra “The Post”, donde Kay Graham es la leona que publica los Papeles del Pentágono, documentos secretos que acusaban a “los mejores y más brillantes” de la era JFK-LBJ de habernos metido con mentiras en Vietnam? ¿Por qué la prensa reclama un “espacio seguro” para todos nosotros, donde no nos dañe la lectura o la audición de lo que dice el memo?

Se verían comprometidos ciertos secretos de seguridad nacional, nos advierten. ¿En serio? ¿La comisión de inteligencia de la cámara baja votaría por mayoría exponer secretos que merecerían ser resguardados? ¿El presidente de la cámara Paul Ryan y el jefe de gaibinete de la Casa Blanca, general John Kelly, que leyeron el memo y aprobaron su divulgaciòn, estarìan de acuerdo con ello? ¿No es el general Kelly un patriota que ha probado muchas veces su patriotismo?

El principal demócrata de esa comisión, Adam Schiff, que empezó por invocar la amenaza a la seguridad nacional, ahora parece dispuesto a negociar el derecho a réplica. Si se difunde el memo aprobado por mayoría, dice Schiff, la versión de las cosas ofrecida por la minoría también debe ser divulgada.

Schiff tiene razón: debe ser difundida, junto con las pruebas que respaldan a una y a otra.

Esta semana, sin embargo, el director del FBI Chris Wray y el fiscal general adjunto Rod Rosenstein se dieron una sigilosa vuelta por la Casa Blanca para rogarle a Kelly que mantuviera en secreto el memo republicano. El miércoles, los dos salieron públicamente a advertir a la Casa Blanca que no hiciera lo que Trump dijo que iba a hacer.

Esto es insubordinación descarada. Y es lícito preguntarse si Rosenstein y Wray están más preocupados por  la eventual exposición de comportamientos impropios en sus respectivas dependencias que por una eventual amenaza a la seguridad nacional.

El memo iba a ser dado a conocer este viernes. Según algunas filtraciones, en él se sostiene que la investigación sobre Trump conocida como Russiagate fue impulsada por un “dossier” de mentiras y acusaciones sin fundamente acerca de comportamientos sórdidos en Moscú y de colusión con Rusia.

¿Quién preparó el dossier? El ex espía británico Christopher Steele, el recolector de basura contratado por la campaña de Clinton. La basura rusa se la sirvieron en la boca antiguos camaradas del aparato de seguridad del Kremlin. No sólo el FBI la utilizó para lanzar una investigación completa de Trump, sino que aparentemente también logró convencer a un juez para que lo autorizara a espiar la campaña de Trump y grabar sus conversaciones. Si esto es cierto, la jerarquía del FBI entró en colusiòn con un espía británico a fin de juntar mugre para que Hillary arruinara al candidato opositor y, habiendo fracasado en ese propósito, derrocara a un presidente electo.

¿No es esto algo que tenemos derecho a conocer? ¿Se lo debe encubrir para proteger a los del FBI que pudieron haber estado envueltos en algo semejante? “¡Ahora investigan a los investigadores!”, lloriquea la prensa. Bueno, pues sí, los investigan y, a juzgar por las pruebas, ya era hora.

En esta capital dividida, hay narrativas en pugna.

El primer relato es que Trump quedó en manos de los rusos, y colaboró con ellos para hackear la convención demócrata y la campaña de Clinton a fin de destruir su candidatura. Después de 18 meses, las investigaciones del FBI y Robert Mueller no han logrado demostrarlo.

El segundo relato gana ahora predicamento, y dice así: A mediados de 2016, James Comey y una pandilla del FBI, que incluía al vicedirector Andrew McCabe, el investigador jefe Peter Strzok, y a su amante Lisa Page, decidió que Clinton no debía ser acusada en el escándalo del servidor, porque ello aseguraría la llegada de Trump a la presidencia. Entonces conspiraron, y arreglaron las cosas.

Esta presunta conspiración es investigada por el inspector general del FBI. Sus hallazgos pueden explicar la repentina renuncia de McCabe la semana pasada, y la separación de Strzok de la investigación de Mueller hace unos meses.

Si se comprueba, esta conspiración para librar a Hillary de su “grosera negligencia” en el manejo de secretos de estado, y para voltear a Trump basándose en la mugre aportada por contratados de la campaña de Clinton, reduciría por comparaciòn el escándalo Watergate a la altura de una broma.

Y aquí es donde podríamos encontrar la razón que explica el pánico de la prensa.

A los periodistas que odian a Trump les debe aterrorizar la posibilidad de que el memo demuestre razonablemente que los “deplorables” tenían razón, que a la élite mediática le hicieron el cuento, que fue explotada y utilizada por el establishment, que su aversión por Trump la volvió tan ciega a la realidad que quedó haciendo el papel del tonto, y que en esa condición le confirió rango de alta nobleza a una conspiración mayúscula para derrocar a un presidente electo de los Estados Unidos.

* Ex asesor de los presidentes Richard Nixon, Gerald Ford y Ronald Reagan, aspirante a la presidencia de los Estados Unidos en 1992 y 1996. Su último libro es Nixon’s White House wars: The battles that made and broke a president and divided America forever.

© Patrick J. Buchanan.
Versión castellana y notas © Gaucho Malo.

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