En la primera nota escrita tras el impactante resultado de las elecciones primarias sugerí que si el kirchnerismo pretendía moderar en las elecciones generales la derrota sufrida, que amenaza su poder en ambas cámaras legislativas, y hacer frente a los dos difíciles años que le quedan de mandato, Cristina Kirchner debía cargarse al hombro las funciones ejecutivas del gobierno que tiene su sello. A lo largo de la semana que termina, la vicepresidente comenzó a avanzar en esa dirección, empezando por lo más urgente y preservando al mismo tiempo su figura. En el empeño tropezó con ciertos rasgos de la personalidad de su elegido para la primera magistratura, y entre ambos protagonizaron un entremés o un acting sado-masoquista que nada tuvo de conflicto político -porque políticamente Alberto no representa nada- pero hizo las delicias de comediógrafos y psicoanalistas, y permitió a sus protagonistas soltar las emociones acumuladas tras la imprevista derrota.
Alberto comenzó por desentenderse del resultado adverso en las primarias del domingo, y el lunes llegó lo más campante a la Rosada oliendo a loción para después de afeitar y de la mano de Fabiola. A Cristina no le cayó muy bien, pero igual lo llamó y le dijo que tal vez era el momento de hacer algunos cambios en el gabinete, al tiempo que por otras vías hacía saber quiénes eran los que a su juicio debían irse. Alberto se hizo el sonso, sabiendo que la estaba provocando. Cristina promovió entonces la renuncia mediática de algunos ministros, secretarios y funcionarios que le responden en el ejecutivo. Alberto insistió en que iba a hacer las cosas a su modo, que para eso lo habían elegido, al tiempo que confiaba a un periodista: “Ella me conoce, sabe que por las buenas a mí me sacan cualquier cosa. Con presiones no me van a obligar”. Cristina entendió el mensaje, y con una carta fulminante le propinó a su partner los azotes deseados. Por primera vez desde la derrota del domingo, el presidente y su vice experimentaron la satisfacción del alivio. Extático, Alberto cedió en todo, sacrificando incluso a su mano derecha y confidente Juan Pablo Biondi.
Para disimular su propia inacción o incompetencia, Alberto “se hacía el títere”, para usar la feliz expresión acuñada por el periodista Carlos Pagni. Cristina se lo había reprochado varias veces, y estaba convencida -lo dice en su carta- de que Biondi era el encargado de promover en la opinión pública la idea de que ella manejaba a su elegido como una marioneta, y en definitiva era la culpable de sus errores. Por eso lo castigó personalmente, y precipitó su alejamiento. En todo este trámite, sin embargo, no pudo evitar darle la razón y dejar en evidencia quién maneja los hilos del gobierno: Alberto no se hace el títere, es un títere. Un éxito póstumo de Biondi. O de Alberto. O de la propia Cristina, quién sabe.
Con el cambio de gabinete, con el retorno de la vieja guardia a la cartelera, Cristina dio el paso sobre el ejecutivo que consideraba necesario para afrontar las elecciones de noviembre. Cualquiera sea el resultado, al oficialismo le quedan por delante dos difíciles años, durante los cuales deberá lidiar con el acuerdo con el fondo, la inflación, el estancamiento económico, la pobreza y la inseguridad. Y con las causas judiciales pendientes que estrechan su cerco en torno de la vicepresidente y su familia. Tal vez la dimensión de esos problemas haga necesario un segundo paso, más audaz. Pero ésa es otra historia. Para desarrollarse probablemente en el verano, que es, históricamente, el momento en que ocurren las grandes conmociones.
–Santiago González
Esta película ya la vimos. No sé qué pensará Fabiola de esta idea, pero…¿y si estos dos se casaran, no se dejarían de pelear?
Bueno, hablando de cosas serias: ¡no se consigue comprar pescado decente y variado en las pescaderías!
Conocemos las vergonzosas causas…pero las explicaciones no se comen.
Un poco de humor…
Nada nuevo bajo el sol. La bazofia zurdoperonista se sigue empeñando en ignorar que tiene el pasado por delante, revolviendose sobre si misma. El cambio de figuritas ministeriales asegura que nada va a cambiar. Si el electorado sigue mostrando algo de la racionalidad vista en las PASO puede ser que se empiece a ver alguna luz de esperanza. No obstante conservo el triste recuerdo del 2001, donde del “que se vayan todos” pasamos a que se queden todos sin ningún problema. Nada asegura que la farsa-tragedia no vuelva a ocurrir . Veremos.